Revista Cultura y Ocio
Nada - ni la edad ni una reciente operación de un cáncer - parece detener a Plácido Domingo, motor y razón de ser de la continua aparición de "Simon Boccanegra", en los carteles de los principales teatros de América y Europa durante el último año. El jueves día 29 de abril se retransmitía en vivo una de las funciones de la serie que actualmente se está desarrollando en La Scala. Domingo, que empezó su carrera cantando zarzuelas en escenarios modestos de México hace más de cincuenta años, apareció en las pantallas de cine de todo el mundo como un mito viviente, más allá del bien y del mal y reconvertido en barítono. Su entrada en escena fue tan impetuosa como siempre y se espera de él, lo cual de inmediato transmitió la certeza de una forma física óptima. En cuanto a su estado vocal, uno diría que sigue burlando al mismo diablo: cada vez abre la boca lanza un gran mentís socarrón contra el sentido común. Con el lógico desgaste, el timbre sigue lozano, pleno y colorido en la franja media, pese a la emsión muscular y fibrosa, hasta el fa agudo consigue sonidos firmes, amplios y con el mordiente de un violonchelo (el segundo "E vo gridando amor!"). Se percibe además el oscurecimiento artificial del grave - entubado - pero sorprendentemente esto no desequilibra el resto del edificio canoro. Cuando canta pasajes centrales de carácter declamatorio uno no puede decir si está ante un tenor de 70 ó 50 años y, lo que es más importante, se es consciente de estar escuchando ópera de verdad; algo que actualmente no puede darse por supuesto y que le sitúa en una categoría rara. Los problemas llegan en las grandes frases ligadas, donde se muestra corto e irregular de alientos: así se percibió en la fantástica frase "Sublimarmi a lei sperai sopra l'ali della gloria", deslabazada y sin grandeza; en las evidentes dificultades del comienzo de "Piango su voi" y en la línea económica y sumaria de "Figlia, a tal nome". Evidentemente, a pesar del denso sombreado que ha explotado siempre, el timbre no convence como barítono. Además, aunque no se puede esperar que aprenda ahora a usar la media voz, su Simón canta igual durante toda la ópera, ya sea el hombre de estado, el corsario, el padre o el moribundo, que se extingue en un perenne mezzoforte. Por otro lado, en el terreno del accento, sigue siendo comunicativo pero en realidad siempre emplea, cualquiera que sea la naturaleza de lo que dice el texto, su habitual énfasis, entre crispado y seductor. Bueno un poco para todo, pero sin verdadera variedad. No encontró, por tanto, el éxtasis de "Sia d'amistanze italiche" o "Anco una volta benedirla voglio", la melancólica ternura de "Del mar sul lido tra gente ostile" o la transfigurada expresión de "Gran Dio, li benedici". Reconozcamos de una vez, a pesar de todo, que esta forma de recitar, por reconocible y sincera, termina suscitando simpatía hasta en el oyente menos predispuesto a su favor. Sus incondicionales, por supuesto, tienen motivos para estar contentos, puesto que sigue ofreciéndoles con generosidad lo mismo de siempre.
El resto del reparto estuvo encabezado por la Amelia de Anja Arteros, soprano de rango lírico sin el espesor y el metal verdiano, pero que cantó con apreciable línea. La emisión del grave, que el personaje frecuenta, está engolada y a veces abierta (en el segundo acto hubo alguno penoso), pero el resto de la voz está razonablemente bien emitida pese al agudo sin punta (algo que en vivo debe restarle presencia). Atendió la variedad dinámica de la partitura con medias voces y pianissimi convincentes y, descontando alguna ñoñería, recitó con propiedad - sin entusiasmar nunca - incluso en los momentos más dramáticos del primer Acto. Digamos que los defectos apuntados también los mostraban - en mucha menor medida - importantes Amelias del pasado. Tiene buena figura y es una actriz correcta.
El tremendo personaje de Fiesco se encuentra fuera de las posibilidades del veterano (61 años) Ferruccio Furlanetto, en realidad ya bastante limitado para el canto en general. Intolerablemente engolado y duro de sonido, incapaz de modulaciones y no digamos medias voces, luchó con los ascensos al fa# nasalizando y forzando. No se puede imaginar cómo debe escuchársele en el teatro. Al comienzo de "A te le estremo addio" añadió algún gimoteo, pero por lo menos restan la autoridad y el oficio en escena.
Fabio Sartori se encargó del intenso papel de Adorno con unos medios como mucho de tenor lírico. El timbre carece de cualidades destacables y en la emisión de los agudos la cabeza parece a punto de explotarle, ya que ignora el giro correcto hacia la máscara. Tampoco parece solvente en las dinámicas pero tiene cierta idea del canto y se le puede escuchar dentro de una rutina anónima a la que tampoco ayuda nada su nula presencia escénica. Su actuación se limitó a extender su brazo derecho en los momentos enfáticos, sin tener luego mucha idea de cuándo volver a dejarlo caído. No se puede ser optimista sobre el desarrollo futuro de su carrera si sigue en este repertorio.
Apreciable el Albiani - estupendo personaje que cantaron en algún momento grandes Bocanegras - de Massimo Cavalletti. Voz de barítono lírico, nítida y bien emitida, debe cuidar más el registro superior, pues parece frágil. Aunque no convencieron determinados momentos en los que exacerbó la dicción sin conseguir un verdadero acento agresivo, su interpretación fue plausible.
Se volvió a confirmar la falta de interés de Daniel Barenboim hacia este repertorio. La orquesta sonó con el sonido oscuro y un poco confuso que caracteriza al director argentino. Los tempi elegidos son lentos y no hay "presión horizontal", es decir, continuidad en las frases. Fue demoledora la indiferencia con que sonó la maravillosa melodía de "Figlia, a tal nome", además casi irreconocible por caída y plomiza. Los pasajes dramáticos los solventó con sus habituales formas expeditivas cuando hace ópera italiana, más basadas en volumen de metales y percusión que en slancio y convicción. Al comienzo del segundo Acto un sector del loggione aprovechó para abuchearlo, algo que no sabemos si se repitió durante los saludos finales, por cortarse la retransmisión antes de que apareciera en escena. Quien no se libró de las protestas fue Furlanetto, algo que parece un poco excesivo con los bajos que se escuchan actualmente.
El coro mostró alguna estridencia en los tenores, pero sigue siendo una garantía en Verdi por la fuerza y amplitud.
La nueva producción de La Scala - convencional y con una dirección de actores discreta - pasó sin pena ni gloria a pesar de los lujosos vestuarios. Barra libre de opiniones, m?sica y lo que se me ocurra, que para eso es mi blog.