¡Mátalos a todos, Bond!
James Bond es un héroe propio de otros tiempos, de cuando el mundo era más sencillo, y había un Bloque del Este que abatir. Entonces sabíamos quiénes eran nuestros enemigos: los comunistas. Todos éramos más jóvenes y también bastante más ingenuos, y nos fascinaba el aura de poderío y virilidad que envolvía al personaje: su capacidad para seducir a las más bellas, su cacharrería tecnológica, su manera de conducir el Aston Martin, su forma de disparar la Walter PPK… Y todo ello sin despeinarse, porque quien sirve a la Casa Real Británica, ya se sabe, ha de ser ante todo seductor y elegante.Pero los tiempos están ardiendo, como decía una canción. Desde que en 1989 cayó el Muro de Berlín, no han parado de sucederse los cambios geopolíticos y económicos, de forma cada vez más acelerada. Muchos pensaban que este acontecimiento histórico anunciaba la llegada de una paz sin precedentes para la comunidad internacional. El tiempo nos hace pensar que se equivocaron; que vivíamos mejor en plena Guerra Fría. Ahora vivimos tiempos de confusión, de amenazas invisibles, terrorismo, inseguridad creciente, crisis generalizada… Y todos estos conflictos ya no provienen de los otros, sino de nuestras propias fracturas y contradicciones, de una sociedad y un modo de vida, el occidental, cada vez más cuestionado y debilitado.
el mundo necesita un héroe
Precisamente este es el punto de partida de Skyfall. En un mundo dominado por la incertidumbre, donde nuestros enemigos ya no están a la vista, sino que se ocultan en las sombras, en el anonimato de propicia la Red de Redes, nadie cree ya en James Bond, ni aunque lo interprete un asilvestrado Daniel Craig. De hecho, al agente con licencia para matar se le da por muerto… Hasta que reaparece, y tendrá que luchar duro por recuperar el crédito que perdió.
El cineasta Sam Mendes, autor de cintas de prestigio como American Beautyo Camino a la perdición, es consciente de que ya no se cree en el personaje. Ni dentro ni fuera de la ficción, ni a este ni al otro lado de la pantalla. Por eso decide dar una vuelta de tuerca al planteamiento. Si los títulos previos de la saga, los films clásicos de Bond, eran formularios y reiterativos, siguiendo siempre una estructura inamovible, en Skyfall, Mendes se sirve del esquema prototípico –secuencia precréditos; ambientes cosmopolitas; lujo y glamour; mujeres despampanantes; humor compensatorio…– como si fuera una simple hoja de ruta que hay que seguir improvisando. De esa manera, recrea de forma culta y sofisticada lo que no era otra cosa que espectáculo popular y palomitero, otorgando profundidad, dimensiones y estilización al conjunto.
La puesta en imágenes no podía ser más elegante: abundan los planos medios y generales, todo ello dentro de un montaje ceremonioso, que rehúye las prisas del tradicional cine de acción, donde podemos apreciar los detalles y la belleza de cada fotograma. Quizás el ejemplo más elocuente lo tengamos en la pelea que se produce en el interior de un edificio inteligente compuesto por espejos y cristales, bañado por la luz de la luna, donde Bond y su enemigo danzan y pelean como sombras chinescas.
Y esa es la tónica de la película: tratar con depuración y escrúpulo los materiales más conocidos de la cultura popular. Algo parecido hacía Ang Lee con Hulk(2003), o Kenneth Branagh con Thor(2011). Parece que los grandes estudios hollywoodienses están decididos a ofrecer proyectos de cine de consumo a cineastas de prestigio. En Skyfall, tal depuración llega a los diálogos, que rozan siempre el doble sentido, la connotación, la pretensión literaria…
El largometraje arranca con un James Bond cuestionado y olvidado, y será M (Judi Dench) quien defienda, incluso ante los tribunales, la necesidad que tenemos del personaje –propongo otro subtexto a analizar: la relación de amor-odio, maternofilial, entre M y sus agentes–. Es un rito de paso para el espía el adaptarse a los tiempos que corren; un rito que casi le cuesta la vida. Pero el mundo sigue necesitando un héroe. Como se dice en más de una ocasión, a lo largo de la película, en ocasiones, lo antiguo es lo que funciona.
David G. Panadero