Revista 100% Verde

Sin título

Por Daniel Rubio @DanielRubioM

ACTO 1       

   Un perdedor. En cuestiones de amor, es lo que he sido siempre. Es incurable. Acabo de mandar a la mierda el mejor plan del mundo, con la chica más bonita del mundo. Digamos, para que amigos y familiares no se enfaden, una de las chicas más bonitas del mundo. Mejor, digamos, una de esas chicas inaccesibles para mí. No importa jugar con ventaja, ni no ser demasiado feo para mandarlo todo a la mierda en un tris.

   Tengo más de treinta, algunos más, digamos, que he pasado la mitad de la treintena. Como ya os he dicho, no soy demasiado feo y tengo algunas ventajas, como cocinar, más o menos limpio, sé poner una lavadora y me acuerdo de tender la ropa sin que llegue a coger moho dentro de la máquina. No terminaba de entender, por qué entonces siempre perdía en el amor, hasta que un día, comiendo en casa de mi aburrida vecina y casera septuagenaria, comprendí qué hace funcionar la maquinaria de una mujer por dentro, bueno, qué hace funcionar la maquinaria sería demasiado pretencioso por mi parte afirmarlo, peeeeeero, sí comprendí un poquito cómo funciona. Mi vecina, o casera, fumaba como un carretero, empalmando uno tras otro, estaba claro que o le gustaba el riesgo, o tenía prisa por morirse. Era aburridísimo comer con ella, pero era mi casera y que viviese justo en frente de mí era práctico en algunas ocasiones como la de ahora, que tenía la nevera pelada. No penséis mal, esto es una larga historia que nunca os contaré. El caso es que mientras ella encadenaba cigarros como si no hubiese mañana, con Pipo en el regazo, su yorkshire, dijo:

   —Mira, Jorgito —Jorgito soy yo, pero Jorge es más adecuado—, los hombres no valéis nada al lado de alguien como Pipo. Pipo es fiel, no se queja jamás, Pipo me ama tal como yo soy, y no me creas si no quieres, pero Pipo me comprende mejor que ningún hombre me ha comprendido jamás, y no se pasa el día dando por el culo con sus problemas más allá de llevarlo a la puerta de la Sofía para que mee y cague.

   Quizá debería haber omitido las últimas quince palabras, bueno, las últimas veintiocho, aunque ya que está dicho, eso me sirvió para empezar a comprender qué hay ahí dentro, no lo habéis visto, pero cuando he dicho eso he señalado mi cabeza. Y me ha enseñado alguna cosa más que no me ha quedado del todo clara, pero ya iremos viendo si eso.

   El día anterior pasé un buen rato en uno de esos sitios de contactos donde lo superficial rebasa límites insospechados, y donde además esos ratos pueden ser igual de dolorosos que una cita real, con la ventaja de que no es necesario quedar como un caballero y no tienes por qué invitar a nadie a una copa o a un restaurante, siendo algo más económico. Al final todo era más o menos lo mismo, recibo un mensaje, contesto, no tengo foto, chica pide foto y entonces ella se da cuenta de que no se ha sentido atraída por mi texto, que dicho sea de paso, era bueno, y como ya os he dicho, coño, tampoco soy tan feo, mi madre siempre me ha dicho que soy bonico. Amor de madre.

   Aquella tarde, mi vecina estaba exageradamente dadivosa y tras la botella de vino, vino la botella de cava y tras acabar el cava, el whisky, y ya no sigo porque podría seguir creando un trabalenguas y yo aquí he venido a hablar de mi libro, digo, contar mis cosillas. A lo que iba, que pierdo el hilo: Mi vecina y casera dadivosa me estuvo ofreciendo alcohol sin parar a lo largo de la tarde y en un momento dado dijo que ya no podría sacar  a Pipo al parque de perros. Supongo que las botellas de vino y cava provocaron algún tipo de efecto secundario en mi cerebro, y cuando habría dicho “ha estado muy bien, es hora de irme a casa, muchas gracias”; dije “no se preocupe que yo me llevo a Pipo al parque”.

   Soy un caballero, esa es la verdad.

   En el parque, a pesar de que la señora, vecina y casera me había advertido de que no era conveniente soltar a Pipo, ¿qué podía hacer yo si el pobre animal lloraba y gemía de dolor al ver a aquella perrita? Soltarlo, no iba a permitir que mi nuevo amigo sintiera lo que es la frustración sentimental y sexual. Lo que yo no sabía, es que Pipo no era Pipo, sino que debería haber sido Pipa y lo que  yo pensaba que era una terrier resultó ser un terrier. En fin, que si bebes no conduzcas, ni pasees perro desconocido. Yo estuve mirando alrededor, entre haciéndome el tonto ante los acontecimientos, y como que buscaba al dueño del simpático terrier que estaba enganchado a Pipo… ¿pa?


   —¿Qué haces Sultán? —Gritó alguien justo detrás de mí.
  
      ¿Qué le respondes a alguien que está viendo claramente qué está haciendo su perro?

   —¿Quedamos mañana, cuando yo vaya menos borracho y hablamos del tema? —Eso le dije yo.
  
   Ella me miró de reojo y acto seguido yo miré al cielo, entre haciéndome el tonto o más borracho de lo que ya iba, cuando pensaba que ya no miraría, fui yo el que la miró de reojo, peeeeeero, vaya, o el tiempo se había detenido, o esa tía tenía más paciencia que un búho de grandes ojos vigilando la noche, porque todavía tenía su mirada clavada en mí. Y encima no me contestaba, sólo me miraba de reojo y como iba borracho, pues no sabía si lo hacía con asco o con curiosidad o si acaso había quedado prendada de mi barbita de tres días; vete tú a saber, yo sólo sé que me dio un acojone impresionante y me vi obligado a añadir:

   —No me mires así que me estoy poniendo colorado y entre eso, las ganas de mear y que tu perro se está follando a Pipo, creo que voy a vomitar.

   Todavía hoy me sigo preguntando el porqué de mis palabras y, honestamente, no tengo ni idea de por qué dije eso cuando yo, en realidad, lo que quería decir era: no me mires así que yo también me he asustado porque ese perro, perra, no es mío y no tengo ni la más mínima idea de qué le voy a decir a su propietaria, mi casera, sin que me mate.

  
  


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