Un parque y alguno de sus pobladores, gente normal y corriente que hace lo que se suele hacer en un parque: dormitar, fumar en busca de inspiración para componer, montar en bici… yo mismo he hecho esas cosas muchísimas veces en los diferentes parques por donde he tenido el placer de pasear sin tener la más mínima idea de que tal vez alguien me estaba tomando una foto. ¿Cuantas imágenes mías habrá por ahí? De la época de cantante muchísimas por culpa de las bodas, bautizos y comuniones donde estuve, que fueron cientos, pero de este otro tipo de imágenes, así, robadas sin que casi me de cuenta, no lo sé la verdad. Es posible que alguna, aunque no demasiadas porque no soy nada fotogénico.
El caso es que a estos tres personajes de hoy es posible que esté a punto de cambiarles la vida y dar un giro de 180 grados. Lo sé porque a mí me sucedió, así que intuyo que le puede pasar a cualquiera en cualquier momento. ¿De qué depende? Pues ni idea. No sé qué hilos nos manejan ni quién los maneja, ni sé si guarda algún tipo de lógica interna o es completamente arbitrario.
En mi afán por encontrar respuestas me olvido de algo muy importante: que no las hay. Que no. Que todo obedece al más puro y duro azar. No puede ser de otra forma. No hay justicia que se sostenga a base de tanta injusticia. No es posible creer en nada cuando eres víctima de un atropello tan enorme como el cáncer. No es aceptable pensar en los pecados cometidos o los méritos contraídos, ni es aceptable que tu propia vida sea la elegida para vivir el calvario de una enfermedad cruel y despiadada.
¿De dónde saco las fuerzas? No lo sé. Sigo una especie de inercia extraña que emana desde mi yo más profundo y que me dice que no debo bajar los brazos, que mi chica no se lo merece, que todavía nos quedan las suficientes risas por echar como para que valga la pena seguir aquí y que cuando todo termine no quiero dejar un regusto amargo de mi paso por la vida.
Como veis nada que ver con la valentía, ni la fuerza ni nada de eso.
Simplemente es el amor.