No soy quien para dar lecciones de solidez ideológica a nadie. Hace 5 años pensaba en algunas cosas bastante diferente a lo que pienso ahora. Era “más de izquierdas” que ahora, era federalista y ahora independentista y militaba en un partido al que creo que no volveré a votar a corto o medio plazo y he hecho campaña para una opción electoral que le compite.
Pero si algo me da la experiencia de haber vivido un cambio de preferencias políticas y también el abandonar una militancia de partido y conocer decenas de personas que han vivido algo parecido es encontrar algunos patrones que permiten diferenciar un cambio de preferencia “natural” de uno que busca simplemente la silla.
Entiendo que cada persona es un mundo, que cada proceso de cambio de preferencias personal es individual y que extraer generalidades puede ser injusto con personas cuyo comportamiento, madurez emocional, etc.. se escape mucho de la media. Pero asumiendo esa posibilidad de error, puedo (siempre recordando que se ha de hacer con prudencia) extraer algunas conclusiones.
Cuando alguien marcha de una organización política no suele hacerlo de golpe. Casos extremos como los de Quim Nadal o Montserrat Tura, cuyo divorcio con el PSC parece haberse dado hace ya 3 años, pero que no se ha hecho efectivo hasta este 28 de septiembre no son todos, pero la mayoría de casos que he terminado conociendo, ha habido un periodo de disidencia interna y de divorcio que ha durado meses o años, antes de hacer la desconexión final de la organización política.
Cuando militas en un proyecto político durante cierto tiempo hay una implicación emocional, apegos a las siglas, lazos personales. En resumen, todo un conjunto de elementos irracionales y emocionales que hacen que la ruptura con el proyecto no sea algo sencillo y requiera tiempo. Algunos lo canalizan mediante un proceso de disidencia interna en el que intentan amoldar el proyecto a lo que ellos creen que ha de defender que puede venir acompañado de un tiempo de silencio y una marcha discreta o no. Otros con una marcha discreta pero un período de duelo o de luto en el que no participan en ningún otro proyecto. Otros haciendo un montón de ruido, rompiendo puertas a patadas y causando un tremendo follón.
En todo caso, hay un período de luto que se canaliza de una manera u otra (dentro o fuera).
Luego hay los saltimbanquis. Que sin haber mostrado ese período de luto, de golpe saltan de un partido a otro sin sentido de continuidad, sin puntos intermedios, sin período de disidencia, sin duelo intermedio. Estos son los que más sospechas me levantan. Uno puede cambiar de preferencia política o descubrir que el proyecto en el que está no es el más adecuado, pero ¿no haber formado ningún lazo personal y afectivo con la gente y el proyecto? ¿romper con él sin tiempo de duelo e inmediatamente abrazar un nuevo proyecto?. Suena bastante difícil, y es más probable que estemos encontrando un trepa oportunista descarado que un militante o dirigente que realiza un cambio de preferencia y de proyecto. Igual que suena sospechoso encontrar personas que no han tenido trayectoria de activismo alguna y de golpe llegan a puestos destacados en proyectos emergentes (los partidos de la nueva política y los proyectos que han ganado apoyos rápidamente han atraído unos cuantos) también aquellos que saltan de barcos en llamas sin trayectoria de duelo o de disidencia interna son sospechosos.
Todo esto viene por el fichaje de Irene Lozano de UPyD por parte del PSOE. Me cuesta creer que este salto sea de los primeros y diría más que de los segundos. Pero recordemos la alerta del inicio. Toda persona es un mundo y nunca sabemos toda la historia de cada persona y mucho menos su vivencia interior, por eso le cedo el beneficio de la duda. Aún cuando cueste tanto de creer.