Revista Cultura y Ocio
Hacía más de veinte años que no volvía por allí. Y sigue siendo un sitio bonito para ir. Para ir y para volver. O ir y volver desde una ciudad con más vida a partir de las siete de la tarde, cuando se queda casi vacía, las tiendas cierran y en los bares no hay casi nadie, y menos, tomando una cerveza. Ir y volver desde, por ejemplo, Lisboa. Y me he acordado del poema de Fernando Pessoa y de aquello de «Vou a passar a noite a Sintra por não poder passá-la em Lisboa / Mas, quando chegar a Sintra, terei pena de não ter ficado em Lisboa». También me acordé de esos versos de Álvaro de Campos conduciendo, claro, por la carretera de Sintra hacia Mafra en un viaje frustrado por un horario intransigente para ver la grandiosa biblioteca del Palacio Nacional. «Yo, el conductor del automóvil prestado, o el automóvil prestado que conduzco? / En la carretera de Sintra al luar, en la tristeza, ante los campos y la noche, / mientras conduzco desconsoladamente el Chevrolet prestado, / me pierdo en la carretera futura, me sumo en la distancia que alcanzo, / y con un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible, / acelero... / Pero mi corazón quedó en el montón de piedras del que desvié al verlo sin verlo, / junto a la puerta de la casucha,/ mi corazón vacío, / mi corazón insatisfecho, / mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida. / En la carretera de Sintra, al filo de la medianoche, al luar, al volante, / en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación, / en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra, / en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí...» (Traducción de Ángel Campos Pámpano). El sábado, en los medios, un asunto principal: la mala gestión de los incendios del domingo 15 de octubre. El primer ministro António Costa y su discurso en la televisión por la noche. «Governo não mobilizou todos os meios no dia mais perigoso do ano», titulaba Expresso, que traía un informe sobre todo lo que falló en Pedrógão Grande (hasta treinta ítems). Tristeza. Y alegría también por volver a Portugal, a sentir la amabilidad y dulzura de su gente, por pasear por primera vez por un lugar que no era visitable cuando yo estuve en Sintra hace más de veinte años, la maravillosa Quinta da Regaleira que su rico propietario Augusto Carvalho Monteiro —también bibliófilo y filántropo— ideó con el arquitecto Luigi Manini a comienzos del siglo XX. Merece la pena acercarse —andando desde el centro de Sintra— a ese lugar imponente.