Revista Cine

Sin Swing

Publicado el 25 abril 2011 por Josep2010

Odio los biopics.
Los odio con toda mi alma porque hasta la fecha no he visto uno solo que valga la pena.
No me refiero, por si hubiera alguna duda o algún lector puntilloso, a esas películas que versan sobre personajes históricos como pueden ser Don Quijote de la Mancha, Hamlet o John Long Silver.
En serio: no me refiero a las películas basadas con más o menos rigor en gentes que pertenecen a la Historia con mayúsculas dedicando el metraje a pormenorizar parte de sus actos, sus gestas, y lo hacen mediante un guión que no pretende únicamente enaltecer la figura del protagonista, remarcarla o criticarla pero casi siempre exagerando la apariencia y huyendo de la profundidad.
Naturalmente, hay decenas de buenas películas que se basan en un personaje histórico y no caen fácilmente en la sub-categoría de biopic manteniendo el interés del espectador hasta despertar el apetito por saber más. No hace mucho comentábamos aquí una de esas películas, basada sobre Santo Tomás Moore, y a nadie se le ocurriría calificarla como biopic. ¿O sí?
En mi clasificación particular, designo como biopic a esas películas que claramente son destinadas a contar al gran público las vidas de personas que son archiconocidas y no siempre consiguen interesar tanto como aquello que origina la popularidad de dichas personas, precisamente porque confian en que dicha fama conlleve el éxito del empeño.
Aunque me esfuerzo en rechazarlo no puedo negar que la curiosidad, cuando no el interés, en ocasiones me mueven a tratar de saber acerca de esas celebridades en un acto reflejo de vulgar cotilleo al que después no le doy demasiado valor porque el aprecio por un trabajo bien hecho, sea del tipo que sea, no se ve aumentado ni disminuido por la calidad humana del que lo ha producido.
Y siempre ese afán de cotilleo reconvertido en sentarme a ver un biopic acaba llenándome de tristeza por el tiempo malgastado.
Pero, humano al fin, tropiezo en la misma piedra las veces que haga falta y torpe de mí, bobalicón confiado, doy con mis huesos en tierra una vez más.
Y mira que esta vez ya estaba sobre aviso porque hay un precedente nefasto a pesar de contar con Cary Grant entre sus virtudes.
Sin SwingEl anzuelo de ver la historia del genial peruano Cole Porter sin la mojigata censura que cercenó la versión de 1946 protagonizada por Cary resultó irresistible cuando se presentó la ocasión de ver la película de 2004 titulada como una de sus canciones De Lovely
La presencia de Kevin Kline como protagonista era un reclamo más para enfrentar la película de Irwin Winkler (afamado y reconocido productor cinematográfico) basada en un guión de Jay Cocks.
La vida de Cole Porter, extensa y riquísima en acontecimientos de todo tipo, debería ser un bombón para cualquier guionista: como quien dice, no hay más que escribir los diálogos, porque el resto, sencillamente, es historia y muy movida. Naturalmente lo más interesante es su obra: su música, sus canciones, las comedias musicales que sobre las mismas se montaron, etcétera.
En 1946 Cole Porter asistió al biopic-en-vida Night and Day que resulta ser un tostón de mucho cuidado lo que no deja de sorprender porque incluso los números musicales no tienen garra. En De Lovely hay una escena en la que se a Cole salir del cine con su esposa Linda (Ashley Judd) asegurando que, si sobrevive a esa biografía filmada, sobrevivirá a cualquier cosa. Por suerte para Cole Porter no tuvo que asistir al estreno de la segunda biografía filmada, porque le hubiera dado un patatús.
A pesar que la censura rebaja su presión y la bisexualidad de Cole Porter se muestra sin ambages el guión de De Lovely nunca llega a provocar interés porque una vez más el proceso creador no ha sido representado en pantalla con la fuerza que uno supone a la vista de la creación obtenida.
A ello no ayuda en absoluto la decisión adoptada por quién sabe quien, de permitir que la mayoría (13 de 31) de las canciones de Cole Porter sean canturreadas por Kevin Kline y el resto sean en su mayoría versiones faltas de swing.
Veamos un ejemplo paradigmático, justamente la canción que da título al primer biopic del sufrido Cole Porter: Night and Day: veamos en primer lugar la versión que masacran en De Lovely John Barrowman y Kevin kline y siguiendo la indicación de la propia película, veamos como lo hizo en su momento Fred Astaire, con su poca voz y su mucho swing.
El problema de este biopic, aparte de las posibles inexactitudes históricas (Linda, la esposa, era muy diferente a la jovencita que vemos en pantalla) y la falta de fuerza en la trama que presenta, es que se apoya y no poco en las excelentes composiciones de Cole Porter: treinta y un escenas musicales no son pocas pero, en este caso, resultan un obstáculo más que una ayuda: porque la mayoría de las versiones carecen de interés para el cinéfilo melómano que será conocedor de no pocas versiones para cada una de esas famosas canciones, verdaderos bastiones musicales del siglo XX, composiciones robustas capaces de salir airosas de los experimentos artísticos de toda índole que los grandes genios del jazz aplicaron sobre ellas, conocedores de antemano del triunfo que les daría la buena música de Porter.
La verdad es que uno piensa que incluso el propio Cole Porter, que pudo escuchar sus canciones tocadas con brillantez antes de morir, no quedaría demasiado satisfecho con un producto que pretende reflejarle y darle a conocer al gran público.
Winkler rueda los ambientes lujosos en los que se desarrolló la vida de Porter con detalle y bastante veracidad artística pero se queda en, digamos, la parte privada: el trabajo de Porter en las diferentes canciones y sobre todo su apenas apuntada labor en las comedias musicales de Broadway son presentados como mera anécdota, cuando es el lugar donde lo más interesante del personaje se halla: su fuerza creadora, su visión de la música y el espectáculo musical, su método, pasan desapercibidos, sobrevolados ligeramente. Vemos transcurrir los años de la vida de Cole Porter desde su juventud hedonista en París hasta su vejez inválida pero se nos escapa entre los dedos como la arena del reloj la sustancia misma de su genial entidad y nos queda únicamente el rastro polvoriento y sin interés de su bisexualidad cuando lo importante es su música.
El trabajo de Kevin Kline es muy bueno: demuestra una vez más su dominio de la escena y su interpretación del personaje nos lo hace real: no hay porqué pensar que Cole Porter sabía cantar sus propias composiciones de forma más que aceptable, porque nunca se le tuvo como cantautor, así que el canturreo de Kline no es objetable: lo malo es su reiteración, su insistencia en ocupar escenas cantando; y eso cabe imputárselo a Winkler que pierde el pulso y deja que el ritmo narrativo se le descontrole: ensimismado al parecer en esas versiones edulcoradas de las canciones de Porter, la placidez se adueña del relato y dulcifica una trama que podría ser muchísimo más interesante.
Los trucos técnicos de Winkler para dar continuidad a las escenas acaban pesando como una losa en el metraje porque uno acaba siendo consciente que detrás de una escena melodramática de baja intensidad aparecerá una escena musical de baja intensidad y entonces el esfuerzo de Winkler por dotar al conjunto de ligazón entre música e historia acaba en baldío.
Cabe esperar que la juventud desconocedora de la grandeza de Cole Porter sabrá discernir la genialidad de sus composiciones y acudirá a mejores fuentes, pero será por motivación propia y no por haber sido incitada por una película que se queda en nada, lo que el castizo diría "ni chicha ni limonà".
Mejor hubiera sido limitar las escenas musicales y presentarlas con más garra al tiempo que se le daba mordiente a la trama: este biopic, en manos de Bob Fosse, hubiera sido como poco imperdible, porque la mezcla de música, danza y promiscuidad podría significar en manos de alguien competente una pieza impresionante y ha quedado, en manos de Winkler y compañía, en un pastelito de nata desnatada acompañado por un mosto sin fermentar: débil y soso.
En definitiva: no vale la pena ni siquiera por la música. Mejor cómprense un par de discos de su intérprete favorito versionando a Cole Porter. Sus herederos se lo agradecerán....
Odio los biopics.


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