"Ardían en tan grande amor de Dios, que aun fuera del tiempo de persecución fueron ceñidos con la corona del martirio, y sin batalla lograron levantar el trofeo, y sin lucha obtuvieron la victoria, y sin certamen lograron el premio".
Ilustración hecha para este blog
por Efrén Sarmiento.
Así habla San Juan Crisóstomo (27 de enero, traslación de las reliquias a Constantinopla; 30 de enero, Synaxis de los Tres patriarcas: Juan, Gregorio y Basilio; 13 de septiembre, muerte; 13 de noviembre, Iglesia oriental; 15 de diciembre consagración episcopal) en una homilía que predicó en honor de estos santos en Antioquía, en año incierto, pues no se conserva la fecha.
Vivieron estos santos en Antioquía, en el siglo IV y bajo el imperio de Juliano, llamado "el Apóstata", por haber renunciado a la fe cristiana para imponer la vuelta del paganismo. Había mandado el gobernador de Antioquía que se hicieran sacrificios y se consagraran las fuentes de la ciudad, así como los alimentos que ordinariamente se vendieran. Los sacerdotes paganos rociaron todo con agua lustral, ante lo cual muchos cristianos se negaron a comer o beber agua de las fuentes, pero pocos de ellos, pues la mayoría prefirió sobrevivir, y los presbíteros para tranquilizarles, les recordaban como dice San Pablo "De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por causa de la conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud. Y si algún incrédulo os llama, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por causa de la conciencia. Mas si alguien os dijere: 'Esto fue sacrificado a los ídolos', no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró, y por causa de la conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud. La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro. Pues ¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por otra conciencia?". (1 Cor 10, 25-28).
Sin embargo, esa exhortación del apóstol no bastaba para nuestros santos, y en una ocasión en que se celebraba un banquete militar, hablaron claramente de la injusticia que cometía el emperador. Compararon a los cristianos con los jóvenes del horno de Babilonia, sobre los que escribe San Daniel (21 de julio), de como habían sido entregados a un príncipe infiel, apóstata y terror de los mortales. Y además, criticaron el ambiente pagano que se vivía desde que el emperador había vuelto a adorar a los ídolos. Muy pronto supo Juliano de lo dicho por Juventino y Maximino, pues ambos eran oficiales de la Compañía de Guardias del emperador. Siendo personas tan ilustres no quiso juzgarles sin más, sino comprobar por sí mismo si era cierto lo que habían dicho de él.
Ambos comparecieron serenos ante el monarca. Y no solo se reafirmaron de lo dicho, sino que además, le recriminaron su política: "Señor, habiendo recibido ambos en el seno de la Iglesia una educación del todo santa, y obedecido siempre a las leyes llenas de piedad, y de religión del Gran Constantino, y de los emperadores sus hijos, no podemos ver, sin gran dolor y sentimiento, que llenéis de abominaciones todo el Imperio, y que con sacrificios impuros manchéis los bienes que Dios ha dado a los hombres, y las cosas más necesarias que les ha suministrado para la conservación de su vida. Por estas desgracias, Señor, hace mucho tiempo que secretamente lloramos, y nos tomamos ahora la licencia de derramar tantas lágrimas su presencia".
Juliano, irritado ante esta reprimenda, mandó que ambos oficiales fueran despojados de sus bienes y estos subastados. Los dos atletas de Cristo le replicaron, según el Crisóstomo: "¿Para qué necesitamos riquezas ni de vestidos preciosos? ¡Aunque sea necesario despojamos por Cristo de nuestro más íntimo vestido, que es la carne, no nos opondremos, sino que espontáneamente lo cederemos". Y efectivamente, les dejaron en la miseria y les metieron en la cárcel. Allí fueron a parar también otros cristianos que apreciaron el gesto de los dos oficiales, y denunciaron la injusticia. Y en la prisión se alentaban unos a otros, oraban y salmodiaban. El emperador mandaba de vez en cuanto a algunos para que les tentaran con promesas de libertad si renunciaban a su fe, pero Juventino y Maximino siempre les rechazaban.
Finalmente, viendo Juliano que la prisión de los santos solo les hacía más respetados entre los cristianos, mandó que los sacaran en secreto de la cárcel y los degollaran, como así se hizo. Juliano fue advertido por algunos de que aquello podía ir en su contra, sabiendo el aprecio que los cristianos tenían de los mártires, así que mandó se publicara que la causa del castigo y la muerte había sido la falta a su autoridad, y no motivo religioso alguno. Pero, sin embargo, los cristianos conocían perfectamente la causa, por lo cual honraron como mártires a ambos santos y levantaron un bello sepulcro en una iglesia.
Y termino con el mismo sermón del inicio. Dice San Juan Crisóstomo:
"¡Visitémoslos con frecuencia! Toquemos su urna y con grande fe abracemos sus reliquias, a fin de sacar de aquí alguna bendición. Porque, a la manera que los soldados, mostrando a su rey las heridas que recibieron en la batalla, le hablan con grande confianza, así estos mártires, llevando en sus manos las cabezas cortadas y poniéndolas en frente, pueden alcanzar del Rey de los cielos cualquiera cosa que le pidan. ¡Vengamos, pues, aquí con grande presteza, con grande fe; para que, habiendo contemplado estos santos despojos y habiendo considerado sus combates, saquemos en todos sentidos grandes tesoros; y de tal manera pasemos esta vida presente, que lleguemos al puerto de la eternidad con grandes mercancías; y consigamos el reino de los cielos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre y juntamente al Espíritu Santo la gloria, el poder, el honor y la adoración, por los siglos de los siglos. Amén".
Fuentes:
-"Las Verdaderas actas de los Martires". Tomo III. Teodorico Ruinart. OSB. Madrid, 1776.
-https://clerus.org
A 5 de septiembre además se celebra a
Santa Raïssa de Antinoe, virgen, y compañeros mártires.
San Bertin de Sithiu, abad.