Bajo Bachar el Asad vivían en Siria 22 millones de personas hasta el inicio de la guerra civil, en marzo de 2011, cuando quienes protestaban contra la opresión y la corrupción del régimen comenzaron a ser sobrepasados por los mayores machistas del mundo, los yihadistas y los terroristas de Al-Qaeda.
Lo que le facilitó la simpatía de muchas mujeres, especialmente las cristianas, más libres, aterrorizadas por los asesinatos y brutalidades de los fanáticos.
Damasco, la capital del califato omeya, conquistador de España, es menos hostil a la mujer gracias a que la secta musulmana de la familia Asad, la alauita, es más tolerante que el sunismo mayoritario.
Este fin de semana se celebraron elecciones presidenciales en ese país protegido de los ayatolás iraníes y enemigo de Israel, y que cuenta con la simpatía de Putin: aparte de las razones estratégicas, buena parte de los 2,2 millones de cristianos sirios son ortodoxos.
Las imágenes fueron reveladoras: desde la atractiva esposa del dictador hasta millares de mujeres que votaban en distintos lugares presentaban la belleza árabe femenina sin las ataduras que la esclavizan en otros países musulmanes.
Muchas acudían con la cabeza alta, orgullosas, melena ondeando, sin velo, chador, nikab o burka.
Pero los países occidentales liderados por EE.UU. quisimos derrocar con la guerra ese régimen dictatorial en lo político, pero relativamente liberal en las costumbres y modos de vida.
Encontramos una resistencia feroz de Asad, que respondió a las agresiones con todas sus armas, incluidas las químicas, aunque nuestros aliados de la oposición usaron iguales métodos.
Como el dictador parece estar ganando, muchos yihadistas salidos desde Europa, ahora derrotados, vuelven para atacarnos a nosotros: ya están haciéndolo.
Acaban de detener a seis de nacionalidad española, paro hay otros durmientes, esperando sus 11M.
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