Revista Cine
Exhibida en competencia en Sundance 2008 -en donde ganó el premio Waldo Salt a Mejor Guión-, Sleep Dealer (EU-México, 2008), meritoria opera prima de Alex Rivera, permanece inédita en México, aunque el día de hoy será rescatada por el Festival Macabro 2010 y será exhibida en una sola función en la Cineteca Nacional.
Con todos los defectos que uno quiera encontrarle -ya los enlistaré acá abajito-, el debut fílmico de Rivera es una notable película de ciencia ficción, cuyas ideas, inquietantemente posibles y verosímilaes, es con mucho lo mejor de una cinta a la que le faltó algo de presupuesto -aunque esto es lo menos importante- y una dirección más disciplinada y funcional por parte de Rivera, que cae a ratos en el vicio de sobre-editar las conversaciones de los personajes. Sin embargo, insisto, su idea de un futuro cercano en el que los Estados Unidos tienen el trabajo de los mexicanos sin tener a los mexicanos en su territorio, tiene una fuerza irónico/política más grande que los obvios mensajes de resistencia antiglobalización que también vehicula, de una forma ingenua, la propia película.
Estamos en un futuro nada distante, en el seco pueblito oaxaqueño de Santa Ana del Río. El talentoso hacker pueblerino Memo Cruz (Luis Fernando Peña) intercepta las comunicaciones satelitales de una megacorporación, dueña y señora del agua de todo el mundo, y con ello provoca la muerte de su papá, ejecutado por el soldado Rudy Ramírez (Jacob Vargas), quien desde San Diego, tele-dirige una nave que llena de plomo al viejo y orgulloso agricultor. Memo decide salir del pueblo de marras para irse a trabajar a Tijuana, a las "sleep dealer" del título, unas fritzlangianas "infomaquilas" en las que los trabajadores mexicanos son conectados a través de varios nodos hechos exprofeso en su cuerpo. Ya conectado su sistema nervioso con "el otro sistema" -el del capitalismo global- los mexicanos pueden trabajar, a través de sus robots/avatares, como choferes, jardineros, albañiles y nanas en los países del primer mundo, viviendo, eso sí, en el tercero. Como lo dice alguien por ahí: Estados Unidos finalmente "tiene todo nuestro trabajo sin los trabajadores". Es cierto, estos nodos cronenbergianos no son un concepto muy novedoso que digamos, pero la idea está muy bien adaptada a la realidad social y política que viven nuestros inmigrantes, legales o no, en el país del norte.
La forma en la que está pensada esa Tijuana del futuro -que se parece mucho a la del presente, por supuesto- es, también, de lo más interesante de Sleep Dealer: una caótica ciudad siempre en movimiento, peligrosamente viva, colorida y oscura, cuyos habitantes, "conectados" o no, parecen igualmente desplazados, igualmente fuera de lugar. La cinta está llena de capciosas ironías: una escritora/bloguera (Leonor Varela) cuyo corrector informático no es sólo de estilo sino de veracidad ("Di la verdad... Revisa los últimos 10 segundos de lo que acabas de decir"); una frontera cerrada que le advierte a los gringos que visitan México de sus 212 grupos rebeldes, sus innumerables ladrones y... la mala calidad del agua; un tugurio tijuanesco idéntico a los que existen actualmente, con todo y fotógrafo de cantina que saca su camarita ultramoderna del interior de su vetusta cámara inservible; adaptación musical a ritmo de tecno-cumbia del clásico de "Los Ángeles Azules" Cómo Te Voy a Olvidar realizada por Los Télez, que nos indica que, en el futuro cercano, los mexicanos seguiremos teniendo, qué remedio, los mismos gustos musicales (la coordinación musical es de la ubicua Lynn Fainchtein).
Por supuesto, la cinta tiene sus fallas. Y no son pocas. Además de la ingenuidad en la resolución del conflicto, la película se hunde en sus absurdas casualidades -los personajes salen a Tijuana, la ciudad fronteriza más grande del mundo, y encuentran a quien quieran en dos patadas- y en la convencional historia de amor entre Memo y la bloguera. Además, hay que hacer notar un engolosinamiento en ciertos tics estilísticos (la infaltable foto en time-lapse) y un molesto montaje telenovelero.
Por ejemplo, Peña y Varela inician una conversación en el departamento de ella y, sin venir mucho a cuento, siguen esa misma plática, corte abrupto de por medio, mientras caminan por las vías de un ferrocarril. ¿No era más sencillo terminar esa conversación en el mismo sitio, en el departamento? ¿Qué necesidad hay de mover a los personajes en dos o hasta tres escenarios para que sigan la conversación? ¿Cree Rivera que va a aburrir al respetable?
Sin embargo, con todos y estos defectos, sostengo que la cinta se sostiene. Rivera tiene ideas para hacer buen cine. Si no lo logró esta vez por completo, ya está por lo menos en el camino. Y no ha iniciado mal.
PS. Otra reseña de Sleep Dealer, escrita por el Exigente Duende Callejero, está aquí.