Revista Opinión
Sartre llamó a la esperanza “sucia” y tenía toda la razón pero yo considero todavía más acertado hablar en estos términos del miedo. El miedo es lo que nos hace a todos subir todos los días esta jodida roca hasta la áspera cumbre sólo para que la muy puñetera se nos escape y caiga una y otra vez hasta el fondo. O sea que todos somos unos asquerosos sísifos cobardes y que por eso lo merecemos todo. Yo vivo aterrorizado por el miedo a morir y es este cochino miedo el que me está jodiendo la vida. Camus en El hombre rebelde nos lo arrojó a la cara: el único problema real, el gran problema que el hombre se plantea es el del suicidio. Si tuviera cojones, si tuviéramos cojones y cada uno de nosotros eligiera a uno de esos canallas que hacen como que nos gobiernan y fuera decididamente a por él, inmolándose con su homicidio, es muy posible que toda esta jauría de perros hambrientos que no se sacian nunca de robar actuara de otra manera. Pero el hombre teme insuperablemente a la muerte. No sé muy bien por qué y eso es precisamente lo que me gustaría averiguar con este puñetero post. ¿Por qué tememos tanto a la muerte? ¿Qué es eso tan terrible que tememos que se halle más allá? ¿El infierno? ¿Es eso, es esa jodida fábula lo que nos atemoriza de esta manera? Si así fuera, si es así, porque lo admito ya, de antemano, paladinamente, no me considero capaz de dilucidar ciertamente si se trata de esto, este temor, quizá el más irracional de todos porque no es posible que el mayor número de los mortales que no hacemos aquí otra jodida cosa que sufrir sintamos miedo al infierno ¿por qué, qué hemos hecho para merecer un castigo eterno, acaso hay en nuestras pequeñas e insignificantes vidas de meros esclavos una culpa suficiente para tanto premio? Ayer, mencionaba yo, de pasada, una breve lista de hombres egregios que se fueron de aquí, dando el más sonoro de los portazos. Angel Ganivet se tiró al río Dvina, en Riga, donde era cónsul español, después de habernos legado una de las obras que se consideran precursoras de la generación del 98. Mariano José de Larra lo hizo más fácil y más rápido, se pegó un tiro, después de escribir, entre otros muchos, aquel artículo que sintetiza la esencia de nuestro carácter, “vuelva v. mañana”. Stefen Zweig, en Petrópolis, junto a su esposa, desesperados ante el futuro de Europa y su cultura (después de la caída de Singapur), pues creían en verdad que el nazismo se extendería a todo el planeta, un 22 de febrero, se suicidaron. Zweig había escrito: "Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra." Y algo semejante hicieron los Koestler y Walter Benjamin. Todos ellos no pudieron soportar este asco insuperable que a veces nos produce la vida.