Me he comprado un teléfono móvil nuevo. Se trata de uno de esos móviles nuevos, de ultimísima generación, que incluyen reproductor de emepetrés de muchos gigas, cámara de foto, de vídeo y de lo que haga falta, conexión a Internet, acceso a e-mail y supongo que si lo configuro propiamente, incluso llegaría a hacerme algún tipo de favorcillo sexual. Mi puerta de entrada a la modernidad más repelente, vamos. Ni que decir tiene que me siento el tipo más molón del barrio. Un smartphone, que le llaman. Me encanta la palabra. Smartphone. Ahí queda eso.
El caso es que por lo que se ve, estos teléfonos (porque al final, son teléfonos, ¿no?... no sé...) no admiten una tarjeta SIM normal y corriente. No. Requieren una tarjeta SIM más pequeñita. Tiene aspecto de “El Chip Prodigioso”. Y allí estaba yo, con mi tarjeta nueva insertada en mi flamante móvil nuevo, cuando me di cuenta de un detalle... en la tarjeta SIM anterior, la grande, la del teléfono viejo, esa que por lo visto ya no vale para nada, tenía toda mi agenda de teléfonos. En fin, tampoco es que sea el chico más popular del instituto. Tampoco es que tenga una agenda tan amplia ni una multitud de personas constantemente llamándome y enviándome SMS. Pero llegaba el momento de la tediosa tarea de traspasar a mano todos los teléfonos de los contactos. Vamos, que tanta modernidad para acabar haciendo lo que hacía mi madre cuando se compraba una agenda nueva: transcribir todos los contactos al nuevo cuaderno.
Cómo se le activa el bluetooth a esto?
Me puse manos a la obra y comenzó la primera duda. Todos? Noooo... demasiados para un nivel de vagancia como el mío (demasiado pocos, probablemente, para el tipo más popular del instituto). Filtremos pues. Primero los más utilizados. Familia más directa y los amigos con los que he quedado esta noche. Y con todo ello, la primera constatación del moderno mundo imbécil. Si mi madre me llama al móvil y no se lo cojo (no tengo costumbre de contestar a llamadas de teléfonos que no conozco), ya tenemos a una madre ciertamente preocupada. Y en cuanto a los amigos, ahora ya no se queda con nadie. Estaremos en tal sitio. Si uno llega y no hay nadie, automáticamente llama. Dónde estás? O si uno llega tarde, llama también. Oye, que me he liado y llego en 5 minutos. Adiós a esa clásica costumbre de esperar.
Y al final me di también cuenta de la cantidad de contactos que tengo y que ni uso. Es, probablemente, un buen momento de hacer limpieza. Amigos que ya no lo son. Amigas que nunca lo fueron (lo que quería). Conocidos y saludados varios. Cuánto tiempo hace que no hablo con Fulano? Y por qué tengo 3 números diferentes de Mengana? Cuál será el que utiliza ahora mismo... si es que es alguno de ellos. Vale la pena mantener el teléfono de esa persona con la que tuve relación hace algún tiempo pero ya hace años que no?
Pero cómo quieres que este hortera tenga un millón de amigos??
Esta bonita reflexión me podría servir para hacer una crítica fácil de la ligereza con la que se llevan las relaciones. Hoy somos amigos, mañana no. Hoy tomemos un café, mañana no te saludo. Y cómo de estúpido es mantener a toda costa un contacto con una persona que en el fondo, no nos interesa, por aquello de acumular contactos y hacernos sentir mejor, en una versión más sofisticada de aquél “yo quiero tener un millón de amigos” que cantaba el hortera de Roberto Carlos. Y sin embargo, esta vez no. Esta vez me puede servir para pensar en por qué aquellas personas alguna vez pasaron por mi vida y ahora ya no están. Qué falló, y sobretodo, si tal vez lo hice, y posiblemente así sea, en qué fallé. Es demasiado fácil esta postura misántropa de que realmente nadie está a tu altura. Pero al final, cuando sólo vemos idiotas por todas partes, puede ser que el idiota resultes ser tú mismo. Reflexionemos, pues, amigos.
Canciones:
The Cardigans: "Carnival"Guns n' Roses: "Sorry"David Bowie: "Young Americans"