Revista Opinión
El señor X (llamémosle así obviando la indiscreción) vivió durante largos años despreocupado, feliz, convencido de que sus convicciones políticas eran el sustento de su integridad y valía. No daba su brazo a torcer, pese a que muchos amigos, familiares y extraños perdonaban sus accesos de dogmatismo con disimulo y no poca resignación. El señor X desconocía la enfermedad que padecía hasta que durante una visita rutinaria al médico le fue revelado que era objeto de una dolencia muy común en países occidentales, la mayoría de las ocasiones inocua y difícil de detectar por el propio paciente a no ser que éste sea permeable a los consejos ajenos: el síndrome de negligencia unilateral.
El sujeto aquejado de esta enfermedad es incapaz de detectar, orientarse o responder a estímulos provenientes de ideas, opiniones o creencias contrarias a las suyas. Algunos neurólogos creen que esta dolencia está causada por una lesión cerebral en el lóbulo parietal que provoca que el paciente pierda la percepción del lado izquierdo de su cuerpo. Se peinará solo el lado derecho de su cabeza, comerá solo el lado derecho de su plato, se rascará solo con su mano derecha. La izquierda deja de existir. Sus extremidades están perfectamente, pero las que oscilan a su lado izquierdo son incapaces de reconocerlas. Incluso se enojarán si les haces ver que solo usan su lado derecho. Ellos creen que son personas normales y no les falta razón del todo, ya que este síndrome es común a muchos ciudadanos del planeta. Es más frecuente aún que la gripe o el resfriado. Sin embargo, la cotidianeidad de sus síntomas hace que resulte improbable que las personas que lo padecen recurran a la ayuda de un profesional que les pueda asesorar.
Es probable que usted mismo padezca esta enfermedad y aún no se haya dado cuenta. La obstinación con la que el enfermo defiende sus convicciones hace difícil la posibilidad de cura. Si se le lleva la contraria, se intenta refutar sus ideas o siquiera se manifiesta ante él una leve desaprobación, los síntomas no harán sino agravarse. Sus adversarios ideológicos siempre están equivocados, sus políticas son malignas e ineficaces, su forma de vida, incoherente e inmoral. Si se te ocurre contradecirle, escupirá sin pudor su deslenguada procacidad. Y si asientes ante su maletín de mandamientos, estarás igualmente perdido, ya que avivará su verborrea autocomplaciente.
Los enfermos aquejados con el síndrome de negligencia unilateral no tienen ideas, las ideas les poseen. No conciben que existan en el mundo individuos que opinen y actúen de manera diferente a ellos. Todo es o blanco o negro, o están con ellos o contra ellos. Tolerancia, escucha activa o empatía son conceptos ausentes en su diccionario. El Gobierno, si es contrario a su ideología, siempre actúa mal, a destiempo, motivado por oscuros intereses o cegado por su arrogancia o ineptitud. Aunque estén de acuerdo con alguna de las decisiones del Ejecutivo, nunca reconocerán compartirla y por supuesto no se les ocurriría en ningún caso apoyarla ni pública ni privadamente. Su voto lo mantienen con celosa virginidad y se sienten orgullosos de no haber sucumbido ante aquellos que discrepan de su biblia de certezas. El paciente que sufre negligencia unilateral es terco, autista y propenso a la incontinencia verbal, aderezada de múltiples recursos manipulatorios, como falacias, sinécdoques, metonimias y demás trucos retóricos con los que logra convencer a un público falto de reflejos. Le encanta hablarse a sí mismo. El diálogo es para él un deporte de frontón con un solo jugador en cancha; el resto somos auditorio. Odia la democracia participativa y el disenso, la pluralidad y la libertad de expresión. En lo referente a religiones, tradiciones y banderas, con una basta, la suya. Las diferencias, migraciones y mestizajes le asustan.
Si detectas que alguien cercano a ti padece esta enfermedad, te lo ruego, no intentes convertirlo, contradecirle o recriminar su actitud. La dialéctica no hace sino agravar los síntomas. La mejor opción es obviar su discurso, dejar que sus palabras se las lleve el tiempo. Ni siquiera asientas a sus aseveraciones. Mantente templado y tranquilo y deja que la falta de saliva y de aforo que le aplauda le hagan desistir y callar. No hay otra receta, os lo aseguro.Ramón Besonías Román