Fecha: 7 julio 2015
Asistencia: 3.000 personas
Precio: Desde 49 euros
El último gran héroe
Un breve preludio: el 6 de julio de 1993 vi a los Guns n' Roses de verdad en el Estadio Vicente Calderón de Madrid. 22 años y un día después, este 7 de julio de 2015, esta concierto de Slash tiene todo el sentido de una vida. La mía. Dicho esto:
El propio Slash asegura que tiene un estilo simple y básico, pero que trata de tocar con personalidad para diferenciarse de los millones de guitarristas que cada día agarran su instrumento en cualquier rincón del mundo. Y algo de eso debe haber, porque ¿cuántos casos hay en los que el público cante más los solos que las estrofas y los estribillos?
Curioso resulta, por tanto, asistir a un concierto de Slash, que a punto de cumplir 50 años este 23 de julio, es probablemente el más icónico guitarrista del rock desde sus heróica etapa en Guns n' Roses (de 1985 a 1996), pasando después por Slash's Snakepit y Velvet Revolver, antes de desembocar en una inevitable carrera como solista, en la que su más reciente obra es su tercer largo, World on fire.
Y de todos esos capítulos hubo momentos en su recital de este martes ante más de 3.000 personas este martes en el BarclayCard Center de Madrid, en el que este Slash de edad madura encandiló a los parroquianos desde el momento en que apareció en escena con su perenne chistera coronando una pelambrera que lejos de menguar, crece con brío.
Arranca la velada con la reciente You're a lie y se constata que Slash no está solo, pues ciertamente The Conspirators son una banda solvente en la que cada cual cumple su papel con miliciana precisión, comandados por ese Myles Kennedy que es, a su vez, uno de los vocalistas más sobrados del rock del siglo XXI.
Tras el primer disparo llega la locomotora con cencerro de Nightrain, primer recuerdo a Guns n' Roses que enciende sobremanera a un público que se ha reunido en torno a Slash precisamente para pegarse una ración de clásicos de la que fue la última banda realmente peligrosa del rock hasta que todo saltó por los aires a mitad de los noventa. Está bien, ahí sigue Axl Rose como único miembro del grupo, pero eso no son los Guns n' Roses que el público necesita.
Convertido en la esencia del rock pendenciero y verdadero, Slash repasa algunos temas recientes como Avalon, Back from Cali o Wicked stone, antes de retornar a su pasado más glorioso con ese Double talkin' jive en el que arremete con su primera gran demostración de floritura guitarrera, a la que sigue la fiereza desenfrenada de You could be mine, con Myles Kennedy ejerciendo de Axl en la cabeza de todos los asistentes (y humillando en cada nota al actual Axl, de hecho).
Parece que hay un respiro con Doctor Alibi (con el bajista Todd Kerns a la voz), pero es entonces cuando el riff de apertura de Welcome to the Jungle efectivamente abre en canal el pabellón y un mar de smartphones se elevan para grabar, otra vez, el solo de guitarra de la parte central, coreado y aullado con la mano en el corazón por los más sentidos.
El recital es básicamente un triunfo y discurre con Starlight, Beneath the savage sun y The dissident antes de volver a Guns n' Roses con Rocket Queen, alargada en esta ocasión hasta el infinito con un Slash ensimismado con sus dedos y sus trastes, capaz de mantener al público en vilo ya sea con sus Gibson o con sus guitarras de doble mástil. Podría seguir tocando aún ahora y a todos nos parecería bien.
Pero más allá de sus emocionantes solos, Slash tiene canciones propias que presentar como Bent to fly, World on fire y Anastasia, preludio del momento por el que probablemente muchos pagaron su entrada para el concierto, pues Sweet child o' mine es una de esas composiciones clásicas e inmortales que bien merecen pagar los 50 euros de turno.
Desde el preciso instante en el que el guitarrista acomete esa introducción grabada a fuego en la cabeza de todos los asistentes, se palpa en el ambiente cierta magia mientras Myles arenga para elevar aún más la energía del momento. Y para cuando llega la parte de Slash no queda otra opción que rendirse.
Tiempo aún para revisitar a Velvet Revolver con Slither, antes del épico fin de fiesta con Paradise City, la canción con la que Guns n' Roses siempre cerraban sus conciertos. Y Slash, sentido por los suyos como la esencia de aquella banda ahora inexistente, la hace suya por derecho. Porque para eso es el último gran héroe de los guitarristas del rock.
CRÓNICA PUBLICADA ORIGINALMENTE POR David Gallardo en EUROPA PRESS.