Revista Cultura y Ocio
Dos ancianos, un hombre y una mujer, se encuentran sentados a la mesa de una cafetería, dispuestos a arreglar una vieja cuenta que existe entre ellos. Cuando la mujer era una niña, unos pistoleros invadieron su casa y mataron a balazos a su padre y a su hermano. Ella, acurrucada en un agujero escondido bajo una trampilla, consigue escapar a la masacre. Pero uno de los pistoleros, un joven de apenas veinte años, levanta esa trampilla y la descubre. No obstante, guarda el más escrupuloso silencio y salva su vida.Ahora, décadas después, están ambos frente a frente. Ella lo ha buscado por el país y ha dado con él. Cuando lo interroga sobre los motivos que lo impulsaron a cometer aquella atrocidad, cuando la guerra ya había terminado, el viejo replica: “Había un montón de cosas que teníamos que destruir para poder construir lo que queríamos, no había otra forma, teníamos que ser capaces de sufrir y de infligir sufrimiento, quien resistiera más dolor sería el que venciera, no se puede soñar con un mundo mejor y pensar que te lo entregarán sólo con pedirlo” (p.86). Pero la anciana no se muestra dispuesta a aceptar esa explicación de corte idealista o exculpatoria: “La guerra la ganasteis. ¿Éste le parece un mundo mejor?” (p.87).En esta novela del turinés Alessandro Baricco, que traduce Xavier González Rovira para el sello Anagrama, nos encontramos con el habitual estilo elegante, lírico, limpísimo al que ya nos tiene acostumbrados (pueden consultar sus obras Seda o Novecento), que aquí se supedita a la creación de una atmósfera de gran poder visual. Alessandro Baricco construye una ficción inmejorable, donde los protagonistas se expresan con frases cortas y parecen bucear constantemente en un mundo de recuerdos, remordimientos y reflexiones. Se nos habla aquí de derrotas, de equivocaciones, de miedos larvados. Se nos habla de dolores que no pueden ser superados; de infiernos que perduran; de la necesidad de encontrar un paraíso pequeñito al que asirse para no sucumbir a los embates del huracán.
Dotado de una capacidad mágica para sugerir imágenes casi cinematográficas, Baricco nos entrega en Sin sangre un relato bellísimo que se cierra, además, con uno de los mejores finales de novela que he leído en muchos años. Estoy seguro de que querré leerla de nuevo dentro de unos años.