Síndrome del domingo.

Hoy ha sido uno de esos días "raros". He estado todo el día esperando que llegara la noche para ver dormir tranquilo a mi angelito, que hoy no paraba de llorar y berrear y yo me he levantado cansadísima  (mi segunda regla post-parto está siendo abundante, igual que la primera). Pero al final, como me pasa siempre en días como estos, cuando por fin le tengo en su cunita, durmiendo con una inocencia que ya la quisiera yo para mi, me siento un poco culpable por tener poca paciencia, por estar cansada y por sentirme un pelín aliviada por tener un ratito para sentarme tranquilamente a hacer una compra online al Mercadona, leer mis blogs pendientes y escribir esta entrada.
Esta dualidad es muy mía. Por un lado, estoy deseando pasar tiempo con él, ver todos sus progresos, hacerle reir y, por supuesto, mimarle cuando necesita consuelo. Pero, la paciencia tiene un límite y el mío, lo reconozco, no está demasiado alto. Así que hay veces que acabo desquiciada. Espero que no me convierta en mala madre decir con sinceridad que no hay nada que me resulte más irritante que el llanto de un bebé, incluso si se trata del mío.
Es increíble lo vacía que parece la casa cuando él está durmiendo y lo raro que me parece.  No me gusta, me resulta extraño. Tanto que voy cada veinte minutos a ver cómo sigue, si se ha cambiado de postura, si se está clavando el chupete en la nuca (no sé qué mecanismo especial tienen todos que acaban clavados en la nuca o en la espalda del bebé portador), si se ha pegado demasiado a los barrotes...
Pues nada, ¡ya pasó el domingo!, y aquí estoy, experimentando, como todos los domingos por la noche, mi particular síndrome,  porque mi marido se va a trabajar el lunes, sí, pero yo me quedo aquí sola con mi angelito, mis bichos y mis tareas del hogar, para lo bueno y para lo malo. Siempre pienso: bueno, ya mañana lunes, a ver qué tal se nos da la semana. Quien piense que una mujer de baja por maternidad está ociosa, ¡no sabe lo que dice!.