Cuenta la leyenda que una caída de agua se aproximaba, que el sol no permitía verle el rostro y que jamás pescador alguno pudo vérselo, siempre con un remar acompasado, remontando el empuje de la corrientes del río en su balsa a medio hacer.
Y cuentan los pescadores que lo miraban pasar como si no se enterase de la presencia de ellos, como si nada le importara, pero sí se enteraba y le importaba mucho la suerte de sus protegidos, los millares y millares de peces que poblaban el río.
Cuando los pescadores lo miraban pasar de largo, comentaban, -Hoy no cogemos ni sardinas. Allá va Simón del Ríos a llevarse toda la pesca.
Yo lo vi cuando pescaba, aquel día no me ajiló ni un arranque, lo vi pasar en su goma de poco aire y bien forrada, iba al mismo rincón del dique donde se acumulan los peces, con su vestido desintegrado por los siglos y quizás no hablaba porque su voz se había disuelto por la tormenta del tiempo, yo creo que si alguna vez habló, lo hizo con los peces que se acercaron a él por la curiosidad.
Así me lo contó el viejo Juan, jurándome por lo más sagrado, que lo vio pasar muy cerca de donde estaba, cuando pescaba en el río, es por eso que asegura que en verdad si existe Simón del Río.
Fotos: Marcelo Aday