Sin techo y con lluvia
Vivo en una casita pequeña en el centro de la ciudad. Una casa vieja como ella sola, con un patiecito cubierto y una azotea de muros altos, como un estanque vacío. El techo del patio es de alguno de esos plásticos con nombre propio y a veces, no siempre, cuando llueve, se cuela un hilo de agua que baja los escalones uno a uno y acaba a unos pocos centímetros del desagüe que lo tendría que evacuar. Alguna vez, cuando he ido a encender el termo para la ducha caliente mañanera, mis maldiciones han resonado en el patio igual que la lluvia que interrumpió mi sueño levemente dos o tres veces por la noche. Me irrita.
También me preocupan un poco unos desniveles que hay en la azotea que recogen el agua y hacen que me imagine una microfiltración que el día menos pensado acabará en forma de gota sobre mi cabeza, mientras veo una peli envuelta en una manta en el sofá, así que tomo nota para recordárselo al casero la próxima vez que hable con él.
Los techos altos y la puerta de la azotea abierta para que la perra gestione libremente sus asuntos me congelan los dedos mientras trabajo en el ordenador, así que me levanto a por una taza de café y aprovecho para tomarme un descanso. Es en ese momento cuando escucho esta noticia de Txema Santana en la Ser
http://play.cadenaser.com/widget/audio/000WB0470420141119135833/28
Y pongo a calentar la sopa de pollo que me hizo mi madre y me callo la boca, muerta de la vergüenza.