Revista Cine
“Though much is taken, much abides; and though we are not now that strenght which in old days moved earth and heaven, that wich we are, we are;One equal temper of heroic hearts, made weak by time and fate, but strong in willto strive, to seek, to find, and not to yield.”
Fragmento del poema épico "Ulises", escrito por Lord Alfred Tennyson en 1833.
En su comparecencia ante el Comité Ministerial de Seguridad e Inteligencia, M (Judi Dench) realiza un brillantísimo discurso en el que expone cual debe ser la posición de las grandes potencias occidentales ante las nuevas amenazas del siglo XXI. "Nuestros enemigos no están circunscritos en un mapa", afirma con vehemencia defendiendo una idea que deja patente en una intervención anterior: "ellos se mueven entre las sombras preparando el siguiente golpe que van a asestarnos y es allí donde debemos luchar". Y como conclusión a su poderoso alegato, recupera las palabras del gran poeta inglés, Lord Tennyson, en lo que supone un órdago épico que acaba con cualquier resistencia que pudiera albergar un comité de burócratas encabezado por una ministra que no ve más allá de lo que puede comprobar en una hoja de papel. El montaje paralelo de la secuencia, que combina la comparecencia con la persecución que se está produciendo en el metro y en las calles de Londres, en la que Bond va tras la pista de un villano a punto de irrumpir en la sala donde se está celebrando dicha audiencia, convierte ese momento en una escena de gran calibre que nunca antes habíamos visto en un film de la saga 007.Creo que este es el gran valor de Skyfall como película. Su propuesta es un éxito porque logra combinar los elementos clásicos, que nunca pueden faltar en la franquicia, con otros que son totalmente nuevos y que la convierten en un gran film que, por momentos, consigue trascender más allá de lo esperado. Skyfall es la suma de muchos aciertos. Tener a un director de la categoría de Sam Mendes al frente del proyecto, ofrece un extra de calidad que se nota especialmente en lo que consigue de los actores y en la apuesta por escenas de profundización regadas siempre con interesantes diálogos. Mendes afronta el film como un thriller psicológico marcado por un tono oscuro e introspectivo. Se atreve a llevar a Bond hacia nuevos territorios, forzándole a transitar por caminos nunca antes recorridos y además le rodea de personajes que, tanto si están en su bando como si no, consiguen mostrarnos las diferentes aristas de un agente secreto cada vez más complejo.
Técnicamente, Mendes nunca había estado vinculado a una película con un nivel tan alto de acción pero eso no ha sido un inconveniente porque ha sabido delegar en los técnicos para llegar a donde él no podía. Teniendo a su lado a un excelente director de segunda unidad, Alexander Witt, y apoyado en la inmensa labor del equipo de efectos especiales de Chris Corbould, Mendes ha podido concentrarse en dotar a la película de un rasgo distintivo en los terrenos que domina: la dinámica entre personajes y la propuesta argumental. Estamos ante una maquinaria de precisión que además se ha visto beneficiada por el entusiasmo de un director de actores, que siempre ha sido un gran admirador de la saga Bond, y que se ha implicado realmente. Marc Forster encaró Quantum of Solace como un simple encargo y eso se notó en la calidad del producto final. Sam Mendes, por contra, fue contratado poco después y supervisó la escritura del guión incorporando además a John Logan, quien ha sido el artífice de los mejores pasajes del libreto.
El camino que se inició en Casino Royale, reiniciando y reactivando una saga que sufría las consecuencias de un encasillamiento formal acuciante, ha llegado a su cénit con Skyfall. Daniel Craig ha logrado definir al nuevo Bond del siglo XXI, respetando las esencias pero aportando rigurosidad y contundencia a un personaje que necesitaba de un fuerte impulso. A su alrededor, la saga está pasando por su mejor momento creativo y no cabe duda que el futuro de la franquicia está asegurado bajo el fuerte liderazgo que le caracteriza como 007.
Lo que vivimos en Skyfall es un viaje personal de reivindicación y reafirmación del propio Bond. Dado por muerto al término de la trepidante escena inicial en Turquía, 007 regresa a Inglaterra cuando su país y su agencia están siendo amenazados por una organización ciberterrorista liderada por alguien que parece conocer muy bien las interioridades del MI6. Su lealtad sigue siendo firme y decidirá "resucitar" para ponerse al frente de la respuesta al ataque recibido. Su vuelta al trabajo refleja la enorme confianza que M deposita en él. Más allá del sarcasmo formal que preside su relación, ella sabe que es el único hombre que podrá detener la amenaza que se cierne sobre ellos y, a pesar de que no esté aún en las mejores condiciones tras su retiro involuntario, 007 vuela a Shanghai tras la pista del misterioso sicario al que no pudo neutralizar en Istanbul cuando había logrado apoderarse de la lista encriptada con todos los operativos de la OTAN que trabajan infiltrados en las diferentes redes terroristas del mundo. Al tirar de la cuerda, Bond descubre que el cerebro de la operación es un ex-agente del Servicio Secreto Británico, destinado al área de Hong Kong años atrás, a quien le perdió su propia ambición. M acabó entregándolo a los chinos para librarse de sus constantes desafíos. Pero Raoul Silva ha renacido de sus cenizas con una fortaleza inusitada. Convertido en el ciber-terrorista más hábil del mundo, ha conseguido unos recursos inagotables que van a alimentar directamente su sed de venganza contra la traición de M.
En la interpretación de Javier Bardem encontramos, de nuevo, esta tendencia al psicodrama que caracteriza al film. Su primera aparición es absolutamente antológica y su declaración de principios le convierte en un villano de altura porque su objetivo no es el de dominar el mundo, en una especie de fiebre megalómana. Silva es un villano adaptado a los tiempos, al igual que ya sucedió con LeChiffre y la organización Quantum. Por consiguiente, sus objetivos son más "realistas", no hay que destruir el mundo sino sacar el mayor provecho del mismo sin salir de las sombras.
Y la venganza personal contra M focaliza extraordinariamente la tensión dramática del film. Esa es otra de las ventajas argumentales que ofrece el guión. Y Sam Mendes le ha dado mayor envergadura al explorar con Bardem las diferentes opciones que daba el personaje, construyendo una versión final bastante rica en matices. Incluso se rompe el tabú de la orientación sexual cuando queda clara su ambigüedad en este terreno. Y, en cuanto a la cuestión física que tanto había dado que hablar en trailers y avances, se vuelve a demostrar que hay que esperar a ver la película para emitir determinados juicios. Esta es una reflexión libre de spoilers pero, obviamente, todo encaja cuando conoces cual es el background del siniestro Raoul Silva.
Así pues, teniendo a Bond en un momento sumamente interesante dentro de su trayectoria vital, un brillante enemigo, y una M más dedicada y excelsa que nunca, presenciamos un gran espectáculo, equilibrado en trama y acción. EL MI6 estará en jaque también a nivel interno, sometido al continuo escrutinio del Gobierno a través de Gareth Mallory (Ralph Fiennes), un burócrata sólo en apariencia, que acabará mostrando cuales son sus verdaderas lealtades. Desde luego que será muy interesante verle en el futuro. El choque de voluntades que caracteriza a la propuesta tendrá la eclosión en un tercer acto que tiene la virtud de mostrarnos algo nunca visto anteriormente. El clímax final se desarrolla donde todo empezó para Bond, y en ese mismo escenario deberá concluir un nuevo capítulo de su vida, con grandes implicaciones emocionales de por medio.
Obviamente, la película también tiene sus debilidades. Sin embargo, no estoy de acuerdo con aquellos que acusan al film por un excesivo metraje. A mi no me sobraron minutos porque estaba disfrutando con la historia, una sensación parecida a la aún más larga The Dark Knight Rises. Quizá lo que ocurre es que la película plantea situaciones de relación entre personajes y secuencias de diálogo que, en algún momento, sorprenden dentro del sub-género 007. Y esa adecuación es difícil cuando el público está habituado a una fórmula conocida y, de repente, las conversaciones se alargan algo más de lo habitual.
En definitiva, Skyfall es un film de gran mérito y, además, nos depara unas interesantes sorpresas en su tramo final que ya nos sitúan ante el futuro de la saga. Un futuro que parece volver al clasicismo pero sólo en apariencia porque James Bond no regresará a los años 60 de repente ni terminará sus misiones esquivando el seguimiento del MI6 mientras se escapa con la chica de turno. El cambio es irreversible y es genial que sea así. Pero, tal como aludía al principio del artículo, siempre es bueno combinar tradición y modernidad. Y en eso los responsables de la saga han acertado de pleno. 007 está mejor que nunca.