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En el ranking de novelistas rusos, Tolstoy y Dostoyevski suelen ir por delante, mientras que Turgueniev y Gogol se disputan el tercer y cuarto puesto. Pero sólo uno de ellos escribió un libro como éste.
Turgueniev saltó a la fama con el primero de los relatos de Sketches from a hunter's album (Apuntes de un cazador, traducción más fiel al original y al espíritu de la obra que el más habitual Diario...), titulado "Khor y Kalinych". El éxito de este relato, que un Turgueniev de poca fe dejó en la editorial de la revista Sovremennik antes de partir de viaje al extranjero, sorprendió al propio autor, que a partir de ese momento continuó escribiendo estos apuntes. La primera colección se publicó en 1852, pero el autor fue añadiendo relatos hasta completar la versión considerada definitiva, en 1874.
Es difícil hacerse a la idea de lo que significó este libro no sólo para la literatura sino también para la sociedad rusa. En lo que respecta a la literatura, Turgueniev fue probablemente el "descubridor" del bosque ruso. Hasta ese momento, cuando no era dominio de ondinas, rusalkas y brujas que habitan en cabañas elevadas sobre patas de gallina, el bosque y la aldea eran escenario de bucólicos e idealizados escenarios de historias de amor, como La Pobre Liza, de Karamzin. Turgueniev fue el primero que retrató a aldeanos, siervos y campesinos con un trazo realista, así como el primero que los sacó de la masa y los presentó al lector ruso como seres humanos individuales y únicos.
Escenas de la vida rural en Rusia en 1851
Creo que se han escrito pocos libros tan bellos, poéticos y evocativos, y a la vez tan valientes, dignos y firmes en su defensa de la igualdad y la libertad de todos los seres humanos. Y aquí llegamos a lo que significó este libro para la sociedad rusa de la época. Porque Apuntes... no es sólo una poética, apasionada descripción del bosque ruso y una rica y variopinta galería de personajes; es, sobre todo, una denuncia del sistema de servidumbre que todavía imperaba en Rusia a mediados del s. XIX, y que encadenaba a más de veinte millones de campesinos a la voluntad de su señor. Bien pensado, quizá la palabra "denuncia" no sea la más adecuada. Turgueniev jamás levanta la voz, y poquísimas veces ofrece sus comentarios o juzga los hechos. Probablemente más que de denuncia quepa hablar de exposición de la realidad. Y la realidad era tan tremenda que la denuncia venía sola.
Alejandro II, el zar bueno
Hay que recordar el año en que se publicó la primera colección, 1852, es decir, apenas cuatro años después del gran año de las revoluciones en Europa. El despótico Nicolás I no estaba dispuesto a permitir una situación parecida en su país, por lo que escritores e intelectuales en general eran observadoscon lupa, cuando no obligados a exiliarse. Herzen ya llevaba varios años propagando sus ideas por Europa, mientras que el mismo Turgueniev sería condenado a un mes de prisión y recluido en su hacienda por dos años tras la publicación de este libro, aunque el delito del que se le acusaba era otro: escribir un obituario a Gógol.Sin embargo, la abolición de la servidumbre era sólo una cuestión de tiempo. A zar muerto, zar puesto, y al tirano de Nicolás I le sucedió su hijo Alejandro II, del que todos desconfiaban porque se le veía hasta buena persona. Alejandro II emprendió algunas de las reformas que necesitaba el país, entre ellas la relativa a la servidumbre, con el famoso Manifiesto de 1861.
Lectura del Manifiesto, de Myasoyedov
Turgueniev, que había viajado por Europa, había estudiado en Berlín, y se había imbuido de las culturas germana y francesa, pertenecía, como es obvio, al grupo de los occidentalistas, aquellos intelectuales que consideraban que Rusia estaba anclada en el pasado y que sólo progresaría si emprendía reformas e iniciaba la apertura a Europa. Enfrente estaban los llamados "eslavófilos", que reivindicaban el mantenimiento de las costumbres y tradiciones eslavas, y una firme adhesión a la iglesia ortodoxa. Dudo que los eslavófilos, de modo explícito, consideraran la servidumbre una tradición eslava digna de mantener. Más bien, pensaban que ese sistema era el mejor que podía ofrecerse a los campesinos, que, como todo el mundo sabe, son incapaces de vivir en libertad. Pero, desde luego, los occidentalistas, con los autores de la revista literaria Sovremennik a la cabeza, entre ellos Goncharov, Nekrasov o Saltykov-Shchedrin, sí pensaban que era un sistema bárbaro y medieval que un país moderno debía erradicar.
Resulta imposible determinar hasta qué punto este libro influyó en la abolición. Evidentemente, era imposible, incluso en Rusia, detener el curso de los acontecimientos. Con la presión del mundo exterior y el carácter liberal del nuevo zar, la servidumbre no necesitaba más que un último empujoncito que acabara de despeñarla. Quizá fueron los Apuntes... los que le dieron ese empujoncito.
Campesinos rusos, c. 1860-70
En el terreno puramente literario, Apuntes de un cazador es un libro maravilloso y difícil de olvidar. Como ya he dicho, Turgueniev por primera vez nos muestra el bosque ruso desde dentro, de manera realista, sin imponerle la capa de mitología eslava que encontramos, por ejemplo, en Pushkin. Pero ese ánimo realista no le impide ofrecernos bellísimas y evocativas descripciones que apelan a todos nuestros sentidos. Muchos de los relatos se inician con una de esas descripciones, para seguir con el encuentro con algún campesino, criado o señor que lo invita a su casa y le cuenta su historia.
A mi juicio, una de las muchas virtudes de este libro es que son tantos los personajes y tan repetido el esquema, que el lector tiene la sensación, más aquí que en otros libros, de haber realizado un largo viaje del que no sabe muy bien qué va a recordar a su vuelta. Ha conocido gente, ha oído historias, ha estado cerca de ellos, pero ha sido tanto lo que ha visto a lo largo de días aparentemente monótonos, que nos queda una especie de nebulosa de la que cada uno extraerá algo diferente. Personalmente, me resultará difícil olvidar las historias de Lukeria, deforme, paralizada y feliz; del enano ecologista Kasian; de los niños hablando de los seres fantásticos que habitan en el bosque; o la de Chertopkhanov y su caballo. Pero será igualmente difícil olvidar decenas de breves escenas, pinceladas magistrales, conversaciones banales, cientos de detalles, y, sobre todo, ese olor a isba, a hoguera y a campo ruso de madrugada.
¿Quién dijo que para escribir grandes libros en la Rusia del XIX había que ser un ludópata recalcitrante?