Revista Cultura y Ocio
Ya pasó con Bárcenas, el tesorero "no name": cuando se hizo incómoda su relación con la cúpula de la pirámide pepera se perdieron las amistades, se olvidaron de su nombre. Afrontas ahora la consigna del olvido, el socorrido "no le conozco" ante la inquisición popular. De pronto has pasado a llamarte "esa persona por la que usted se interesa". Se dirigirán a ti con esa fórmula impersonal , ese trato distante, que pasa del "tú" al "usted", del nombre propio al común. A partir da ahora tu nombre será maldito. Nadie te llamará por tu nombre de pila: está infectado. Te han recortado en los retratos del partido. Han tachado con rotulador negro tu imagen en las fotografías compartidas. Sin esperanza para ti, mejor que te refugies en tus millones atesorados en cuentas negras; que te consueles con negros amigos comprados a lo largo de los años. Duerme arropado por tu negra conciencia: tienes el poder de extender la oscuridad en tu entorno, pues la luz dañaría tus costados: nadie se opondrá a que apagues la luz a tu alrededor. Es la Historia Interminable de la descomposición del mundo; fuiste infectado por el ébola de las tarjetas: las usaste sin traje de protección; olvidaste el protocolo de ladrón minucioso y prudente que siempre fuiste.
Me recuerdas una broma infantil muy repetida por mis sobrinos: esa retahíla que recitaban cuando les pedías que compraran alguna cosa:
- Cómprate un cuaderno (En su caso cámbiese por "Paga a hacienda")
- No tengo dinero
- Pues vete al cajero.
- No tengo tarjeta.
(Ahora tocaba responder: ¡Pues, chúpame la teta!, pero a Rato, que bastante ha chupado ya de la teta pública habría que contestarle)
- Tú lo que tienes es ¡mucha jeta!