Revista Religión
Cierto domingo del año 304 unos cristianos fueron detenidos en África del Norte porque se habían reunido para adorar a Dios. Cuando el juez preguntó a Emeritus, el dueño de la casa, por qué había invitado a estas personas a su casa, éste respondió: –Son mis hermanos y hermanas. Pero el procónsul insistió diciendo: –Deberías haberles prohibido entrar en tu casa. –No podía, le respondió Emeritus, porque sin el día del Señor no podemos vivir.
Para esos cristianos, reunirse el domingo, es decir, el día del Señor, según el significado de la palabra «domingo», era una necesidad vital. Sin eso su vida no hubiese tenido valor.
Y nosotros, cristianos, ¿qué hacemos los domingos? ¿Tenemos el deseo, como esos valientes testigos, de reunirnos con nuestros hermanos y hermanas en la fe para adorar a Dios? ¿O inventamos todo tipo de excusas para no hacerlo? Recordemos que Jesús murió no solamente para salvarnos, sino también para reunirnos (Juan 11:52). El domingo tenemos el privilegio de reunirnos en su presencia (Mateo 18:20), para alabarlo y escuchar su Palabra.
En muchos países el domingo es un día de descanso. Podemos emplear ese tiempo libre para el Señor, en vez de dejarnos paralizar espiritualmente por las distracciones en las que olvidamos a Dios. Cristianos, el sentido de nuestra vida está en Dios. ¿Hallamos en él nuestra alegría?
Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad. – Salmo 84:10. Yo me alegré con los que me decían: A la casa del Señor iremos. – Salmo 122:1.
(Amen, Amen)