Revista Cine

Sitges 2021 - Parte 3: The sound of silence

Publicado el 13 octubre 2021 por Enprimera
Nuestra nueva crónica del Festival de Sitges está centrada en algunas películas que utilizan el sonido, o la ausencia de éste, como un elemento incluso narrativo, pero también aquellas que consiguen manejarlo como una herramienta efectiva para la puesta en escena o para la creación de momentos de tensión. A veces los diálogos o la música no son los elementos imprescindibles para que una película consiga sus objetivos. COMPETICIÓN OFICIAL
Al comienzo del libro sexto de La Eneida (19 a.C.), escrito por Virgilio, el héroe troyano Eneas viaja al inframundo, a punto de franquear la frontera entre la vida y la muerte. Virgilio describe al héroe caminando bajo una luz malvada y misteriosa, lo que él denomina sub luce maligna, que anticipa el mundo de demonios y seres indescriptibles que están a punto de atravesar. Posteriormente, es el fantasma de Virgilio el que sirve de guía a Dante Alighieri para su recorrido por los círculos del infierno en la Divina Comedia (1304-1321). Se pueden considerar éstos como los principales referentes literarios de la película de animación Mad God (Phil Tippett, 1987-2021), un proyecto al que ha dedicado tres décadas el reconocido técnico de efectos visuales. Ganador de dos Oscar por El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983) y Parque jurásico (Steven Spielberg, 1993), Phil Tippett ha sido nominado en otras cuatro ocasiones, y responsable de buena parte de la imaginería del cine fantástico de los últimos años. Cuenta que comenzó a diseñar el mundo de Mad God cuando estaba trabajando en Robocop 2 (Irvin Kershner, 1990) hasta que estuvo a punto de abandonar el proyecto, pero las últimas tecnologías le han permitido retomar en los últimos años esta idea que finalmente ha logrado completar. 
Sitges 2021 - Parte 3: The sound of silence
Phil Tippett imagina un submundo apocalíptico que surge de la devastación de la Torre de Babel, y que tiene muchos elementos en común con los círculos del infierno que describe Dante en su obra. Se trata de una película realizada en stop-motion, con introducción de técnicas CGI y algunas escenas en imagen real, que se sostiene en una no-historia, o lo que es lo mismo, en la elaboración de una serie de secuencias que muestran aspectos de este tenebroso mundo habitado por monstruos deformes. Es una visión pesimista, basada en la existencia de un Dios iracundo que aplasta la Torre de Babel y busca venganza contra los hombres, como se muestra en una cita de Levítico 26:27.3: "Si me desobedecéis y os mostráis hostiles hacia mí, yo os castigaré siete veces por vuestros pecados. Vuestra tierra quedará desolada y vuestras ciudades serán una ruina". Desde ese momento asistimos a un desfile de criaturas monstruosas en un lugar oscuro y violento, que un personaje no menos extraño, llamado "The assassin" en los créditos, pretende destruir. Phil Tippett dirige una película sin diálogos, apoyada por la música de Dan Wool, habitual colaborador del director Alex Cox, que es la única forma humana que vemos en la película. 
A lo largo de estos años, el director ha estrenado algunos cortometrajes que han ido ofreciendo muestras de este mundo influido por la imaginería de Dante y de John Milton, que describe a Satanás desde los infiernos tratando de vengarse de Dios en El paraíso perdido (1667), pero también con una clara influencia de las obras del artista surrealista norteamericano Joseph Cornell, que solía recolectar objetos de todo tipo para elaborar sus collages, algunos de los cuales se pueden ver en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. "Así que yo también compraba objetos y los guardaba hasta que averiguaba cómo los podría utilizar", comenta Phil Tippett. En realidad, Mad God es una confluencia de referencias culturales de todo tipo, en la que se vislumbra, desde el punto de vista cinematográfico, la obra de animadores clásicos como Jan Švankmajer o Ray Harryhausen. Casi se podría describir a esta película como una obra experimental que realiza un recorrido visual por la historia del cine, al mismo tiempo que bucea en las influencias de la pintura y la literatura. Es un trabajo complejo, de profunda vocación nihilista, que describe un submundo lleno de contradicciones, entre la tecnología y el primitivismo. La descripción de trabajadores sin rostro que están destinados a ser aplastados o engullidos por todo tipo de objetos y monstruos, expresa la existencia de una civilización opresora y de una humanidad destinada a la autodestrucción. 
En cierto modo, la introducción de secuencias de imagen real, con Alex Cox interpretando a una especie de científico con garras de Belcebú, rompe la dinámica visual de la película, pero es lo suficientemente breve como para que no estorbe demasiado. El tiempo se convierte en protagonista en la reconstrucción final, que nace del sacrificio, de un mundo que no necesita ser reconstruido, vigilado por un ojo siempre amenazador. Es un trabajo excepcional, que en algunos momentos puede resultar agotador en su constante y heterogénea representación visual y sus cientos de referencias, como ocurría con The nose or conspiracy of mavericks (Andrey Khrzhanovskiy, 2020), otra gran obra reciente de un veterano de la animación, pero del que se pueden extraer distintas lecturas en diferentes visionados, tan rico en matices como fascinante en su imaginería. 
La película española Tres (Out of sync) (Juanjo Giménez Peña, 2021), explora la neuropatía auditiva, un trastorno real en el que el oído interno puede detectar el sonido, pero tiene problemas para enviar la información al cerebro. La protagonista de la película, C. (Marta Nieto) comienza a sufrir esta asincronía en la que su cerebro procesa los sonidos fuera de tiempo, escuchándolos con un retardo cada vez mayor. Cuando alguien le habla, por ejemplo, ella escucha la conversación varios minutos después. Esto resulta aún más problemático para ella, puesto que precisamente trabaja como diseñadora de sonido agregando efectos de sala para películas. De alguna forma, intuimos que el trastorno puede estar relacionado con la presión de un momento difícil en la vida de la protagonista, obligada a abandonar el piso de su ex-pareja antes de tiempo, y entregada a un trabajo que le quita horas de sueño. Esta circunstancia permite a Juanjo Giménez Peña construir un thriller singular en el que la asincronía se convierte en una herramienta para el suspense, pero también tiene algo de representación de estos últimos tiempos en los que nos hemos acostumbrado a la desincronía que se produce en los contactos virtuales. 
Sitges 2021 - Parte 3: The sound of silence
El director español, que ganó la Palma de Oro en Cannes y fue nominado al Oscar por su cortometraje Timecode (Juanjo Giménez Peña, 2016), realiza su segundo largometraje veinte años después de debutar en la ficción con Nos hacemos falta (Tilt) (Juanjo Giménez Peña, 2001), creando una sobrecogedora muestra de misterio en la que la enfermedad real va progresando hacia un terreno diferente. Esta pesadilla que vive la protagonista se sostiene en un excelente diseño de sonido a cargo de Marc Berch y Oriol Tarragó, habituales colaboradores de J.A. Bayona, que manejan la intensidad y la diacronía como pocas veces hemos visto en una película, cuya experiencia es recomendable especialmente en una sala de cine, porque requiere la inmersión absoluta del espectador en la psicología de la protagonista. A través de su trabajo, sabemos perfectamente cuándo estamos dentro del mundo sonoro de C. y cuando nos situamos fuera de él. El silencio que se establece desde el momento en que ella palmea y finalmente escuchamos el sonido es suspense puro. La actriz Marta Nieto, que se ha especializado en personajes complejos como Madre (Rodrigo Sorogoyen, 2019) sostiene toda la película transmitiendo la indefensión de C. frente a esta desconexión con la realidad tal como la entendemos, pero que al mismo tiempo le proporciona la posibilidad de conectar con su pasado.  
Tres incorpora lo fantástico a la cotidianeidad, haciendo que la historia, que básicamente es el drama de una enfermedad, se vaya impregnando lentamente de elementos más sobrenaturales. El proceso que construye el director no se siente, sin embargo, forzado, aunque supone un riesgo notable que logra superar con la fluidez de un guión bien construido, escrito junto a Pere Altimira, con el que también ha coescrito sus últimos cortometrajes. Hay asimismo un profundo amor por el cine que se manifiesta en ese comienzo en clave de cine mudo, en el uso de subtítulos en algún momento, en la importancia de una sala de cine para la evolución de la protagonista... Estamos ante un thriller apasionante, que convierte a la manipulación del sonido, y la ausencia de éste, en un elemento fundamental para hacernos partícipes de las circunstancias concretas que vive la protagonista, que no es solo un asincronismo sonoro, sino fundamentalmente una distorsión de su vínculo con el mundo que la rodea. 
Las escenas más intensas de Violation (Dusty Mancinelli, Madeleine Sims-Fewer, 2020) se producen en un silencio casi absoluto, lo que refuerza su crudeza. Y no nos referimos solo a las que más se destacan de la película, las que contienen una violencia explícita, sino a aquellas en las que se sugiere más que lo que se muestra, pero cuyo contenido es igualmente aterrador. Las directoras consiguen construir una historia de venganza cuyo génesis lo describe el propio título sin caer en los recursos más habituales de este subgénero. En esta producción canadiense, Miriam (Madeleine Sims-Fewer) y Greta (Anna Maguire) son dos hermanas que pasan un fin de semana en las montañas junto a sus respectivos maridos, Caleb (Obi Abili) y Dylan (Jesse LaVercombe), y ya se intuye desde el principio cierta tensión entre ellas y cierta atracción de Dylan por su cuñada. Las directoras evitan la narración cronológica para ir construyendo una estructura compleja, que parece tener más relación con los recuerdos tal como se nos revelan, a través de momentos determinados y no de una forma lineal. 
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La película tiene alguna escena especialmente violenta, pero no ya por su contundencia, sino por la frialdad con la que están rodadas. La venganza es sangrienta y explícita, mostrada en planos generales que otorgan una visión epidérmica de la acción, mientras que la agresión sexual se desarrolla en primeros planos muy cercanos, sin que veamos la acción al completo, estableciendo una conexión más profunda con la víctima. Es una de las transgresiones que establecen las directoras, que tratan de elaborar un discurso contrario al que es habitual en muchas películas, en las que una escena de violación se convierte en un momento de exposición del cuerpo femenino. Aquí sin embargo, una de las escenas principales muestra la desnudez del hombre frente a una mujer vestida, la parte masculina expuesta en su máxima vulnerabilidad. 
Aunque Madeleine Sims-Fewer, guionista, directora y actriz, había escrito el personaje de Greta, la hermana, para interpretarlo ella, la falta de disponibilidad de la actriz que iba a interpretar a Miriam provocó que finalmente se decidiera a asumir el papel protagonista. Y fue una buena decisión porque consigue un trabajo intensamente psicológico, a través del cual se entiende que el personaje no tiene una psicopatía, sino que se enfrenta a un profundo sentimiento de indefensión, especialmente cuando el apoyo y la solidaridad que debía tener se convierte en acusación y rechazo. Pero en la película juega un papel fundamental la ambigüedad, la delgada línea que establece quién es el depredador. El recuerdo que tiene Dylan de la agresión sexual es completamente diferente del que tiene Miriam, y seguramente en su memoria es sincero. La película consigue desafiarnos como espectadores para establecer una zona intermedia en la que a veces adoptamos la imagen del lobo depredador y en ocasiones somos el conejo depredado. Y en ese terreno dubitativo, gris e incierto, es en el que mejor se mueve. 
NUEVAS VISIONES
Otra de las películas del Festival de Sitges que explora directamente el uso del sonido es Sound of violence (Alex Noyer, 2021), un thriller inspirado en la sinestesia, una variación de la percepción humana que permite a quienes la tienen desarrollar otras vías sensoriales relacionadas con los sonidos, principalmente la visión de colores que están vinculados a unas notas musicales concretas. Esta percepción de otros sentidos provocada por un sonido, que puede ser la vista o el olfato, es específica de cada persona, es decir, la imagen o el olor que alguien percibe es diferente al que pueda percibir otra persona. La protagonista de la película es Alexis (Jasmin Savoy Brown), a la que un accidente le provocó pérdida de la audición cuando era niña, pero debido a otro hecho traumático de la infancia recobró el oído aunque asociado a una sensación de efusividad provocada por los colores que percibía. Ya adulta, Alexis trata de recuperar ese éxtasis asociando la música a los sonidos relacionados con el dolor, como en una sesión sadomasoquista. Pero esto no parece ser suficiente para ella. 
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Alex Noyer convierte la sinestesia en un estímulo para cierto grado de psicopatía que se va desarrollando progresivamente. La película circula por los terrenos tradicionales del cine de psicópatas, pero de alguna manera el director quiere que los espectadores establezcamos una cierta empatía con la protagonista. Los primeros actos violentos son casuales, como cuando un vampiro comienza a percibir que siente la necesidad de beber sangre, hasta que finalmente esa necesidad es tan fuerte que debe provocar la muerte él mismo. Esta intención de profundizar en el personaje principal es lo más interesante de una película que sin embargo no puede evitar los lugares comunes. Se nota demasiado que se trata de la versión larga del cortometraje Conductor (Alex Noyer, 2018), porque la historia se alarga en una serie de puestas en escena a la manera de Saw (James Wan, 2004) que no parecen demasiado verosímiles en el contexto de este personaje, y que a veces rozan el ridículo. Hay una clara pretensión estilística en la representación de la sinestesia, y en este sentido la película tiene secuencias visualmente impactantes, pero se confunde en el desarrollo de la historia. 

PANORAMA FANTÁSTICO

El uso de los silencios es fundamental para crear la tensión necesaria en The boy behind the door (David Charbonier, Justin Powell, 2020), una producción de la plataforma Shudder que entra directamente en la propuesta de suspense que plantea, con un prólogo breve pero que establece bien la relación entre los dos niños protagonistas, lo que justificará la lealtad que demuestran. Hay que aclarar que la película ha recibido en general críticas positivas, y ciertamente hay algunos aspectos destacables en la creación de los elementos de suspense. El problema es hasta dónde quiere llegar la historia más allá de un thriller del ratón y el gato. Bobby (Lonnie Chavis, al que podemos ver en la serie This is us (NBC, 2016-2022)) y Kevin (Ezra Dewey, que también protagoniza la otra película estrenada este año de los directores, The djinn (David Charbonier, Justin Powell, 2021)) son dos amigos que han sido secuestrados por un desconocido y llevados a una casa donde parecen destinados a sufrir abusos sexuales. Es interesante el hecho de que Bobby, de raza negra, sea descartado para estas prácticas, tenga menos "valor" sexual, lo que establece ya una ideología clara dentro una casa que parece de otra época, con un viejo televisor en blanco y negro. Esta representación en la puesta en escena de la posición retrógrada del antagonista es sutil y efectiva, sin necesidad de diálogos explicativos. Por eso resulta molesta la obviedad de incorporar una pegatina con el lema "Make America great again", adoptado por Donald Trump, en el coche del secuestrador. 

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Este es uno de los problemas de la película, una cierta falta de confianza en la inteligencia del espectador, a pesar de que se despliegan algunas ideas interesantes. El otro problema es la creación de una atmósfera de suspense a través de situaciones inverosímiles y comportamientos poco creíbles de los personajes, aunque el hecho de que Kevin sea un niño puede justificar determinadas acciones discutibles. La primera parte de la película es algo así como unSolo en casa(Chris Columbus, 1990) de terror, pero la principal referencia de los directores esEl resplandor(Stanley Kubrick, 1980), con guiños más o menos claros a lo largo de toda la película.The boy behind the doortiene poco recorrido más allá de ser un ejercicio de suspense que sin embargo no está construido sobre cimientos narrativos realmente consistentes. Hay una cierta nostalgia hacia las películas de terror de los años ochenta, con la simplicidad de algunos de sus planteamientos, y se introduce una reinterpretación de la idea de antagonista que todos podemos tener en mente. Pero son ideas en las que no se profundiza, sometidas a la construcción formal.  

SITGES DOCUMENTA

A través de preguntas que le surgieron desde su condición de madre, Users (Natalia Almada, 2021) que ya vimos en Visions du Réel y consiguió el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Sundance, plantea una serie de cuestiones que tienen que ver con el futuro que le dejamos a nuestros hijos y, especialmente, las consecuencias de un mundo tecnológico. Como hemos visto en otros documentales en los que la imagen construye una narrativa contundente y poderosa, a la manera de Aquarela (Viktor Kossakovsky, 2018) o Last and first men (Jóhann Jóhannsson, 2020), en este caso también se crea un lenguaje eminentemente visual para introducirnos en una atmósfera reflexiva. La directora mexicana Natalia Almada utiliza su propia voz en off para narrar textos que conducen a estas reflexiones sobre una sociedad tan dependiente de las tecnologías que es difícil predecir cómo será el futuro para las nuevas generaciones (sus dos hijos aparecen en pantalla). Hay algo de incongruencia en esta posición dubitativa en torno a las virtudes de las nuevas tecnologías cuando precisamente el documental se sostiene en imágenes tomadas con cámaras y drones de última generación.
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Son imágenes sorprendentes, que tienen una gran fuerza visual, gracias al trabajo de Bennett Cerf como director de fotografía. Pero, aunque las imágenes son espectaculares, precisamente el trabajo de la directora/editora a la hora de cohesionar los diferentes elementos es endeble, creando una sucesión de ideas que parecen inconexas, aleatorias, más tendentes a dejarse llevar por la magnificencia de las propias imágenes que por su lógica narrativa (hay una secuencia que muestra un incendio que parece desconectada del resto de la película). En algunos momentos, el documental nos recuerda a los experimentos cinematográficos de Godfrey Reggio en Koyaanisqatsi (1982) y Powaqqatsi (1988), sobre todo por la contundencia visual y por la atmósfera sonora creada por Dave Cerf, cuya música es interpretada por Kronos Quartet, pero la supuesta profundidad filosófica de las intervenciones de Natalia Almada se quedan en un intento más que fallido.
Tres se estrena en cines el 5 de noviembre. 
El retorno del Jedi y Solo en casa se pueden ver en Disney+. Parque Jurásico se puede ver en Movistar+, Netflix y Prime Video. Robocop 2 se puede ver en Movistar+ y Prime Video.Timecode se puede ver en Argo. Saw se puede ver en Movistar+.Last and first men se puede ver en Filmin.

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