Esther Montmany: vivo en una hana, también conocida como yurta. Es una vivienda que utilizan los nómadas de Mongolia. Se monta en una tarde. Es cómoda, bonita, sencilla, acoge, pero no aísla, y está hecha con materiales naturales (lana, madera y tela).
¿La ha fabricado usted?
Es importada. Cuesta unos 4.000 euros, pero ya no pago alquiler ni facturas. Y dentro está todo lo que necesito para mis hijos y para mí. Lo poco que tengo es casi sagrado.
¿Qué es lo sagrado?
En mi caso, una cocina para preparar alimentos cultivados con una agricultura respetuosa con el medio ambiente, un lugar para asearme, ropa, libros para el estudio y la lectura y el ordenador.
¿Con eso basta?
Cuanto más valoro lo que me rodea, más rica me siento. También necesito el silencio, la naturaleza -veo las estrellas a través de la cúpula y me nutre oír al grillo y al búho-, la armonía con los demás, sentirme querida tal y como soy y amar incondicionalmente. La yurta, de hecho, es una parte de mi camino.
¿Dónde empezó el camino?
De pequeña quería ser un animal y rechazaba al ser humano, que era el que lo destrozaba todo. A los 14 años disfrutaba yendo sola en bicicleta y escalando con amigos en Montserrat. A los 17 hice el camino de Santiago y un año después decidí viajar a Irlanda. El pretexto era estudiar inglés, pero en realidad necesitaba descubrir quién era yo. Aprendí a meditar, filosofé con los Hare Krishna y me junté con gente que hacía música en la calle. Y empecé a tener claro que lo que me movía era crear una comunidad en la naturaleza.
Con esa idea, siguió viajando.
Uno de mis motores era conocer comunidades respetuosas con el entorno y con otra manera de acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje. Esa búsqueda pasó por Escocia, que recorrí en autoestop, y por la India. Sin embargo, en todas las escuelas -incluidas las tibetanas- siempre vi a un adulto marcar una manera de ser.
¿Encontró al fin lo que buscaba?
Estaba a punto de ser madre, me desplacé a Ecuador para ver cómo criaban a los niños en la selva, y tomé contacto con la escuela Pestalozzi, fundada por Mauricio y Rebeca Wild. Sentí que había encontrado lo que buscaba. Cogí ese camino y no lo he dejado en 10 años.
¿En qué consiste esa escuela?
En aprender a relacionarnos desde el respeto y el amor. Se trata de crear un ambiente adecuado y rico para que el impulso del niño de aprender pueda encontrar los recursos suficientes. El adulto tiene que estar cerca para responder a preguntas, ayudar a buscar materiales e incluso para acompañarle en la frustración. Pero el interés debe partir del niño.
Un ejemplo iluminador.
Cuando un bebé intenta coger una pelotita y, con la mejor intención, nos apresuramos a dársela, interferimos en su propio impulso. Si lo logra por sí mismo, siente un profundo bienestar y se llena de confianza. Hay que crear un espacio para que descubra la solución a su tiempo.
Usted lleva el modelo hasta el final.
Yo me pregunté qué era lo primero. Y si lo primero son los hijos y estás ocupada y nerviosa, se debilita la calidad de atención. Debía encontrar el modo de tener tiempo para estar con ellos. Esto te lleva a una crisis con el sistema consumista. Hay que aprender a reducir gastos.
Y salir literalmente del sistema. Irse a vivir a una yurta en el bosque…
Yo me he animado a vivir en la naturaleza, porque es donde estoy bien. Pero también creo que este sistema económico nos aleja de las auténticas necesidades. ¿Lo que realmente necesita el niño son tantos juguetes? ¿O precisa un entorno familiar tranquilo y atento?
¿Y qué tal los resultados?
Lo que veo en los niños que crecen con este respeto es que sienten mucha confianza en sí mismos y en la vida, que encuentran soluciones creativas a los problemas. No tienen tanto dolor acumulado. Un dolor que, si no son capaces de liberar, pueden llegar a calmar luego con sustitutos.
Niños sin tele, sin play, criados al aire libre… ¿Demasiado inocentes?
Si los padres les respetan, será difícil que permitan que una persona que no tenga un vínculo tan fuerte les falte al respeto.
Una curiosidad. Si necesita dinero, ¿de dónde lo saca?
Enseño inglés, cuido niños, explico cuentos, animo fiestas. Actualmente me estoy dedicando a escribir.
- Fuente: El Periódico
- Imagen: Sergio Lainz