El auge del Sorteo de Navidad llegó en una época en la que los españoles ya no pasaban hambre, pero sí vivían dificultades bastante insalvables si no se trataba de un golpe de suerte como el que el Gordo de Navidad, cada 22 de diciembre, proporcionaba. Le tocó en suerte a muy pocos, claro; pero los detalles de aquellos escasísimos afortunados se comenzaron a dar en profusión -no era gratuito- por parte de la prensa. No sólo se publicaban listas de números premiados, biografías lacrimógenas de los agraciados y extensos reportajes gráficos sino que, además, muchos periódicos locales disponían tableros públicos que se iban actualizando con cada premio para que todos aquellos que pasasen por enfrente dieran cuenta del sorteo: en Gijón lo hacía el VOLUNTAD, en el céntrico café Alcázar (Corrida, 29). No en vano podríamos asegurar, sin temor a equivocarnos, que a la lotería le llegó la fama de mano del fin de la posguerra (1949 es el primer año en el que ocupa la portada de la prensa gijonesa) y le tocó el gordo con el desarrollismo: en los años 60 los reportajes del día después alcanzaron su máximo esplendor. Para muestra, un botón.
1958. Tercer premio a Arnao y Gijón. Ilusiones por partida doble
Peloteo sublime. El VOLUNTAD aterrizó en Arnao, a la factoría de la Real Compañía Asturiana, donde había tocado una serie del tercer premio, y se encontró a los obreros trabajando “magníficamente bien en esa empresa, que por algo tiene el título de modelo.” También tocó en Gijón, diez millones, donde a algunos la suerte les llegó por partida doble: Alfonso González, orensano de 29 años, tuvo que dejar a los periodistas para irse corriendo al Instituto de Puericultura, donde se disponía a nacer su primer hijo. ¡Las alegrías nunca vienen solas!
1960. El tercero llegó a Navia.
El tercero, 13.140, se fue a Navia: siete millones y medio de pesetas, en total, repartidas por Juan Antonio del Río, dueño de un bar, y por la Comisión de Festejos del pueblo. Las anécdotas, múltiples; “una sirvienta, gran aficionada a las variedades (…)” hubo de optar por acudir al teatro o jugar a la lotería… y ahí la tenían el 23 de diciembre, finalmente, en portada del VOLUNTAD, con treinta mil pesetas extra en la cartera.
Foto: Establecimiento de Juan Antonio del Río (Navia)
1962. El Gordo más feo de la historia. Gijón e Infiesto
Número feo a rabiar: el 675 fue el que cayó Gordo aquel año, y fue a parar a Infiesto, a manos de los hermanos Forcelledo –uno del Sporting y el otro del Oviedo-, que festejaron el golpe de suerte invitando a café en el restaurante Gran Vía. Habían sido agraciados con más de cuatro millones de pesetas de la época, que emplearían para ampliar el taller. Al día siguiente, sin embargo, volverían al trabajo. “Los compromisos son los compromisos”. Y tanto.
Foto: El padre de los Forcelledo, con la serie premiada
También tocó el 675 en el Mina Cantiquín, un vapor cargado de carbón atracado en el Musel donde, semanas antes, el número había sido objeto de no pocas chanzas: se lo envió la novia a Francisco Arades, joven gallego de diecinueve años, y éste dio parte a su padre, contramaestre del buque, al fogonero, Manuel Lago, y al cocinero, Arturo Alonso. El premio, de varios millones, les permitió dejar el ingrato trabajo en el barco y buscarse ocupaciones más relajadas. Manuel Lago, el fogonero, también se fue. Además, decía, emplearía el dinero para comprar ropa para vestirse bien, arreglar un poco su casa y ayudar a sus padres y hermanos.
1964. Una miss, un mecánico y los curas carmelitas. El quinto premio, a Gijón.
No les cayó el Gordo, pero sí un quinto premio -el 56.434- a los Padres Carmelitas de Begoña, en Gijón, que, organizado todo el percal por el padre Exiquio, habían comprado y distribuido seis series del número para obtener dinero para reformar su iglesia. Lo consiguieron, claro, y sus participaciones dieron un modesto, pero sabroso, pellizco en Novedades Alonso, en la Cafetería Capri, en el Stella Maris, el Sumer de la calle 18 de julio o en la confitería Sucursal de J. de Blas, que, curiosamente, había sido robada hacía solo unos días: los ladrones se llevaron el dinero, pero no los boletos que serían premiados. ¡Por un pelo! Más agraciados. Sabino Alvarez, conocidísimo inválido que repartía ilusión con su carrito, eternamente sentado en una esquina de la gijonesa Conde de Guadalhorce. Repartió, también, el cuarto premio. Y Consuelo Naves, para la que aquel año, desde luego, era de suerte: en verano fue elegida Miss Calzada, y ahora le habían tocado 20.000 pesetas del cuarto premio, 14.520. Descorchaba una botella de champán, emocionadísima, en Casa Carril –allí se habían vendido los décimos- cuando llegaron los del VOLUNTAD. A pocos metros, Ángel Cerviño, futbolista aficionado y, en el día a día, mecánico soldador, al que habían tocado en suerte ochenta mil pesetas. Ahí es nada. O Angelina Suárez, ilusionadísima porque el pellizco iba a permitirle pagar lo que le quedaba de deuda de su pequeña pescadería en La Calzada. Pequeños parches que llenarían grandes agujeros de intranquilidad.1965. Felicidad en la Carriona: el Gordo que llegó de Madrid.
La ilusión llegó a la Carriona (Avilés) en la carta que Florencio, hijo de Emeterio Rodríguez y su esposa, María Amelia, les remitió a sus padres poco antes de la Navidad. En ella, mil pesetas en dos números de la lotería de Navidad que el padre, humilde pero generoso, repartió entre decenas de personas: de las 500 pesetas del 49.873, que a primerísima hora del 22 de diciembre salió elegido el Gordo de las navidades de 1965, le quedaban apenas unos duros. “El mismo día que recibí la carta”, declaró, sin perder un ápice de alegría, “regalé cincuenta pesetas del número que resultó premiado con el gordo a cada uno de mis hijos… también he dado quince pesetas a Nieves Pérez, dueña del Bar Nuevo (…) 25 a Antonio Rodríguez, dueño del Bar Buenavista,” (en realidad, habían hecho intercambio de números) “quince pesetas a un compañero de trabajo…” Emeterio Rodríguez, el afortunado al la generosidad hizo que no lo fuera tanto al final, trabajaba por aquel entonces en Montajes Nervión, en subcontrata con Ensidesa, de vigilante, y tenía a los hijos repartidos por el mundo, como tantos otros padres de familia de la década. Una hija, Felisa, en Alemania, que se había venido días atrás en tren, sola, con su bebé en brazos; el otro en Alcalá de Henares, otro en Barcelona y, para el único que le quedaba en la Carriona, tenía pensado invertir lo ganado, precisamente, en emigrar: con sus padres, a Barcelona. Esperanzas sencillas, humildad extrema: a la hija “alemana”, en realidad, lo que más ilusión le hizo fue enseñar a los reporteros la colección de acuarelas y figuras de madera que hacía su padre en los ratos libres. Emeterio sonreía. Había llevado la suerte por toda la Carriona y, con aquellos pequeños detalles, llenó de ilusión a muchas personas: a los dueños del bar Nuevo, Nieves Pérez y su marido, que invertirían lo ganado en arreglar el bar; a Antonio Rodríguez, natural de Tineo y propietario del bar Buenavista… eran otros tiempos, duros, en un barrio pobre. Pero aquella Nochebuena pudieron comprar champán. Y aquello, tan poca cosa, les hizo ser las personas más felices sobre la faz de la tierra: poco más se podía pedir.Iluminación navideña. Gijón, 1963
¿Qué sería de nosotros sin ilusión? ¿Qué habría sido de todos ellos, en aquellos tiempos grises? No están todos, pero están bastantes de los que quisieron hablar y compartir su buenaventura con aquellos no premiados que, año tras año, jugaban a la Lotería de Navidad con la esperanza ingenua de dejar de trabajar al día siguiente. Ingenua, sí, pero de la que nunca se pierde, como ha de ser. ¿Y tú, lector? ¿Ha tocado algo esta vez?