Revista Cine

Sitges 2014 (cuarta parte)

Publicado el 06 noviembre 2014 por Heitor

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El jefe de motores y el niño ochentero llevaban cuatro películas en el cuerpo y el reloj de la iglesia daba las nueve de la noche. Cinco películas asomaban a la vista en aquella eterna jornada de gamberrismo y cinefagia. Las fuerzas aún sostenían los párpados de nuestros protagonistas, pero sabían que aquello no podía durar. En algún momento, su voluntad flaquearía y la perspectiva de ovillarse en la butaca y echar una cabezada los tentaría como una serpiente onírica en el edén del cine friki.

¿Conseguirían aguantar? Enseguida lo sabremos.

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Varias historias que se van uniendo, con algunos saltos temporales para delante y para atrás.

Una chica que se fía de su noviete y accede a un fajo de billetes vendiendo su alma al diablo. Una agente inmobiliaria que pretende ver un apartamento en el que continuamente se le aparece una chiquilla de capucha roja. Una artista, hermana de la agente inmobiliaria, de carácter huraño y esquivo, que pretende descubrir qué ha pasado en dicha casa.

Varias historias que, quizá por separado y desarrolladas, pudieran haber tenido su interés, pero que, unidas, parecen un batido de ideas mal aleado, con tropezones que dificultan su ingesta. Porque, aunque hay buenos momentos salpicando esta cinta de terror guionizada y dirigida por Nicholas McCarthy, los cambios de contexto provocan que vayamos perdiendo el hilo.

Algo que, en principio, podría jugar a su favor, el no dejar claro cual de las tres mujeres es la protagonista de la historia, juego que bordaba Hitchcock en “Psicosis”, acaba pesando de forma negativa. En este caso, ninguna de las tres tiene el poder empático suficiente como para acabar sufriendo con sus más y sus menos con el señor Belcebú.

Y hablando del Señor del Mal, las motivaciones de su personaje me resultan incomprensibles. Un tipo que necesita un huesped para que dé a luz al Anticristo y para ello tiene que sellar un pacto sin coaccionar a la otra parte pero que, a partir de un punto, puede hacer lo que le salga del rabo acabado en flecha que tiene. Con unos poderes para corromper, matar y pegar palizas que hacen que sea absurdo el que necesite un retoño en la tierra.

En fin, que la primera de la noche fue una película desaprovechada hasta el tuétano.

HOUSEBOUND

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La siguiente propuesta llegaba desde nuestras antípodas con una buena dosis de humor negro y mala leche y una protagonista punkarra, malhablada y con un serio problema de contención de la furia que nos cae muy bien desde el minuto uno.

A Kylie le pilla la poli cuando está atracando un cajero automático a base de fuerza bruta y le caen unos meses de arresto domiciliario, con su tobillera electrónica incluida, en la vieja mansión en la que viven su madre y su padrastro. Como, obviamente, no le hace ni puñetera gracia, se dedicará a hacerle la vida imposible a todo habitante de la casa… incluidos unos supuestos fantasmas que comienzan a manifestarse, tocándole aún más los ovarios.

La película se hace querer a base de antihéroes y un retorcido sentido del humor de lo más británico. Todos los invitados a la función tienen un carácter definido y, tanto las personalidades como los hechos inexplicables que comienzan a suceder, dan lugar a situaciones cargadas de humor negro. La ya mentada protagonista, la madre cotilla, el padrastro bonachón, el policía flipado, el vecino malrollero, el psicólogo condescendiente… una tropa a cada cual más peculiar que enriquecen la cinta.

Quizá hay algún momento hacia la mitad en la que el argumento pierde algo de fuelle con momentos de relleno, pero siempre hay algún nuevo gag que nos devuelve la sonrisa, hasta que llega ese final alocado y repleto de giros a mitad de camino entre una novela de Agatha Christie y un capítulo de Muchachada Nui.

THE EDITOR

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Sabíamos que este momento iba a llegar. Ese esperado instante, recurrente en todo festival de género que se precie, en el que te das cuenta de que algún director ha decidido utilizar el cine como instrumento de tortura. Suele ocurrir a traición, cuando las fuerzas se hallan mermadas, el pompis no encuentra postura en la butaca y Morfeo empieza a susurrarte nanas al oído.

La tradición no falló. En el momento más inoportuno, llegó el horror. Si hubiese sido antes, hubiese dado tiempo a irse y dormir siesta. Si hubiese sido la última del maratón, nos hubiésemos ido a planchar la oreja sin ningún tipo de remordimiento.

Pero era la primera película del maratón y, tras asistir con los ojos como platos al comienzo de aquel chiste malo y sin gracia, sólo pudimos adoptar una posición fetal y tratar de filtrar el brutal volumen de la cinta, buscando un ínfimo descanso para afrontar las dos siguientes.

Hablar del argumento no tiene mucho sentido. Por un lado, porque aquello parecía no tener ni pies ni cabeza y por otro, porque nos negamos a gastar capacidad retiniana en aquello. Iba de un editor manco de películas en un rodaje con un muerto y unos policías y un montón de actores malísimos con diálogos pésimos que hacían cosas absurdas, todo esto con fotografía setentera y una producción de serie mucho más allá de la Z.

¿Por qué, Ángel Sala? ¿Qué te hemos hecho?

STARRY EYES

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Por fin, los títulos de crédito del anterior engendro aparecieron en la pantalla y, tras un breve descanso, nos volvimos a colocar en la butaca dispuestos a cenarnos la siguiente película y, Deo gratias, el panorama cambió radicalmente.

Una aspirante a actriz con un talento no demasiado desbordante, trata de conseguir su primer papel para introducirse en el mundo de la actuación. Mientras tanto, tiene que comerse su orgullo trabajando como camarera en un local de comida rápida con un jefe grimoso y condescendiente y compartir su tiempo libre con una troupe de artistas que le recuerdan que aún no ha llegado a nada.

Su suerte parece cambiar el día en que se fijan en ella para un papel, en plena crisis nerviosa, pidiéndole la intensidad que demuestra cuando no le dan el papel. Ve delante de ella la puerta a la fama, sin embargo, quizá al otro lado no se encuentre el mundo de fantasía y relumbrón que espera.

La película tiene un aroma malsano que va intensificando su olor a medida que avanza. El ambiente claustrofóbico que rodea a la protagonista atrapa e inquieta y cada paso que da en ese camino hacia la fama o la locura, provoca que nos encojamos un poco más en la butaca, pensando que que la cosa no puede acabar nada bien.

Es ese ambiente, tan bien conseguido, a través de la demacración física y psicológica de la actriz, la que suma enteros a la película, metiéndonos en un mundo pesadillesco a ratos deudor de las idas de pinza de David Lynch.

JULIA

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No se puede empezar más al lío. Una enfermera tímida y apocada es seducida por el médico guaperas y lo sigue hasta su apartamento. Allí es drogada, golpeada, violada y acaba medio muerta en alguna playa.

Esto sucede en los primeros diez minutos de película.

A partir de aquí, la pobre muchacha es despojada de su ego y de su seguridad y tendrá que ser el descubrimiento de un extraño club de terapia para esta clase de casos el que la lleve a emprender un camino de reparación de la psique, por una parte, y ya que estamos, de venganza, por qué no.

Una película que roza, que nadie se me soliviante ni se me enfade por el palabro, el ambiente feminazi. Un estado mental en el que esta mujer pasa de ser un ser perdido y apocado a una verdadera mantis religiosa, un ser que domina su sexualidad y la utiliza para castigar o dominar a los hombres.

La idea de este club secreto de mujeres de bandera enfundadas en cuero y liderado por un gurú sin rostro es lo más potente de la peli. La parte en la que ella empieza a recibir sus primeras lecciones y cómo lidia con sus deberes mantiene atrapado, pero el relato empieza a perder energía en la parte de la venganza, aunque consigue mantener gran parte del interés gracias a unas imágenes crudas, que no escatiman violencia y su pizca de gore.

Esto y un final en forma de bomba de neutrones cuya onda expansiva deja K.O. y una fotografía nocturna y con el brillo del charol, hicieron que la última experiencia, allá por las cuatro de la madrugada, fuera muy llevadera.

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Y así acabó la gran batalla. Nos quedaban menos de cuatro horas de sueño, cuatro películas y un tren de vuelta a la rutina.

Una rutina que, a aquellas alturas, vislumbrábamos como un sueño lejano. Muy lejano.

Sueño.

Zzzzzzzzz.


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