Sólo los que aman de verdad saben pedir perdón. Hacerlo a tiempo y con sinceridad, acondicionando el mensaje a ese idioma de franqueza que cualquiera comprende, requiere generosidad, respeto por el otro y afecto. Hace falta un corazón de sístole apasionada para aceptar la humillación de ese momento, convertirla en modestia y desarmarse por otra persona. Todo lo que no sea así es mentira. Un arrepentimiento de conveniencia. Un cariño fácil. Un querer mientras nos sea cómodo.
Olvidarnos de nuestro dolor y pensar sólo en el ajeno, dejar de lado nuestra falsa superioridad para volver a nivelar las cosas, tener el cuajo de reconocer los propios errores son la prueba más fiable de la clase de hombre o de mujer que se puede llegar a ser. El perdón es el motivo que nos hace humanos y nos devuelve a la condición de seres erróneos. Quien no perdona no ama y quien no pide perdón aún no sabe lo que es querer de verdad. Sin embargo, siempre hay a quien le merece la pena instalarse en la razón, aunque no pedir perdón signifique ir por la vida pidiendo permiso.
Existen almas abuhardilladas a las que no llega el sentir de otros. Para lo más que dan de sí es para justificarse con una mala retórica cosida de mil mentiras y tratar de convencer. Pero no llegan. Y ellas se lo pierden. El perdón, cuando se practica, sabe como esas conquistas humanas que dependen sólo de uno pero redundan en muchos. Las excusas, en su lugar, suenan como el canto hueco de un pavo real afónico, ese gallináceo fingido que alardea de éxito y, al primer golpe sordo, escapa por la gatera arrastrando esa engañosa cola imperial con que la naturaleza coronó su mediocre existencia.
Y, hablando de pavos, sí, nuestros políticos también son más de excusas que de disculpas. O incluso de escurrir el bulto directamente, sin esfuerzos. El mundo entero se debe de estar preguntando cómo hemos sido capaces de perdonarles que nos hayan situado y para rato en el vagón de cola de Europa, que hayan condenado a cientos de personas a no levantar cabeza, que hayan hipotecado el futuro de miles de jóvenes o que hayan abandonado en la miseria a un tercio de nuestros niños. Sólo por esto último tendrían que ponerse de rodillas y caminar sobre su obra hasta que se les borraran esas ansias de poder que son todo lo que los mueve. Sin perdón. No como el rey Juan Carlos que, como nos quería de verdad, cuando volvió de cazar roto de un costado, nos pidió clemencia a todos. No sabemos si por matar elefantes o por morir bajo los encantos nórdicos de la princesa Corinna. Pero lo hizo. Ahora sólo queda esperar que no tenga que venir en breve el hijo a disculparse también por el candidato que nos ha arrojado a la presidencia como un dardo tranquilizante casero. Aunque, y perdónenme a mí la sonrisa, creo sinceramente que ese nombramiento en segundas nupcias de Pedro Sanchez como rastreator de los votos del congreso nos va a deparar momentos deliciosos.
Para seguir este blog entra en http://www.facebook.com/UnRinconParaHoy y pulsa Me Gusta.