Revista Arquitectura

Smart-todo

Por Arquitectamos
En este mundo de smart-phones, domótica, coches que aparcan solos, smart-tv, asientos ergonómicos, autocorrectores de textos, etcétera, las personas ya no tenemos que hacer nada. Tampoco tenemos que saber nada: Si escuchamos el nombre de un filósofo húngaro del S.XII lo tecleamos en nuestro smart-phone y en el acto leemos en la wikipedia la fecha de su nacimiento y de su muerte, sus escritos más notorios y un resumen de sus principales ideas. Y cerramos el aparato y seguimos sumidos en nuestra vastísima y bastísima ignorancia. Todo es inteligente, todo es smart; menos nosotros. Tenemos tantas cosas programadas para pensar por nosotros que nos hemos quedado sin la necesidad (ni las ganas) de pensar.
Recuerdo cómo conocí la palabra smart. No sabía que era un adjetivo. La conocí como apellido: el de Maxwell Smart.
Smart-todo Maxwell Smart, el Superagente 86
Cuando lo entendí al fin (décadas después, y gracias a un modelo de automóvil) me gustó mucho retrospectivamente la elección del nombre de uno de los mayores héroes de mi infancia. Como vengo diciendo, hoy todo es smart, pero hay unas smarts que quizá no conozca aún mucha gente, y que a mí me fascinan por lo que tienen de metáfora de nuestras cada vez más estúpidas vidas: las smart-windows.
Retrocedamos unos años, y vayamos a un país extraño, remoto, casi mítico (o tal vez mitológico), cuyo nombre no diré porque pertenece al mundo de los sueños y de las ilusiones más entrañables y recónditas.
En ese beatífico y mirífico país el gobierno mandó redactar un código técnico de la edificación, que compendiara todo lo compendiable de todas las arduas materias que tenían relación con la construcción de edificios.
Para hacer tan monumental código partieron de dos premisas no sólo plausibles, sino emocionantes:
1.- El código abarcaría todos los campos posibles, y de cada campo se encargaría un equipo de sabios.
2.- Los equipos estarían separados entre sí. No habría ningún contacto entre ellos.
¿Se puede ser más listo? ¿Puede haber un país con mayor smart-government?
Así, un equipo empeñado en que los edificios no perdieran calor por ningún sitio exigió que las ventanas (en ciertas zonas climáticas) fueran herméticas, mientras que otro consagrado a que la calidad del aire fuera idónea y a que se renovara continuamente y no se produjeran condensaciones exigió agujeros siempre abiertos en las fachadas de todas las habitaciones.
Como había que cumplir ambas condiciones, era necesario instalar ventanas herméticas en una pared con agujeros. ¡Sólo con recordar ese momento se me saltan las lágrimas! Es una de las experiencias más poéticamente surrealistas que he vivido. Un país que legisla esas cosas merece un puesto de honor en la historia.
Como los agujeros no tenían por qué estar necesariamente en las paredes, se pensó hacer ventanas herméticas pero con agujeros en los marcos.
Smart-todo Marcel Duchamp, Fuente
Y luego dicen que el urinario de Marcel Duchamp es una obra maestra del surrealismo. ¡Pues anda que la ventana hermética con bujero!
Smart-todo
El equipo de sabios que velaba por que no perdiéramos calorcito exigía (ya lo hemos dicho) que la ventana fuera hermética, mientras que el otro equipo que quería que respiráramos aire limpio y que no se produjeran condensaciones prohibía que esas rejillas pudieran cerrarse.
Solución: Unas ventanas carísimas que no servían para nada.
Pero entonces a los fabricantes de ventanas se les ocurrió una nueva idea para hacer unas ventanas aún más caras: ¿Por qué no instalar un higrómetro en ellas y unas rejillas con lamas móviles que se abrieran solamente cuando subiera la humedad ambiental y hubiera riesgo de condensación? Así podríamos disfrutar de un ambiente cálido, con las ventanas bien cerradas casi todo el tiempo.
Se hizo la consulta ante los órganos oportunos y ¡sí! autorizaron esa solución y la bendijeron.
Conclusión: Ventanas mucho más caras todavía, pero ya smart. (Y que se desajustan y fallan más que una escopeta de feria).
Vamos a ver: ¿No sería más lógico ventilar la casa como se ha hecho toda la vida (normalmente al hacer las camas) abriendo las ventanas todos los días durante un rato en vez de formar este pollo disparatado?
Pues no. Porque la gente ahora ni sabe ventilar.
Hace más o menos un año me llamó un joven indignado para encargarme un dictamen que le sirviera para demandar a todo el mundo, porque el tabique tras el cabecero de su cama chorreaba agua literalmente.
Fui a ver la casa. Era pleno invierno, con un frío rabioso. Dentro de la vivienda seguía haciendo mucho frío. Subimos a la planta alta, él abrió la puerta del dormitorio y ¡puf! una bofetada de calor. El aire estaba turbio, tanto que apenas se veía a la mujer y al niño.
Este hombre furibundo y su mujer acababan de ser padres primerizos y estaban aterrorizados por la responsabilidad de criar al niño. Los tres vivían recluidos en ese dormitorio, por lo que no encendían la calefacción del resto de la casa. Todos los radiadores estaban cerrados, excepto el de este dormitorio, que disfrutaba de toda la potencia disponible de la caldera. Aparte de tener el termostato al máximo seguían pensando que el bebé pasaba frío y tenían un calefactor eléctrico de aire y otro de resistencias funcionando a toda potencia. Para colmo alguien les había aconsejado que pusieran un humidificador, para que el niño respirara mejor, y ahí estaba, soltando nubecillas de agua pulverizada.
Les exigí que ventilaran, y me dijeron que no lo pensaban hacer, ni lo habían hecho en las dos semanas que llevaba allí el bebé, porque hacía muchísimo frío fuera.
El padre insistía en enseñarme la trasera de la cama de matrimonio, pero no hacía falta: Mis gafas estaban empañadas, los vidrios de la ventana chorreaban. Además yo había roto a sudar y a quitarme ropa.
Les dije que abrieran las ventanas inmediatamente, que bajaran la temperatura de la habitación y que consultaran con el pediatra. (Dije pediatra, no psiquiatra. Estaba hablando del niño, no de ellos ni de su desaforado afán de asfixiar bebés y demandar técnicos).
¿En qué momento dejamos de saber cómo vivir? ¿Cómo hemos llegado a esta miserable condición, en la que los medios de comunicación nos tienen que aconsejar en pleno julio que bebamos líquidos (sic) y que no hagamos ejercicios fuertes al sol? ¿Y cuándo se nos olvidó que hay que ventilar las casas?
Desde que empecé a trabajar como arquitecto (hace treinta años) los proyectos de edificación han ido creciendo y creciendo, incluyendo cada vez más paja y más chorradas. Uno de los documentos que se le han incorporado ha sido un manual de uso y mantenimiento del edificio, e incluso unas normas de emergencia, evacuación, etc. En esos documentos se dicen cosas tales como que si hay un fuerte vendaval se cierren las ventanas y se replieguen los toldos y similares, o que si hay un incendio se intente huir.
Yo me imagino al padre de familia viendo las llamas y buscando el proyecto con frenesí: "Recuerdo que ahí se dice qué hacer en estos casos. ¿Dónde estará el maldito proyecto? Creo que en uno de los cajones de la mesilla". Y va, busca, lo acaba encontrando, expurga entre los incontables documentos que lo conforman, llega por fin a las instrucciones de actuación en caso de emergencia, busca nerviosamente la palabra "incendio" y acaba leyendo que tiene que usar el extintor y salir por piernas.
¿Pero es que nos hemos vuelto todos completamente gilipollas?
En varios proyectos de piscinas he tenido que añadir, en la justificación del CTE, las condiciones constructivas para evitar ahogamientos. (Sí, ya sé que una piscina no es edificación, pero para algunos técnicos municipales sí lo es). He acabado escribiendo en algún lugar discreto (y oculto entre tanta farfolla) que la piscina no se llenará de agua (ni de ningún otro líquido) jamás. Que luego resulta que pasa algo y te buscan las vueltas.
(Si te ha gustado esta insensatez pulsa el botoncillo g+1 que está aquí debajo. Muchas gracias).

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