¿Desde cuándo la fama es tan importante? ¿Para qué queremos que una panda de desconocidos sepan nuestros nombres, apellidos, color favorito, y hasta de qué color tenemos el ano? ¿En qué momento el hombre sentenció que el reconocimiento era más importante que los valores morales y, sobre todo, que uno mismo?
A veces me lo planteo. Me lo planteo seriamente, pero no obtengo respuesta. Hubo una vez en la que sucumbí al pensamiento occidental actual, que me arrastraba hacia un mar de dudas, estrés, agobios, y de rechazo hacia mí misma por no poder llegar a ser lo que se me decía que debía llegar a ser.
Dejo constancia de mi fobia hacia el mar, sus olas, y de toda la bazofia que llenaba mi cuerpo noche tras noche cuando me dejaba llevar.
Por primera vez me hago preguntas. Empiezo a notar que lo que buscaba no era lo que realmente buscaba, sino lo que me exigían. Lo que fui hasta hace poco no era exactamente lo que quería ser. De hecho, lo que soy no tienen nada que ver con lo que en el fondo sería mi verdadera esencia.
¿Por qué está mal fumar? ¿Sólo porque mata y destroza el cuerpo? ¿Y si mi naturaleza siente placer a través de la autodestrucción? Nos crearon para acabar muertos, y eso es algo que no podemos elegir. ¿Por qué prohibirnos la elección? ¿Por qué sentimos esa necesidad de vetar los derechos de decisión?
Digamos que la respuesta es simple. Somos humanos, y nuestro ser nos pide ser así de retorcidos. Pensamos, y por el mero hecho de ser seres pensantes, nos adjudicamos derechos que quizás no nos conciernen. Tenemos la mayoría el sentido de la libertad atrofiado, destrozado. Todo por culpa de...
¿A quién le echamos la culpa ahora?