Es un concepto bien conocido y aceptado que, cuando niños, nosotros aprendemos comportamientos positivos y negativos por medio de la programación de nuestros padres. Es importante aclarar, sin sombra de duda, que nuestros padres, que inconscientemente nos programaron, aunque sean la causa, no tienen culpa.
Ellos también fueron programados por sus padres; antes también lo fueron sus padres… Somos todos culpables de nuestros comportamientos, y sin embargo ninguno de nosotros tiene la culpa. Es una circunstancia desdichada que pasa de generación en generación.
El concepto de amor negativo, que acuñó Bob Hoffman en 1967, explica gran parte de los padecimientos de los individuos en relación con la influencia de los padres.
Los especialistas definen al amor negativo como el impulso humano más paralizador; es la adopción de las conductas, estados anímicos, características y mensajes negativos de nuestros progenitores. Cuando los padres educan a los hijos, no como quienes son realmente, sino como ellos desean que sean, se gesta dentro de los niños, adolescentes y jóvenes el amor negativo.
La lc. Berta Sperber dice: “El amor negativo es la evidencia de la persona de sentirse indigna de ser amada, que viene de haber sentido que sus padres no lo reconocieron como quien era realmente, sino que se dedicaron a educarlo como quien debía ser. Desde ahí la persona se desconecta de su propio ser y empieza a trabajar -desde muy chico-, para satisfacer las expectativas de los padres o, si sufrió mucho en la infancia, para rebelarse y ser lo opuesto a aquello que se esperaba de él”.
Desde que los padres educan y forman a sus hijos con ideas predeterminadas de cómo deben ser cuando incurran en el mundo adulto, los hijos luchan denodadamente por satisfacer los deseos interminables de los padres, lo cual los aleja de lo que realmente son o quieren ser, provocando a largo plazo una rebeldía en los hijos que los llevan a ser lo totalmente opuesto a lo que los padres desean.
“En la obra “Por tu propio bien” de la doctora Alice Miller, aunque no se identifica explícitamente el síndrome de amor negativo, se defiende la premisa de que la programación infantil es la razón de la conducta negativa. En su libro anterior, “El drama del niño dotado”, relata una interesante anécdota sobre Marie Hesse, la madre del famoso poeta y novelista Herman Hesse.
En su diario, Marie Hesse describe cómo sus padres consiguieron anular su voluntad a los cuatro años. Más tarde el comportamiento desafiante de su hijo Herman a esa misma edad le producía tal sufrimiento que se vio “obligada” a tomar medidas contra el niño. Hasta que Herman cumplió los quince años, Marie intentó anular la voluntad de su hijo igual que su madre había hecho con ella, Llegando incluso a meterlo en un correccional «por su propio bien», como para decirle a su propia madre: “Mamá ¿me querrás ahora?”. No es más; que otro ejemplo rotundo de cómo se transmite el amor negativo de generación en generación”.
Esta experiencia afectiva contradictoria de los hijos con sus padres provoca una paradoja emocional debido a los deseos que tienen los padres de moldearlos a su imagen y semejanza, ofreciéndoles amor a cambio del cumplimiento y acatamiento de las reglas y condiciones impuestas y preestablecidas respecto a la formación de la personalidad del niño. El amor condicional por parte de los padres estigmatiza a los hijos, configurando a largo plazo a personas dispuestas a entregarse en nombre del amor siempre con condiciones, aceptando chantajes para ser aceptados y amados, aunque esto implique acoso moral, manipulación y utilitarismo emocional.
Debido a la influencia del amor negativo muchas personas dejan de creer en si mismas, viviendo sus vidas con problemas de autoestima y relaciones contradictorias. Todo este contexto emocional en los hijos se debe a la crianza impregnada de mandamientos obligatorios por parte de los progenitores.
Ahora, creo imprescindible que una persona para amar libremente, sin chantajes afectivos, debe despojarse del estigma del amor negativo ya que esto le impedirá desarrollar relaciones afectivas dichosas. Indudablemente para recuperar la conexión con los demás debemos valorarnos a nosotros mismos, porque quien no tiene una buena relación intra-personal no puede llevarse bien con los demás.
De hecho, el verdadero amor no impone leyes ni chantajea al otro sino que simplemente busca el bien del que esta enfrente antes que el propio. Hay que entender que el amor negativo es una adicción compulsiva que mina nuestra capacidad para amar libremente. Todos tenemos derecho a ser aceptados y reconocidos con nuestras particularidades y nuestra idiosincrasia. Cada uno es capaz de elegir el propio camino. Podemos recibir consejos de los progenitores pero cada uno de los hijos elegirá sus preferencias y por cual senda caminar. Nadie puede obligarnos a cumplir determinadas reglas para darnos amor a cambio.
Todos los seres humanos merecemos ser amados por los demás y el amor negativo es una programación negativa que degrada a los hijos y los vuelve incapaces de amar incondicionalmente. “Lo emocional no es elaborativo, dice la lic. Berta Sperber así que no necesita meses ni años de maduración: necesita “ver”. A diferencia de nuestro intelecto, que precisa tiempo para comprender, analizar, elaborar… lo emocional no, y la grabación que produce el rechazo del propio ser está en el plano emocional.
Allí donde se abre la experiencia emocional, la persona empieza a recibir mensajes de qué le pertenece y qué no, qué fue aprendiendo y qué no.
Así nos damos cuenta de quiénes no somos, rompemos con una serie de creencias, prejuicios y valores mal entendidos y desde lo emocional captamos que somos seres amorosos, dueños de un amor sin condiciones, con una capacidad de compasión y perdón para los demás y para nosotros mismos que nos hace muy poderosos”.
“Nunca llegarás a ninguna parte”; “No vales para nada”; “No hay nada que hagas bien”; “No eres nadie, nunca tendrás éxito, ni lo intentes, ¿para qué molestarte?”; “Eres un perdedor”; “No mereces amor”.
Los hábitos de autoanulación crean a su vez la base sobre la cual fundar la actitud de “tirar la toalla” y preparan el camino hacia la resistencia a recibir ayuda. En lugar de responsabilizarse de su propia resistencia, los alumnos suelen transferirla a los demás y a culparlos. Es como cuando uno se golpea en la cabeza con la puerta de un armario de la cocina y después la cierra furiosamente de un portazo. Esto sucede sobre todo cuando entre las características del alumno se encuentran las de “criticar, juzgar y culpar” a los demás. Con estos comportamientos uno opone resistencia y anula el verdadero Yo interior.
Esto perpetúa la neurosis, ese estado de sentirse indigno de amor. La rueda del infortunio ya ha dado una vuelta completa. ¿No fue el mensaje “Soy indigno de amor” el que empezó todo este absurdo? Basta con aplicar la pauta de invalidación al Proceso para que la profecía vuelva a cumplirse y nos derrote; también se podría esgrimir para perpetuar la actitud “pobre de mí, mártir y víctima”. Sin embargo, cada rasgo negativo tiene un uso positivo.
Por ejemplo, al hacernos concientes de nuestra inconsciencia, podemos aplicar la pauta de anulación para anular la anulación misma y soltarla temporalmente. Así descubrimos que es posible superar la barrera de la resistencia tozuda, saltar al campo de la autovaloración positiva y emprender el camino hacia la paz y la serenidad interiores.
Cualquier programación puede desprogramarse, siempre hay esperanza de vivir la vida con paz y amor en el presente y en el futuro.
Lo tenemos todo, nuestro verdadero yo positivo está siempre con nosotros. Desgraciadamente nuestros padres, debido a su propia negativa de la infancia, no sabían cómo alimentar nuestra esencia de perfección, sus padres tampoco nutrieron las suyas, nunca les enseñaron a respetarse y a amarse, ¿cómo iban a enseñarnos algo que no sabían? Si hubieran podido honrar su esencia, habrían honrado la nuestra y la habrían cuidado con amor incondicional y un fuerte sentido de seguridad interna.
Una vez descubierto; analizado e investigado el síndrome del amor negativo como el «virus» que produce el “cáncer” de los comportamientos y rasgos negativos adoptados, la solución empieza a despuntar. La clave está en la palabra adoptados, porque significa que no son innatos ni genéticos. Lo que se adopta puede desadoptarse. No es fácil, pero es posible.
Una puerta de ingreso a ese viaje interior que propone el método es hacerse preguntas sobre la niñez. Por ejemplo:
- ¿Sentís que fuiste un hijo deseado?
- ¿Mamá y papá estaban presentes, pero no totalmente disponibles?
- ¿Fuiste abandonado/a por divorcio o muerte de tus padres?
- ¿Cómo eras de niño?
- ¿Cuánto importaban en tu casa el dinero, el trabajo, el éxito, la sexualidad, el status, la salud, la limpieza?
- ¿Qué transmitía el lenguaje corporal de tus padres? ¿Eran abiertos y comunicativos? ¿Se escuchaban?
- ¿Recordás que tu madre o tu padre te hayan abrazado y dicho que te amaban mucho?
- ¿Cómo eran tus padres cuando estaban enojados?
- ¿Cuál era la figura de autoridad y qué sucedía si se desafiaba?
- ¿Cómo se comportaba tu familia cuando estaba deprimida?
- ¿Tus padres eran estables o corrían todo el tiempo ?
- ¿Qué pasaba si estabas enfermo?
- ¿Quién era la víctima del sistema familiar?
- ¿Qué hacían tus padres cuando vos y tus hermanos se portaban mal?
- ¿Había rivalidad entre los hijos?
- ¿Cómo reaccionaban cuando traías el boletín?
- ¿Mostraban el sexo como algo saludable y limpio o como algo que había que temer u ocultar?
El Proceso Hoffman vuelve conscientes los modelos infantiles. “A partir de la adolescencia, repetimos compulsivamente una sucesión de imágenes formadas desde la concepción y hasta la pubertad -dice la psicóloga- que funciona como visión indiscutible de la realidad.”
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