El hombre actual se ha convertido en un homo virtual que vive de la permuta consumista y no tiene que imaginar ni evocar nada; sólo asimilar las sensaciones que le rodean. Somos una civilización presidida por el anhelo de ver conceptualmente, y de ver cuánto más claro, mejor. De ahí la autoridad de la imagen, su apoteosis.
Si para el arte románico "conocer" era reproducir en la mente la realidad, para el hombre actual el conocimiento no es sino fotografiar con pulcritud, neutralidad y detalle, la imagen que tiene delante. Cada pretendida imagen es la realidad de su visión.
La civilización de la imagen amenaza con su dictadura, anestesia la imaginación, nos roba capacidad reflexiva y paraliza nuestro juicio. Crea condiciones objetivas para que el reino de la imagen se convierta en el reino de la manipulación, pues al suministrar información que no es reflexionada ni asimilada, desinforma, desestructura y devora las entrañas del pensamiento.
Mientras que el lenguaje simbólico, poético, sabe esconder la profundidad en la superficie (Hofmanstahl), o disimular los abismos más inquietantes en la levedad de la sonrisa y de lo aparentemente sutil (Sterne), la imagen deseca toda evocación y reduce toda realidad a lo expuesto. No hay Misterio; hay únicamente lo que se exhibe. Si el símbolo inventa el lenguaje y rompe la gramática y la sintaxis para tratar de sugerir un orden distinto, no accesible a la vista, que nos devuelve a los orígenes de las cosas, la imagen nos planta en medio de lo que hay, saqueando la interioridad y vaciándola de contenido trascendentalizador.
En el Arte sagrado por excelencia, el valor de las formas estará en función del que las contemple y subordinadas a su capacidad de interpretación. Porque nos hallamos ante un arte conceptual que puede suscitar diversas lecturas. De ahí su riqueza y modernidad.
Pero dada la complejidad del símbolo, es urgente una iniciación a la comprensión de su lenguaje, intentando, no únicamente establecer un “código” uniforme que posibilite un básico y elemental instrumento desde el cual partir en nuestro intercambio dialéctico, sino que pueda ser propiciatorio a un acercamiento del iniciado a la rica variedad de la simbología del románico para desvelar su sistema completo que habla a la totalidad del hombre por medio de la belleza visual, pues el hombre actual está lejos del lenguaje simbólico.
Y frente a la perfección y claridad de la imagen, éstas serían las características del símbolo románico:
- a)Eficacia deformadora: Si se observan sus formas de realización, aparentemente son toscas, desproporcionadas y carentes de euritmia. No obstante, ello no autoriza a pensar que el escultor románico tenga falta de técnica. El interés del escultor se centra en llevar la atención de los fieles únicamente sobre el contenido que expone y no sobre la forma. Se trata de un arte expresionista, deformante de la realidad en aras de los intereses didácticos que hay que resaltar. Es esta eficacia deformadora lo que explica la predilección por las figuras mitológicas y no figurativas. También la adecuación al marco, genera que las figuras adopten esquemas antinaturales con anomalías de forma (monstruos) o de actitud (acróbatas). La figura humana se espiritualiza y se presta escaso interés a la anatomía y belleza corporal.
- b)Creación de planos o niveles simbólicos.
- c)Simetría externa y formal, correspondiente a una simetría interna o ideológica que enlaza con el paralelismo o ley del ritmo de la naturaleza.
- d)Antítesis, como expresión de la filosofía dualista griega.
- e)Sucesividad o “paratasis” y repetición.
Sección para "Curiosón" del grupo "Salud y Románico".