Con motivo de la SML he recordado mis dos lactancias. Ahora desde cierta distancia ya, con las hormonas en su sitio, mi hemoglobina también en su sitio, muchas noches de sueño casi reparador y todo en casa controladito, me atrevo a resumirlas esperando no distosionarlas y no alejarme de lo que fue la realidad.
Cuando nació mi hijo hace tres años había ido a los cursos de preparación al parto, donde la información sobre la lactancia no fue muy extensa, pero sí me hablaron de que debía ser a demanda. Siempre tuve claro que le daría el pecho a mi bebé porque me parecía lo normal, vamos, que ni me lo planteé. Igual que no me planteé seguir haciéndolo al empezar a trabajar. Y así, con estas premisas, nació mi hijo.
Desde las primeras horas lloraba y lloraba. Después de la segunda noche, poniéndole al pecho cada hora, había perdido un 11% de su peso y el pediatra del hospital nos aconsejó darle biberón. Nos pareció bien y respiramos aliviados al ver cómo el niño se lo tomaba todo.
Al volver a casa tuvimos un par de semanas buenas, pero después volvieron los lloros y el hambre. Aunque tenía en la cabeza lo de a demanda, no tenía muy interiorizado lo que eso significaba. ¿De verdad cada hora era normal? Y tenía alrededor familia diciéndome que no podía darle tan a menudo, que las tomas debían ser cada tres horas, etc. Y estaba muy cansada porque a penas dormíamos. (Hasta los dos años Chiquinini durmió muy mal).
Así que iniciamos la lactancia mixta. Todo empezó a ir mejor, así que no nos planteamos dejar de nuevo los biberones y seguimos con lactancia mixta y tomas bastante regulares hasta el final. Creo que volver a la LME habría sido un fracaso de todos modos, porque seguía escuchando lo de los 8-10 minutos en cada pecho cada tres horas ( 8 exactamente????!) y lo de no ponerle en tomas tan largas porque cogía aire. En fin…
En mi segundo embarazo ya estaba inmersa en la blogosfera, conocía experiencias de otras madres, leí algún libro sobre lactancia, etc. Creía estar mucho mejor preparada para afrontar mi segunda lactancia. Y lo estaba, pero aún así hubo momentos de dudas y dificultades y más dudas.
Cuando nació la Chiquinina creo que el primer acierto fue, desde el primer momento, ponerla al pecho cada vez que estaba despierta, que no era muy a menudo, sin esperar a que ella lo pidiera. La subida de la leche fue temprana y la niña casi no perdió peso.
Seguimos así durante un tiempo, todo bastante bien y haciendo caso omiso a los mensajes contradictorios, que seguía escuchando tanto en el centro de salud y el hospital, como en el entorno más cercano.
Sin embargo con el paso de los días, y como yo tenía una anemia por hemorragia postparto es-pec-ta-cu-lar, estaba agotada. Notaba además que no todos los días tenía la misma cantidad de leche. Las tomas eran cada hora y además casi siempre larguísimas, y a pesar de eso la niña tenía hambre. Mi resistencia física y moral se fue viniendo abajo y finalmente suplementamos alguna toma con biberón.
Fue muy poco, pero lo justo para ayudarnos a salir de atolladero y volver felizmente a la lactancia materna exclusiva.Por cierto, que alguna bloguera y mi propio marido se escandalizaron de que me bebiera los biberones que dejaba intactos Chiquinina. Pero si el leche!! En este punto no busqué ayuda en un grupo de lactancia porque tampoco para eso me sentía con fuerzas.
Pasado ese bache la lactancia nos fue fenomenal, dejó de ser un tema de conversación en casa porque “iba sola” y las cosas fluyeron con normalidad. Llegados a este punto, solo le veo ventajas a la lactancia materna, se mire por donde se mire.
Sólo me habría gustado tener más apoyo por un lado y por otro reincoporarme al trabajo más tarde, para haberlo prolongado unos meses más. Y es que cinco meses, entre los inicios, el bache y la remontada, dejaron poco tiempo para la lactancia relajada y feliz.
¿Y por qué no seguí más con el esfuerzo que me había costado llegar a este punto? Me dio mucha pena dejarlo, mucha, pero bastante complicado es el día a día con un trabajo y dos niños, como para además ir con el saca-leches a cuestas. Hay otras mamás que son capaces, pero yo decidí que no, aún sabiendo que podía pasar lo que pasó ( y es que la producción bajó y bajó y la niña se cansó y empezó a rechazar el pecho.)