Revista Cultura y Ocio
Con muchos de los discos de Van Morrison tengo una relación absolutamente pasional al modo en que uno entabla pasiones con las personas o incluso con algunos paisajes. Pasional en el sentido vírico del término o en el otro, en el que acude la vocación etimológica, el sentir o el padecer latino de donde procede. Van Morrison es un estado afectivo más que un señor gordo con unas gafas de sol negras y un sombrero calado, muy cinematográfico, que canta con una voz áspera, telúrica, esdrújula y cósmica. Creo que no hay canción de Van Morrison que sea mala del todo. Ninguna que no contenga algo extremadamente hermoso. Como un brochazo de arte puro y sin concesiones, aunque el tapiz en donde trabaja el hombre sean texturas musicales cultivadas en el pop (ese género mediocre, dirán algunos) o en el jazz o en el blues o en el soul o en el country. No hay chasis en el que no trabaja por bien de la canción. Porque Van Morrison es un escritor fantástico de canciones, uno de ésos que las estrujan hasta que no pueden extraerle más emoción ni mejores luces. La música de Van Morrison (insisto en esta línea laudatoria) es un formidable compendio de las músicas que ha parido el siglo XX. De algún modo secreto y maravilloso este hombre perpetúa la labor educativa de su admirado Ray Charles y afina el oído y el alma para que los músicos que lo escoltan en el escenario y en el estudio creen una banda sonora completa, un inventario en donde copulan (alegre cópula, bendito fornicio, gloriosa coyunda) el jazz con el soul y el country con el rock. El último disco (al que le he dispensado dos buenas escuchas) es un regreso a Blue Note, en donde grabó What's wrong with this picture? y en donde se ha fajado el mejor jazz (con permiso de Verve) de la Historia. Born to sing / No plan B es una declaración de principios, una rendición de voluntades, de afectos por la música como un instrumento imprescindible para ser feliz. De acuerdo, Van Morrison no es el tío más simpático del mundo. Es un malasombra de mucho cuidado, pero he aquí al maestro en plena posesión de sus facultades, haciendo que los que estamos ahí, a la espera de algo nuevo, estemos entusiasmados. De los demás no sé nada. De Van Morrison poseo un sentimiento muy egoísta. Como si fuese un hombre que hace discos para que yo los escuche (como ahora) en casa, solo, mientras todos estén en la calle, a un volumen considerable, notando la presión de su voz en doce mil saltos sinápticos. De camino le vuelvo a dar las gracias a mi buen amigo (al que veo poco) Maljamo (he knows) que me puso en la pista de uno de los mejores discos que yo haya escuchado (A night in San Francisco, doble en directo, tre-men-do)