Aunque la parte más importante y conocida de su obra es la escrita para piano y, especial, para múltiples pianos, lo cierto es que la producción de Simeon Ten Holt no se reduce ni mucho menos a ese instrumento. En sus primeros años ya encontramos alguna obra para percusión o para orquesta de cuerdas y más adelante aparecen piezas para cuarteto de cuerda, voces o distintas formaciones de cámara incluyendo metales y maderas. También los primeros años setenta firmó varias composiciones electrónicas así como otras orquestales y corales. Incluso, la última obra que escribió en su vida, “Capriccio”, de 1999 era una pieza para violín solo.
Sin embargo, apenas existen grabaciones de esta música escrita para otros instrumentos y, de hecho, por más que lo hemos intentado desde que conocimos la música de Ten Holt, sólo hemos podido hacernos con una de ellas que es la que traemos hoy al blog. Se trata de “Palimpsest”, para septeto de cuerdas (el clásico cuarteto formado por dos violines, viola y violonchelo con el refuerzo de dos violines más y de un contrabajo). La obra fue compuesta entre 1990 y 1992 y revisada en 1993 hasta quedar en la versión que hoy conocemos.
Un palimpsesto es un manuscrito que se ha realizado sobre un soporte en el que anteriormente hubo otro texto que fue borrado para poder reutilizarlo. Esa imagen es aprovechada por Ten Holt para describir la obra como un conjunto de texturas que se van dibujando encima de otras que existían anteriormente y que se difuminan y transforman con cada repetición.
“Palimpsest” esta interpretado por los miembros de la Doelen Ensemble, a saber: Frank de Groot, Laurens Van Vliet, María Dingjan y Noëmi Bodden (violines), Karin Dolman (viola), Carla Schrijner (violonchelo) y Libia Hernandez (contrabajo) y se grabó en mayo de 1998.
Como casi todas las obras de Ten Holt, “Palimpsest” es, en realidad, una larga pieza sin interrupciones pero a efectos prácticos en el disco viene dividida en diferentes partes: una introducción, cuatro episodios, un interludio y una coda, separados por breves pasajes denominados “cambios”.
Simeon Ten Holt
La primera sección de la obra, “Introduction”, nos recibe con una pequeña célula melódica a cargo del violín que se repite sin variaciones. A los pocos compases empiezan a unirse paulatinamente al conjunto el resto de los instrumentos del septeto ejecutando una frase distinta cada uno con lo que se va tejiendo un tapiz de densidad creciente. La melodía resultante se asemeja a una danza medieval en algún momento aunque por la fuerza de la repetición y las leves variaciones que se van sucediendo, termina por perder toda forma reconocible. Pese al cambio de instrumentación, los conocedores de la obra para piano del artista holandés no tardarán en reconocer su laberíntico estilo. Tras ella llega el primer “Episode” que no muestra grandes diferencias con la introducción y continúa la progresión mostrada en aquella. Si acaso el ritmo se hace más marcado por la entrada del contrabajo y el violonchelo. En la parte final del movimiento hay una bajada de volumen que llega casi a piano antes de volver al del principio con el añadido de algunos pizzicati. Un brevísimo interludio repetitivo, el primer “Changement” marca el cambio hacia el segundo “episodio” de la obra que también es su sección más larga y dramática. En ella la viola y el violonchelo tienen momentos de gran expresividad que destacan sobre el fondo minimalista tejido por los violines. Es una sección muy dinámica y con momentos de un cierto lirismo no muy común en la obra de Ten Holt. Como ya ocurría en el final del primer “episodio”, el último segmento de la pieza viene anunciado por la aparición de pizzicati. El segundo “cambio” da paso al interludio en el que la obra se torna grave e introspectiva por unos minutos, alcanzando cotas de una gran intensidad que desembocan de forma abrupta en un veloz marasmo de violines tras los que llega un nuevo “cambio” de pocos segundos. El tercer “episodio” recupera el motivo central del primero incorporando nuevas variaciones al mismo y dejando escuchar interesantes lineas melódicas como la que dibuja el violonchelo en la parte central del movimiento. El cuarto “episodio”, etiquetado como “reprise” es otra vuelta de tuerca a la misma idea con la que virtualmente concluye la obra, no sin antes pasar por un último “cambio” y una “Coda” que viene a hacer las veces de resumen de todo el “palimpsesto”.
Simeon Ten Holt fue un músico fascinante que creó un universo musical propio a partir de los conceptos del minimalismo clásico de los años sesenta y setenta. Pese a ello, consiguió una obra tremendamente personal y reconocible, algo que no está al alcance de cualquiera. No hay más que escuchar a muchos de los músicos que bebieron de esas mismas fuentes y que, en algún momento de sus carreras, sonaron muy cercanos a otros. Hubo un Glass que sonó a Reich, un Mertens o un John Adams que sonaron a Glass, un Nyman que sonó a Young, un Tiersen que sonó a Mertens y un Richter que sonó a varios de ellos en muchos momentos. Ten Holt sólo suena a Ten Holt y tampoco nadie ha conseguido sonar cercano al compositor holandés que hoy sigue siendo, a nuestro juicio, el gran desconocido de la música europea de las últimas décadas.
Su música es muy accesible, algo que nadie diría cuando hablamos de obras de gran formato, de más de una hora de duración, por lo común, y sin interrupciones. Esa repetición continua, siempre llena de variaciones que hacen que escuchemos una pieza completamente distinta de la que sonaba minutos atrás sin darnos cuenta, tiene algo mágico que hemos encontrado en muy pocas ocasiones. Con “Palimpsest”, además, comprobamos que eso no es algo que funcione sólo a través del piano sino que es igualmente válido con las cuerdas. No dejéis de escuchar a Ten Holt si tenéis ocasión. No os arrepentiréis.