Un filme que hace un punto de quiebra en la cinematografía mundial. Considerado ya de culto por la crítica especializada, este tour de forcedentro de la estética del cine, tiene una vitalidad fuera de serie. Protagonizada por un joven y viril Belmondo y una belleza casi divina Jean Seberg, la cinta rompe con muchas de las reglas hasta el momento intocables del lenguaje fílmico.
Oso de Plata en Berlín, Premio Jean Vigo, Premio Méliès, Premio de la Crítica Alemana y otros más, visten y engalanan a una obra que hizo alarde de creatividad en lo referente al montaje y a la fotografía.
Compuesta por grandes personalidades como Jean-Pierre Melville, -uno de los padres de la nouvelle vague- como actor y el mismo Truffaut en el guión, además de cameos por parte de Phillipe de Broca, Jean-Luc Godard y Jacques Rivette,podemos constatar que en el fondo es un profundo homenaje al séptimo arte en general y al cine negro en particular. No es extraño que el mismo Chabrol fungiera como asesor técnico.
Belmondo representa una fuerza de la naturaleza. Salvaje, arrollador, con una vitalidad que se siente en pantalla, es un elemento que transgrede el orden establecido. Hace guiños al cine americano de serie B, especialmente a las películas de Ulmer y de Bogart
No podemos olvidar los encuadres en primer plano por la parte de atrás de los personajes cuando charlan en el carro. O las tomas en exteriores, improvisando, pidiendo a una persona unos cerillos. Las caminatas en la calle con una cámara escondida, los travelling alocados, el guión distorsionado, el juego con el sonido y las improvisaciones en la actuación, Y todo con un extraordinario desparpajo de una juventud rabiosa por parte de Godard. Podríamos comparar al francés con las innovaciones que hizo Picasso en la pintura.