Revista Cine
Como si se tratara de Juana de Arco, Coixet da un golpe en la mesa y bandera en mano se sube a galope del activismo más populista para narrar el drama de la pérdida. Tema recurrente y que ya forma una constante en su filmografía aunque desde distintas vertientes. Pero precisamente es algo que no podemos censurar a la directora. Al contrario, es de admiración la forma en la que se inmiscuye en el dolor, hurgando en la herida hasta el fondo para lograr la cura. Unas veces con más acierto y otras, como ahora, con menor atino.
Ayer no termina nunca, título incontestable, es un ejercicio arriesgado que se da de bruces a los diez minutos de su presentación. Arranca con brío. Con imágenes que evocan al mejor Wenders y ahí uno ya se relame vaticinando un suculento entrante. Pero las esperanzas depositadas enseguida se tambalean curiosamente cuando entran en escena dos valientes de la interpretación. Y es que hay que tenerlos bien puestos para lanzarse al vacío con semejante texto y salir airoso. Es sumamente temerario indagar en el dolor más íntimo golpeando con el martillo de la angustia social. Porque a estas alturas nadie debería dudar sobre las intenciones más fervientes de Coixet. Que no nos confundan cuando venden la película como un drama personal con el marco de la crisis económica. No, no es así. Más bien al contrario. La película es un "speaker´s corner" enfundado en un vestido de lágrimas. Un mitin apoyado en nudos de gargantas.
Tampoco hay que echar por tierra la necesaria crítica social y menos en este momento. Sumergidos en plena crisis de esperanza, se hacen necesarias voces como las de Coixet aunque para ello haya tenido que meterla con calzador en un drama marca de la casa. La forma de enfrentarse a la pérdida desde distintos prismas es la base sobre la que se sustenta un filme que pende constantemente de un hilo. Por momentos se arrastra de forma vergonzosa por un blanco y negro que tiñe los pensamientos de los protagonistas mientras que en otros, los escasos, acerca la rabia contenida. Lástima que éstos lleguen tarde de mano de una Candela Peña todoterreno pidiendo a gritos un reconocimiento. La de Gavá compone un personaje de fácil empatía aunque complejo. Una reliquia para una actriz dispuesta a dejarse el hígado en cada toma y precisamente ahí es donde Peña no resulta todo lo convincente que esperaba. Su voz, sus gestos, su mirada acarrean horas y horas de ensayo. Busca la naturalidad pero no la encuentra. Lejos queda la frescura con la que enamoró en Hola, ¿estás sola? (1995). Quién también persigue la espontaneidad es su compañero de reparto. Cámara, al que recientemente hemos disfrutado en Una pistola en cada mano (2012) y Los amantes pasajeros (2013), no brinda una interpretación como a la que nos tiene acostumbrados. Chirría en los momentos de mayor intensidad.
Es evidente que Coixet se ha equivocado de medio para abrir la boca. Apenas sorprende con hermosos planos que forman una constante de su obra y el empleo de la música no cobra ningún protagonismo como antaño. Entonces, querida Coixet ¿por qué no nos has permitido disfrutar de tu buen hacer como directora encima de las tablas de un escenario? Apuesto mucho a que no sólo Candela y Javier te lo hubieran agradecido.
Para obstinados en el universo Coixet.
Lo mejor: el invite a la reflexión sobre la superación.Lo peor: su torpeza en el manejo de servir la amargura.
NOTA✭✭✭✭✭✭✭✭✭✭