Todos buscamos insaciablemente esa emoción que nos haga sentirnos parte de todo, esa realidad propia por la que agradecer cada noche el poder haber disfrutado de un nuevo día. Para unos sus deseos toman formas más frías, para otros más carnales, pero todos buscan en el poema de la vida un verso que no les haga sentirse extraños. Hoy ha sido la luz, una taza de té a media tarde, la caída del sol entre las volutas de humo de un agónico cigarro, mi sonrisa reflejada en sus ojos, un abrazo en palabras tras la coraza fría de la pantalla, una palmada en la espalda, un gesto de confianza, el sonido de un piano atormentando desde los altavoces la negrura de la noche que se ve desde mi ventana, las caricias de un saxofón en el alma, una victoria en las cenizas de una guerra acabada, el compás del teclado, una verdad que nace de una mentira que se va. Hoy el tiempo me ha enseñado que la felicidad se esconde en la cadencia de las horas a la espera de que un día des con ella de una forma imprevista e inusitada. Mi reloj ha marcado el instante donde la vida se derramaba y ahora vago borracho, con los ojos sembrados de cálidas lagrimas que se deslizan sobre una sonrisa limpia y clara. Han caído las barreras que con sus sombras me denunciaban y el claro vacío me inunda tornando en polvo los miedos y en luz la nada.