Plutarco cuenta que un día Pirro hacía proyectos de conquista: "Primero vamos a someter a Grecia", decía. "¿Y después?", le pregunta Cineas "Ganaremos Africa". "¿Y después de Africa?" "Pasaremos al Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia". "¿Y después?" "Iremos hasta las Indias". "¿Y después de las Indias". "¡Ah!", dice Pirro, "descansaré". "¿Por qué no descansar entonces, inmediatamente?", le dice Cineas. Cineas parece sabio. ¿Para qué partir si es para regresar? ¿A qué comenzar si hay que detenerse? Y sin embargo, si no decido en primer término detenerme, me parecerá aún más vano partir. "No diré A", dice el escolar con empecinamiento. , "¿Pero por qué?" "Porque después de eso, habrá que decir B". Sabe que si comienza, no terminará jamás: después de B será el alfabeto entero, las sílabas, las palabras, los libros, los exámenes y la carrera; a cada minuto una nueva tarea que lo arrojará hacia una tarea nueva, sin descanso. ¿Si no se termina nunca, para qué comenzar? Aun el arquitecto de la Torre de Babel pensaba que el cielo era un techo y que lo tocaría algún día. Si Pirro pudiera extender los límites de sus conquistas más allá de la tierra, más allá de las estrellas y de las más lejanas nebulosas, hasta un infinito que sin cesar huyera ante sí, su empresa seria insensata, su esfuerzo se dispersaría sin jamás recogerse en ningún fin.
A la luz de la reflexión, todo proyecto humano parece, por lo tanto, absurdo, pues no existe sino asignándose límites, y esos límites, se los puede siempre franquear preguntándose con desdén: "¿Por qué precisamente aquí? ¿Por qué no más allá? ¿Por qué razón?”.
"He descubierto que ningún fin vale la pena de ningún esfuerzo", dice el héroe de Benjamín Constant.
Así piensa frecuentemente el adolescente cuando la voz de la reflexión despierta en él. El niño se parece a Pirro: corre, juega sin plantearse problemas y los objetos que crea le parecen dotados de una existencia absoluta, llevan en sí mismos su razón de ser. Pero descubre un día que tiene el poder de superar sus propios fines: no hay más fines; y no existiendo ya para él sino vanas ocupaciones, las rechaza. "Los dados están cargados", dice y mira con desprecio a sus mayores: ¿cómo les es posible creer en sus empresas? Son engaños. Algunos se matan para poner fin a ese señuelo irrisorio, y ése es, en efecto, el único medio para terminar. Pues en tanto que permanezca vivo, es en vano que Cineas me hostigue diciéndome: "Y después? ¿Para qué?"
A pesar de todo, el corazón late, la mano se tiende, nuevos proyectos nacen y me impulsan adelante. Los sabios han querido ver en ese empecinamiento el signo de la irremediable locura de los hombres; pero una perversión tan esencial, ¿puede ser aun llamada perversión? ¿Dónde encontraremos la verdad del hombre, si no en él mismo?.
La reflexión no puede detener el impulso de nuestra espontaneidad. Pero la reflexión es también espontánea. El hombre planta, lucha, conquista, desea, ama, pero siempre hay un "¿y después?". Puede que, de instante en instante, se arroje con ardor siempre renovado a nuevas empresas: así Don Juan no deja a una mujer sino para seducir a otra; pero aun Don Juan se fatiga un buen día.
Entre Pirro y Cineas, el diálogo vuelve a comenzar sin fin. Y no obstante, es preciso que Pirro se decida. ¿Se queda o parte? Si se queda, ¿qué hará? Si parte, ¿hasta dónde irá?
"Hay que cultivar nuestro jardín", dice Cándido.
Ese consejo no nos será de gran ayuda. Pues, ¿cuál es nuestro jardín? Hay hombres que pretenden trabajar toda la tierra, y otros encontrarán una maceta demasiado vasta. Algunos dicen con indiferencia: "Después de mí, el diluvio", en tanto que Carlomagno, agonizante, llora al ver los barcos de los normandos.
Esa joven llora porque tiene los zapatos agujereados y le entra el agua. Si le digo: "¿Qué importa? Piense en esos millones de hombres que mueren de hambre en los confines de China", ella me responderá con cólera: "Están en China. Y es mi zapato el que está agujereado". Sin embargo, he aquí a otra mujer que llora por el horror del hambre china. Si le digo: "¿Qué le importa?, usted no tiene hambre", ella me mirará con desprecio "¿Qué importa mí propia comodidad?" ¿Cómo pues saber lo que es mío?.
Los discípulos de Cristo preguntaban:
¿Quién es mi prójimo?
¿Cuál es pues la medida dé un hombre?
¿Qué fines puede proponerse y qué esperanzas le están permitidas?
"Para qué la accion" PDF