Sin cubiertos
Aprender a coger un lápiz no es fácil, ni comer con cubiertos, o sin ellos. Trasteando en una tienda de decoración mi amiga Ana ha descubierto la solución perfecta para comer con palillos: los Chopstick Kids. “Qué chulos, se los llevo a mis sobrinos”, confieso que una parte de mí deseó ser su sobrina. Tengo que regresar a esa tienda.
Estuve dando vueltas a todas las situaciones en las que me he sentido apurada, con un hambre canina, intentando comer con palillos en un japonés, o deseando hincar el diente a una pizza y el cuchillo se escurría en el plato, o la rúcola se resbalaba, da igual el arte y maña que tengas con el tenedor...
Cuando regresamos a casa registré mi habitaciòn y busqué La Vida de Pi, una novela tierna y cruel cuyo protagonista es un niño náufrago de Pondicherry, sus aventuras y desventuras me curaron la nostalgia al regresar de la India. Busqué un párrafo que quiero compartir con vosotros. Trata sobre la sensación de sentirse completamente fuera de lugar durante la comida. A todos nos ha pasado alguna vez, sobre todo estando fuera. Te sientas en una mesa y algún pequeño detalle te hace sentir más extranjero. Mañana os contaré las peculiaridades de sentarse a una mesa en Alemania.
Hoy quería deciros que en la India o Pakistán es inconcebible comer sin pan. Eso nunca falta. El Roti, el Chapati o el Naan siempre están ahí para ayudarte a coger la comida del plato, los cubiertos sobran. Y si no estás acostumbrado a usarlos, la primera vez que lo haces es tan chocante como la primera vez que decides comer sin ellos. Cuando Pi explica su primera comida con cubiertos se me encogió el estómago. Recordé todos los momentos eternos y soporíferos en que quise escaquearme de alguna comida cuando era pequeña.
La próxima vez que vayáis a algún restaurante indio disfrutad el doble de vuestro Naan o Chapati. Y comed sin cubiertos, con la ayuda de ese trocito de pan tandoori. Pi os lo agradecería: “La primera vez que fui a un restaurante indio en Canadá no usé cubiertos. Con mirada inquisitiva el camarero me dijo –“recién salido del barco, ¿verdad?”-. Mis dedos, que unos segundos antes disfrutaban de la comida, se ensuciaron ante su mirada. Se congelaron como delincuentes pillados in fraganti. No me atreví a lamerlos. Con aire de culpabilidad los sequé con una servilleta. El camarero me había clavado un alfiler en el corazón y no se había dado cuenta. Cogí el cuchillo y el tenedor. Apenas los había utilizado en mi vida. Me temblaban las manos. Y mi Sambar había perdido su gusto”.
Para iniciaros en la auténtica comida india sin cubiertos os recomiendo el Indian Aroma, muy cerca del Urban. Es íntimo y acogedor. Y la comida está para chuparse los dedos.