Un artículo de Adriano Calero.
BAJO EL INFLUJO DE LA LUNAEl Festival avanza a paso firme y, película tras película, los días se suceden a un ritmo vertiginoso en la ciudad costera de Sitges. Un film amanece y otro clausura la noche y, mientras tanto, sueños y pesadillas iluminan la pantalla extasiando al personal. Hasta la adicción. En una repetición orgiástica que aporta y desgasta, pero que no se detiene… De momento. Pues el mañana es incierto. Pero lo importante está en el pasado inmediato, en su programa y visionado, donde los enamorados del séptimo arte seguimos encontrando suficientes recuerdos para todo un año de reflexión cinéfila. Apenas estamos situados en los primeros días de certamen, pero ya se han podido ver, dormir y disfrutar las suficientes películas como para que el pertinente análisis nos detenga en una escritura a compartir. Tal vez así consigamos poner un poco de orden y un mucho de ilusión en la gran programación de este año que, como mi colega Carles ya anticipó, llegaba con mucha fuerza post-pandémica. Y sigue apretando.
Pero empecemos por el principio, por la declaración de intenciones que todo festival de cine propone: la inauguración. Una obra elegida como el pistoletazo de salida que no siempre consigue irrumpir sonoramente como el disparo que se pretende. Aunque este año no ha sido el caso. Tras su paso por el Festival de Venecia, Mona Lisa and the Blood Moon inauguraba la 54ª edición de nuestro querido festival local y no sólo rugía en Sitges más allá del alcance del gorila, sino que corregía los errores del pasado. En calidad, tras la inauguración que le precede (la descafeinada Malnazidos) y en paridad, porque volvemos a celebrar que es una mujer, la directora Ana Lily Amirpour, quien ha inaugurado este certamen. No ha sido la primera, pero han tenido que pasar más de dos décadas para seguir haciendo justicia. La encargada de hacer historia fue la directora canadiense Mary Harron, quien, en el año 2000, inauguraba festival y nuevo milenio con su adaptación de American Psycho, la impactante novela de Bret Easton Ellis.
Aunque Amirpour es la primera que manifiesta su rechazo a las imposiciones del momento: “Tampoco quiero que los festivales empiecen a elegir directoras para cubrir cuota. Pero no puedo negar que me alegra la noticia; de ese modo, otras chicas jóvenes creerán en sí mismas, en su capacidad para lograrlo también”. Del mismo modo que la directora creyó en sus capacidades cuando conformó su ópera prima y el jurado de Sitges del 2014 se lo agradecía con una Mención Especial. Porque Amirpour repite en el festival por segunda vez. Tras su original aportación al género vampírico titulada Una Chica Vuelve a Casa Sola de Noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014), esta cineasta de origen iraní, nacida en Inglaterra y criada en EEUU, nos ofrece mucho más que la necesidad de un cambio. Inaugura porque es buena y lo ha demostrado, pero sobre todo inaugura ya que su última película no podía ser más acertada para un festival como éste y para una edición cuyo leitmotiv es el hombre lobo.
Es este un año marcado por los aullidos en las salas y por la proyección de películas como El Hombre Lobo (George Waggner, 1941), La Bestia (Walerian Borowczyk, 1975), Un Hombre Lobo Americano en Londres (John Landis, 1981) y la más reciente actualización del mito Eight for Silver (Sean Ellis, 2021). Y así, con la licantropía como eje temático en Sitges, Mona Lisa and the Blood Moon nos ofrece la magia del fantástico, aporta originalidad y, entre otros elementos, recurre a la luna como motor de transformación. Sea de sangre o no.
NOCHES DE NEÓN, TECHNO Y CAMARADERÍA
Mona Lisa and the Blood Moon nos cuenta la historia de Mona Lisa Lee (interpretada por la actriz Jun Jong Seo, quien también repite en Sitges tras protagonizar en el 2018 la magistral Burning de Lee Chang Dong), una joven coreana cuyos superpoderes despiertan bajo el influjo de la luna. Pero ni su cuerpo se cubre de pelaje animal, ni sus extremidades acaban en garras. Son capacidades telequinéticas las que aparecen ante el satélite de la Tierra y es gracias a ellas que consigue escapar del manicomio en el que estaba inicialmente encerrada. En su huída aparece en la ciudad de Nueva Orleans, donde encuentra a otros personajes sedientos de aventura y de comprensión, a cuál más variopinto, entre los cuales destacan un camello de puerta de supermercado (como los de Kevin Smith) amante de la fluorescencia y del techno (Ed Skrein), el típico policía come rosquillas que se obsesiona con nuestra protagonista (Craig Robinson), la curtida stripper que la acoge en su casa mientras busca cómo rentabilizar sus superpoderes (Kate Hudson) y el hijo de dicha bailarina nocturna, quien, a pesar de su corta edad, fluye principalmente entre el “Sludge Metal” y los cómics eróticos, y resulta el más sensato de todos (Evan Whitten).
Todos ellos son aparentes estereotipos que, en manos de Amirpour, resultan seres únicos, animales nocturnos familiarmente desconocidos. Individuos impelidos por la luna y por la transgresión de Nueva Orleans, otro personaje más. La película retrata la ciudad bajo el filtro de la saturación cromática, mientras la nocturnidad atraviesa la pantalla de oscuridad y amoralidad. Y de diversión… Amirpour nos presenta una ciudad húmeda y alucinada, tan festiva y caótica como peligrosa, tan llamativa como las luces de neón que salpican la imagen. Se siente la influencia de un cierto cine de aventuras propio de los 80 y los 90, del fantástico y de todo aquello que ofrecía el pulp en general, pero, a diferencia de en Una Chica Vuelve a Casa Sola de Noche, en Mona Lisa and the Blood Moon no se perciben las costuras de la amalgama de géneros y referencias que la han forjado. Hay acción, hay suspense y humor. Hay un reflejo de la vida (al borde la misma) lleno de ternura e ironía que recuerda a la mirada cargada de extrañeza del mismo Jarmusch. Y a su simpatía por los marginados. De hecho, Mona Lisa and the Blood Moon podría perfectamente suponer la sexta historia de Noche en la Tierra (Night on Earth, 1991).
De este modo, Amirpour reflexiona sobre las herramientas necesarias para sobrevivir en este mundo, estableciendo la libertad como la meta a alcanzar y la amistad como aprendizaje redentor. Pero en la película hay un elemento claramente unificador y es la música. Música fundamentalmente electrónica, que hará las delicias de los amantes del techno. Y para los más clásicos, Mona Lisa, canción escrita por Ray Evans y Jay Livingston para la película de la Paramount Capitán Carey (Captain Carey U.S.A., 1950), la cual ganaría el Premio de la Academia a mejor canción original. Mona Lisa abre (y cierra) la película y presenta la atemporalidad de nuestra protagonista. La música narra en manos de Amirpour: "a veces tengo la canción antes que la escena. Y cuando escribo un guión, a medida que investigo para cada personaje, acabo haciendo viajes musicales inesperados. Bottin y Rodion fueron capitales en el tono de la película.” He aquí un interesante diálogo musical entre un DJ italiano y un compositor ruso, que se suma al ya mencionado tándem de rock y electrónica que encarna el séquito de Mona Lisa Lee.
Para Amirpour todo vale si hay equilibrio: “cuando hago una película, espero que, por un momento, mientras sea vista, todo sea auténtico y bueno. Pasa lo mismo si juntas la música adecuada, la droga psicodélica adecuada y el lugar adecuado”. Pasa que te gusta y repites. Por eso vale la pena recordar la despedida entre Mona Lisa y el maravilloso personaje al que da vida Ed Skrein. En vez de un adiós el camello le dice “nos vemos en escena” y los subtítulos equivocan su traducción del inglés, anticipando que habrá una secuela. Aún faltaría el desenlace, pero queda claro que los volveremos a ver. Acaba la película y sentimos que la aventura tan solo acaba de empezar. La aventura de Mona Lisa. Y la del festival.