Revista Psicología

“Sin saber qué decir”

Por Rms @roxymusic8
(Image source: hayack.wordpress.com)

(Image source: hayack.wordpress.com)

Hay momentos en la vida en los que no se pueden poner palabras a las experiencias que se viven en primera persona o te transmiten terceros. Otros tantos sólo te permiten esbozar una sonrisa, derramar una lágrima, exultar de gozo internamente o tener sentimientos encontrados en el corazón. ¿Cómo puede ser? Quizás sea por la intensidad de vida, por exprimir el tiempo, por darse, por abrirse a la vida; vida de los demás y Vida de Dios. No se trata de estar en miles de cosas metido, sino el cómo estás en esas pocas donde se desarrolla tu vida. Es la propia experiencia la que me hace ponerle nombre a todo lo vivido y ver qué o quién ha estado detrás haciendo que aquéllo sucediera. Sí, el Jefe tiene la culpa de todo.

Acabamos de estrenar mes y echando la vista atrás me ha hecho gracia comprobar que justo el mes que menos días tiene del año, febrero, ha sido el que haya dado más de sí. No sólo me ha hecho gracia sino que hasta me ha producido vértigo al pensar qué vendrá más adelante, cuántos más regalos y luchas, cuántas más alegrías y lágrimas, cuántos más momentos llenos de vida y experiencias de dolor. Cuántas más caricias y rasguños. Aparte de vértigo también me ha dado una certeza, y no sólo teórica, de que todo aquéllo tiene razón de ser y está custodiado por las mejores manos, brazos y corazones que podríamos desear. Pues, sin desearlo y deseándolo, los tenemos. Aun sin darnos cuenta, sin quererlo a veces, sin experimentarlo, todo aquéllo está bajo el amparo del Cielo. Y aun sin entenderlo en muchas ocasiones, nuestra experiencia de vida tiene esos versos que nos han llevado a ser las personas que somos hoy, y tarde o temprano veremos cómo estaba una cosa conectada con otra y unas personas presentes y no otras.

Cuando vives mucho en tan poco tiempo, ¿cómo se digiere? Lo decía el sacerdote en la homilía, necesitamos tiempo reservado a la reflexión, a la oración, a la meditación, a mirar con otros ojos nuestra existencia. Es inviable querer seguir viviendo sin antes haber intentado poner todo en su lugar, enlazando una cosa con la otra. De otro modo estaríamos en un continuo vivir sin vivir, acumulando sin pensar ni preguntarnos el por qué y para qué de todo aquéllo. Por eso mismo doy gracias por tener un sitio donde acudir a pararme diariamente. ¡Pero incluso es insuficiente! El mismo día te pide y exige seguir rodando. Qué bien que ese mismo día traiga consigo personas con las que poder desbordar y compartir todas esas vivencias. Y ahí uno sí que sabe qué decir. Antes, sólo, no podía; simplemente contemplaba, hacía suyo todo, sentía. Ahora, con ese diálogo, sí puede vivir con todas las consecuencias; en ese diálogo con el Jefe y con esas personas que éste le pone en el camino.

Cuando uno se enrola en la vida propia y en la de las personas que le rodean, es inevitable verse sorprendido por numerosas experiencias y vivencias. ¿Cómo estar sin verse afectado? Imposible. La vida es un afecto. Vivir afecta a lo más intimo de uno mismo, vivir repercute en las vidas ajenas, vivir conlleva afectar al corazón y éste a la voluntad. Las personas nos podemos sostener unas a otras de modo imperfecto en ese compartir y abrir el corazón pero el afecto puro no nace de las personas sino de quien es el Amor: Dios. Y quien sostiene a cada persona de modo perfecto es Él. Ese modo imperfecto es tan necesario como el perfecto, pues somos personas que estamos en el mundo aunque no por ello somos mundanas y con el modo perfecto así lo evitamos. La vida es un afecto. ¿Cómo está tu corazón para recibir el Amor y poder amar?

Sin saber qué decir y querer decir que a través del fallecimiento de dos personas de manera repentina, de la continua experiencia de amor de Dios, de una convivencia con personas que realizaremos un acto importante en nuestra vida, del rezo en compañía que dan lugar a conversaciones abiertas al encuentro, del compartir experiencias de vida con amistades y del dar rienda suelta a las palabras en conversaciones pendientes con familiares, amigos y sacerdote, uno se da cuenta de lo que dejaba entrever al principio: el Jefe tiene previsto todo. Y ver cómo hace las cosas, cómo nos cuida y acompaña en cada una de ellas. Cómo se adelanta y envía ángeles (otras personas) al cuidado de esas amistades con las que no podemos estar. Y de esto va esta nueva entrada, de querer poner palabras a tanto vivido, sentido y compartido con otras personas, sólo o en compañía de Dios y que no se ha tenido tiempo de digerir pero sí de apreciar, de dar gracias y de querer corresponder sin ningún tipo de miedo. El Jefe ya se encarga de todo lo demás.

 


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