Hoy es uno de esos días mentalmente grises, días en los que las ideas brillan por su ausencia y la voluntad escasea como el rocío en el desierto o la luz en una cueva. Días como éste deben existir para que también existan los otros, pero uno debería dejar que pasen sin pena ni gloria, metido bajo la manta del sofá, con el mando a distancia cerca y la comida lista, sin nada que limpiar salvo la conciencia y sin lugares a donde ir salvo al cuarto de baño, en pijama o como mucho en chandal, con el móvil en silencio, los deseos reprimidos y las persianas cerradas, sin pensar, sin activarse, sin guardarle rencor al tiempo, sin pensar en los amigos ni en las hadas madrinas, sin esperar nada a cambio y sin puentes que cruzar, en silencio, sin carcajadas ni lamentos, sin prisa pero sin pausa, sin alegrías ni depresiones, sin mirar la hora ni calentar el pan, sin miradas furtivas, sin caricias suaves, sin hambre y sin pena, sin gloria y sin razón, sin sed, con poco aire, sin batallas que perder ni guerras por ganar, asimilando el presente, sin ganas, sin fe, sin bandera y sin religión, sin futuro, sin pasado, con ansias de sentirnos nada, sin dios ni ley, sin brujas, sin duendes, sin varitas mágicas ni sueños por cumplir, sin noticias del mundo y sin embargo tan solos.