Pedro Paricio Aucejo
Si el ser humano está diseñado para relacionarse con el exterior, los sentidos corporales son el medio para conseguirlo. De los cinco conocidos, el tacto –por medio de sus miles de receptores extendidos a lo largo de la piel, especialmente en dedos y manos– recoge toda la información suministrada y la convierte en sensaciones (suavidad, rugosidad…), cuyos impulsos nerviosos son enviados al sistema límbico, la estructura cerebral encargada de gestionar las respuestas emocionales. La actividad de este infravalorado sentido –al requerir de mayor lentitud y sosiego que otros– otorga consistencia a los estímulos y, a semejanza de la propiedad aglutinante de un pegamento, transmite una sólida permanencia al recuerdo, lo graba con firmeza y le da una potente fortaleza reflexiva. Gracias al tacto, la percepción adquiere un valor perdurable y persuasivo.
Al tocar algo e impresionarse este sentido, percibimos cuáles son las cualidades de lo tocado, pero también detectamos que estas agitan algo en nuestro interior y, desencadenando nuestras emociones, mueven nuestros sentimientos. Se genera así una ´antropología del tacto´, que resulta decisiva en determinados trances existenciales, como el de integrarnos a la vida o el de despedirnos de ella. En esos instantes lo que mantiene la conexión y comunicación humana es la posibilidad de tocarse. En el nacimiento, en la muerte, pero también en momentos críticos de sufrimiento, de alegría, de amor… se necesitan la afirmación y el cuidado que –en forma de besos, caricias y abrazos– solo otorga el tacto.
Son expresiones afectivas que se dan y se reciben y hacia las que mostramos nuestra propensión por el bienestar y el gozo que aportan. La fuerza que nos transmiten, el entusiasmo que nos comunican, la vitalidad que nos inyectan ponen de manifiesto su valor y la necesidad de su presencia. Y, sin embargo, son tan solo proyectos de otros besos, de otras caricias y de otros abrazos que anhelamos sin fin y para siempre. ¿Acaso no percibimos que con estos ademanes quedan encapsulados corporalmente nuestros plenos anhelos inmortales? ¿No sentimos que son imperfectos gestos de amor con los que arañamos en lo humano lo divino?
En este escenario de vislumbrada trascendencia se sitúa la profesora Sierra González¹ cuando analiza la riqueza simbólica que el sentido del tacto presenta en santa Teresa de Jesús. Influenciada por el Cantar de los Cantares y por la figura de María Magdalena –atónita por el “No me toques” de Jesús resucitado, durante su visita matinal al sepulcro–, la monja de Ávila buscó también a quien amaba su alma y, embelesada por Él –lo único capaz de llenar su vacío–, exclamó inmersa en lo divino: “!Oh verdadero Amador, con cuánta piedad, con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con qué grandísimas muestras de amor curáis estas llagas, que con las saetas del mismo amor habéis hecho!” (Exclamaciones del alma a Dios, 16, 2).
Nuestra carmelita universal era sabedora de que, como los amantes que corren a buscarse para abrazarse, Dios también sale al encuentro de la humanidad para acariciarla, pero su contacto no es un toque cualquiera. La característica de su tocar es la misericordia que vierte a los necesitados por medio de Cristo. En consonancia con esta actitud, la Santa asumió su vida como una respuesta a la voz amorosa de Jesús. Más aún, si con la caridad tocamos a Dios mismo, el círculo amoroso con Dios se cerrará por medio de la misericordia con el prójimo. Al consistir la espiritualidad teresiana en un trato de amistad entre Dios y el hombre, no solo se concreta en términos de cuidado y compromiso, sino que –como símbolo extremo del tocar– se encarna hasta alcanzar el matrimonio espiritual entre ambos.
Este acontecimiento no fue para la mística castellana una mera imagen, sino la expresión real de su vida, que llegó a la unión transformante en Dios manifestada en el tocar sin fin y para siempre de su poema Vuestra soy, para Vos nací:
“Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?”
¹Cf. SIERRA GONZÁLEZ, Ángela María, ´El simbolismo del tocar en Teresa. Entre la espiritualidad encarnada y el matrimonio espiritual´, en <" rel="nofollow">https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2017/09/13/el-simbolismo-del-tocar-en-teresa/> [Consulta: 8 de agosto de 2018].
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