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Sitges 2016 (II): Fantasías integrales

Publicado el 25 noviembre 2016 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS
Cine fragmentario, imágenes cosidas a costurones

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De nuestra anterior entrega podría extraerse que no hubo en esta edición de Sitges más que cine fragmentario, imágenes cosidas a costurones (31) o recogidas en estampas alucinatorias (The Neon Demon). La realidad es que un puñado de películas se postularon a contracorriente de esta tendencia predominante, ofreciendo visiones integrales, cohesionadas y, quizá debido a ello, de dudosa relevancia en un audiovisual darwinista. Así, Safe Neighborhood (Chris Peckover) pasó por mero entretenimiento lo que ameritaba una sólida incursión en uno de los territorios peor explorados en los últimos años, la comedia de terror. En su regreso tras Undocumented (2011) —un torture porn pacato y a destiempo a propósito de los espaldas mojadas y los infiernos que les cierran el paso a la prosperidad—, Peckover no desaprovecha esta vez la oportunidad de conectar con el público mediante una vuelta de tuerca al subgénero de home invasion. Pensada para arder en el primer visionado, Safe Neighborhood planta en cada secuencia la semilla de la incertidumbre, base común de los registros de suspense y de comedia con los que juega en un escenario tan cerrado como las miras de sus personajes. 
manejar ciertas claves genéricas retro


Similar habilidad para vadear aguas genéricas exhibió Under the Shadow, ópera prima del iraní Babak Anvari con el trasfondo de los bombardeos que padeció la población civil de Teherán durante la guerra entre Irak e Irán. Aunque la integración del drama con lo sobrenatural y su circunscripción a un único edificio brindaron comparaciones con Dark Water (Hideo Nakata, 2002), urge poner en valor la principal aportación del film: Under the Shadow es cine social que, a diferencia del grueso de producciones comprometidas que llegan a las salas de V.O., no busca aliviar conciencias, sino presentar un círculo de opresiones —machistas, religiosas, bélicas— solo horadado por mitos ancestrales que resuenan con el terror que sufren a diario mujeres como la protagonista. Una valentía de la que también hizo gala The Love Witch (Anna Biller), experimento cuyo erotismo kitsch modulado por el cine de Mario Bava invoca la complicidad del espectador, listo para gozar de un relato de crimen y brujería... hasta toparse con una seria disquisición sobre las expectativas vitales a los que nos aboca nuestra condición de hombre o de mujer. Pese a que Biller manifiesta problemas para manejar ciertas claves genéricas retro (más restrictivas de lo que cabría pensar), al menos estos derivan de la dificultad de mantener una actitud reflexiva hacia dichas claves, y no irónica ni mucho menos nostálgica como dicta la moda.
Sitges 2016 (II): Fantasías integrales
Y si hablamos de hacer un campo de juegos sobre la tierra quemada de un subgénero, la británica The Girl With All the Gifts (Colm McCarthy) rescata la temática de zombis de la vía muerta donde se agostaba al calor de realizadores oportunistas, y la devuelve a un plano filosófico al que ni siquiera Romero lograba retornar. M.R. Carey —autor del guion y de la novela en la que se basa— lleva la premisa más allá del survival y sus convoluciones dramáticas, galvanizándola con un, llamémoslo, neohumanismo para el que el ocaso de unas instituciones llama a crear otras más acompasadas con la evolución del ser humano. McCarthy vuelca su bagaje de la televisión en aspectos narrativos tales como el manejo de la tensión y la empatía con los personajes, salvando el discurso de su discreta pátina visual. Esta prevalencia de la tesis sobre la imagen se observó incluso en cintas de estética cuidada como Raw, merecido premio a la mejor dirección novel para Julia Ducornau. Con el título de shocker bajo el brazo tras impactar en Cannes y Toronto por alguna cruenta escena, la conversión de una joven vegetariana al canibalismo se ciñe a un relato de coming of age al que se supeditan tanto el gore como los escasos tics de género. Este enfoque dramático, junto a la deprimente ambientación —el entorno estudiantil y sus cafres novatadas remiten a la Carrie de De Palma— y su fotografía contrastada de tonos fríos, inmersiva en la desasosegante experiencia de la protagonista, nos devuelve al New French Extremity, aquella ola que nos trajo títulos notables como Alta Tensión (Alexandre Aja, 2003) o Martyrs (Pascal Laugier, 2008) y de la que Ducornau nos hace dudar si no se enterró antes de tiempo.
Y de Japón llegaron astros todavía más desalineados de la actual constelación del fantástico. Shin Godzilla, el reboot nipón de la franquicia de la célebre criatura radiactiva de Toho, alcanza la singularidad que uno esperaría del autor de Neon Genesis Evangelion, serie que marcó un antes y un después en la historia del anime. Ayudado por Shinji Higuchi, eficiente artesano del blockbuster japonés, Hideaki Anno recupera las connotaciones políticas inherentes a los films de la serie, actualizándolas a los tiempos de un Japón sumido en una crisis de identidad, aletargado por la tecnocracia y perdido en la escena internacional. Desde un montaje frenético y unos tropos deudores de Evangelion a un nivel profundo —no solo a modo de homenaje como Pacific Rim—, Anno expone una sociedad en estado de emergencia como lienzo de imágenes bellas y desafiantes, las cuales abren horizontes de mayor amplitud que los vislumbrados por Guillermo del Toro, Gareth Edwards o Nacho Vigalondo, tanto para el kaiju eiga como para un fantástico ensimismado. No cabe albergar la misma esperanza respecto a la trascendencia de Daguerrotype (Le secret de la chambre noire), la primera producción francesa de Kiyoshi Kurosawa (Pulse). Y no por su inferior calidad, sino al contrario: a la espera de más tiempo y visionados para valorarla en su justa medida, nos hallamos posiblemente ante la obra maestra de Sitges 2016, cuya concepción de la puesta en escena responde a una personalidad tan marcada que impide cualquier exportación literal. Durante su metraje vienen a la cabeza los nombres de Tourneur, Cronenberg o Dieterle, pero la sorda belleza de esta historia de fantasmas termina por desenvolverse en el mismo plano existencial donde arribaban obras tan dispares del propio Kurosawa como Eyes of the Spider o Journey to the Shore. Un espacio cinematográfico donde el tempo se dilata y el guion se abandona a la lógica interna de sus almas, despertando en el espectador esa conciencia de uno mismo inalcanzable por memes del audiovisual contemporáneo tales como los perfect shots, Tumblr o aquellos planos-isla de los que hablábamos en la crónica anterior, donde se apelmazan los restos del naufragio del género. Si lo fantástico es una sublimación de la realidad, el cine lo es del tiempo que no cesa de desarticularla. A ella y a sus imágenes. 
continuará...Álvaro PeñaSitges 2016 (II): Fantasías integrales

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