Revista Cultura y Ocio
Cuenta una leyenda que fueron cuatro los Reyes Magos. Tras haber visto la estrella en Oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad cargado todo en los lomos de su camello. Tras varios días de camino, se internaron en el desierto. Una noche, les sorprendió una tormenta. Todos se bajaron de sus monturas y, tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal, refugiados detrás de los camellos, arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey buscó amparo junto a la choza de un pastor. Por la mañana, aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha, pero los Magos habían quedado divididos y Artabán no aparecía por ninguna parte. Mientras, nuestro cuarto Rey se encontraba frente a un gran dilema al ser requerido por el anciano. Si ayudaba al buen hombre con sus asuntos, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus camaradas; él no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado, su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?