La vida para mí no tiene explicación, es una pura contradicción. Muchas veces paso largos ratos reflexionando profundamente sobre algunos conceptos como pueden ser la justicia, el amor, la felicidad, … Da casualidad de que siempre llego a una conclusión negativa, además muchas veces me da la sensación de que es mucho más terrorífica de lo pienso. Sigo dándole vueltas a la conclusión y llego a otra, así durante un tiempo. En el momento de encontrar otra, me digo a mí mismo: “Antonio, para, que el que busca la verdad tiene el castigo de encontrarla”.
La vida no tiene sentido, somos un puñado de átomos organizados. Científicamente nuestro ADN está menos avanzado que el maíz. Nada tiene sentido ni siquiera esta entrada. Probablemente cuando haya muerto, esta entrada, estas palabras, estas letras seguirán ahí por internet mientras que yo ya no exista. Luego, el idioma avanzará y estas grafías no se conrresponderán con el idioma existente. ¿Para qué tener o no tener faltas ortográficas? También existe la posibilidad de la extinción del ser humano. Ah, no; mejor dicho, el ser humano se extinguirá tarde o temprano. Toda nuestra cultura quedará olvidada y el Universo volverá a concentrarse en un único punto. Está claro que ser consciente de todas estas verdades es negativo para el hombre, todo lo que hemos hecho, hacemos y harémos no servirá para nada; absolutamente para nada.
Está claro que indagar por el camino de la verdad muy malo para el hombre. Conocer todo esto nos autodestruye, nos llena de abulia y de ataraxia. Por ello es por lo que he decidido olvidarme de las antedichas conclusiones y reflexionar hasta un cierto límite. Pensaré a partir de ahora en que la eternidad no existe y que todo lo que haga será efímero. Para ser feliz debo conformarme con que todo tiene un límite.
Por otro lado, en occidente nos están vendiendo contínuamente la comparación, la productividad, la competitividad, en ser el mejor, en tener más, en ser más guapo o guapa, en tener la mejor reputación, en ser el más sabio, … Relojes, horarios, teléfonos que suenan diciendo: “cógeme”
Por tanto, tengo que luchar también en contra de todo eso. Necesito una libertad máxima, necesito no saber la hora, no tener en mente una idea que me amarge, no autocoaccionarme por presiones externas. Tengo que olvidar de mi mente la idea de infinitud, sustituirla por la idea de que todo es efímero.
Mi conlusión definitiva es la siguiente. Hay que aumentar los niveles en las hormonas cerebrales que proporcionan la felicidad. Hay que encontar la mejor manera de sentirse bien en la vida, descubrir qué es lo que nos hace ser felices y repetirlo a menudo. Por ejemplo, aunque esta entrada no tenga sentido a mí me desahoga y por ende, soy un poquito más feliz.