Revista Cultura y Ocio

Síndrome de Diógenes

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Síndrome de Diógenes
Hoy toca Diógenes. Tengo apuntada la entrada desde hace meses, cuando en algún momento de desaliento comprobé la cantidad de objetos inútiles que acumulo. Más concretamente, pues, la entrada de hoy estará dedicada al Síndrome de Diógenes.
Pero no podemos desligar el Síndorme del personaje en que se inspira. Para documentarme sobre este cínico (de la escuela filosófica de la ciudad griega de Sinope, y concretamente del gimnasio Ciosarges donde solía enseñar Antístenes, su fundador), he recurrido a la información en red. Es curioso que, cuando uno se compromete en tratar un tema (sobre todo si ha de escribir sobre él), estudia y aprende con una eficacia incomparablemente mayor que en el obligado estudio académico habitual, ¡Y además se divierte!. La escuela cínica (kínicos, procede de la palabra griega "perro" y ellos la adoptaron ya que sus comportamientos se asemejaban al de los perros) y sus discípulos fueron famosos sus excentricidades, por su aguda crítica social, la composición de numerosas sátiras o diatribas contra la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad griega de su tiempo y la práctican de una actitud muchas veces irreverente (la llamada anaideia). Los esoticos fueron influídos fuertemente por los cínicos, pero en vez de permanecer en una postura crítica respecto a los males de la sociedad, los estoicos se aplicaron a la práctica de la virtud.
En la Edad Contemporánea el cinismo también aflora en los comprotamientos sociales. En 1930, Bertrand Russell, en el ensayo sobre el cinismo juvenil, pudo describir la medida en que el cinismo había penetrado en las conciencias occidentales en masa, y puso acento especial en las áreas parcialmente influidas él: la religión, la patria (el patriotismo), el progreso, la belleza, la verdad. La primera mitad del siglo XX, con sus dos guerras mundiales, ofrece pocas esperanzas a las personas que deseen adoptar un idealismo diametralmente opuesto al cinismo.
Pero es hora ya de presentar a la estrella más deslumbrante de este movimiento: Dógenes de Sínope. Hijo de un banquero, fue expulsado de la ciudad por un delito de falsificación de moneda. Se trasladó a Atenas donde se presento ante Antíostenes (fundador de la escuela cínica y antiguo discípulo de Sócrates) al que insistió tanto que, finalmente, le aceptó como discípulo. Diógenes vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que vivía en una tinaja y que de día caminaba por las calles con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres” . Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco (hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él). Puso en práctica de esta manera la idea cínica de autosuficiencia: una vida natural e independiente a los lujos de la sociedad. Según él, la virtud es el soberano bien. La ciencia, los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio de su filosofía consiste en denunciar por todas partes lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debía tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades. Curiosamente, en estos tiempos de calenturas independentistas, se le considera inventor de la idea del cosmopolitismo, porque afirmaba que era ciudadano del mundo y no de una ciudad en particular.
Así que éste es el personaje que presta su nombre a un síndrome curioso que, en relación con el estilo de vida del autor, tiene en realidad muy poco. 
Definen los profesionales el Síndrome de Diógenes como "un trastorno del comportamiento que afecta, por lo general, a personas de avanzada edad que viven solas. Se caracteriza por el total abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación en él de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos"
Pase lo de vivir como un perro (por el abandono de su cuidado), pero completamente desacertado para explicar el aislamiento social (Diógenes vivía entre la plena agitación del ágora, y dormía en los soportales de los templos, a la vista de todos) y el desprendimiento de todo lo accesorio era su filosofía vital.
Este síndrome tiene un componente obsesivo compulsivo relacionado con la tendencia a guardarlo todo, a almacenar y acumular objetos. Yo puedo reconocerme moderadamente en estos síntomas:  mi buhardilla está repleta de libros y carpetas, mi garaje rebosa de cajas con herramientas, botes de tornillería, frascos, botellas... El altillo que construí al efecto está abarrotado de cajas con contenidos inverosímiles... ¿Realmente necesito todo esto? Evidentemente no ahora mismo, pero ocurre que en el futuro siempre tenemos que echar mano de alguna de estas cosas... La pregunta práctica: ¿merece la pena guardarlo con el costo de su organización y mantenimiento, al doloroso precio del metro cuadrado de las viviendas? Otra cosa sería disponer de una nave industrial  (posiblemente ampliaría el campo de objetos a guardar y sería peor... ¿verdad?;  me doy perfectamente cuenta de ello, pero el síndrome es así: irracional)Tengo una larga historia de acumulador: en mi biografía son muchos los momentos de "rebuscador", "basurilla", "reciclador de deshechos"... En la antigua cuadra de la casa del pueblo guardo infinidad de enseres de dudosa utilidad, en uno de los colegios donde enseñé pretecnología dejé en herencia una sala llena de materiales de deshecho (cables, tablas, tapas, fundas de rotuladores...), actualmente en el colegio me encargo de la biblioteca y me crea tensión la necesaria tarea de expurgar los ejemplares viejos o desfasados...
 Sin embargo puedo vivir, como Diógenes, en una leve tienda de campaña (incluso me agrada), evito la mayoría del equipaje prescindible cuando viajo, salgo con lo puesto, paso de las cinco estrellas en los hoteles, de los cuatro tenedores... esta tendencia ascética quizá me salve. Y respecto a las costumbres y esclavitudes sociales soy más bien un "cínico". Del "Síndrome de Diógenes" me quedo con la segunda parte, con el nombre y el pensamiento del filósofo y su estilo de vida (en mi caso muy descafeinado). Y no puedo acabar sin reflejar aquí el apodo que,  de niño, me adjudicaron mis compañeros de cole: "El filósofo". Si lo hicieron por humillarme, lo adopto: Filósofo como Diógenes (y a mucha honra).  

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