He dicho ya por aquí muchas veces que la función de los jueces es esencialmente antinatural y el problema se configura de tal forma que ya preocupó seriamente a 2 de los más grandes genios del pensamiento humano, Sócrates y Platón, en su célebre diálogo sobre "quid custodiat custodes", quién controlará a los controladores.
La historia de la judicatura está llena de ejemplos desde el pastor de cabras que gracias a su talento natural no sólo acaba Derecho sino que alcanza incluso su pertinencia al más alto órgano de gobierno de la magistratura y que se dedica a llamar a su despacho oficial a los plutócratas más famosos de Barcelona y les dice "o me da v. tantos millones de pesetas o ahora mismo lo mando a la puta cárcel" hasta el megalómano que piensa que su talento judicial, su laboriosidad y su audacia se lo merecen todo y se deja llevar en las listas de uno de los dos grandes partidos a las elecciones generales y luego, cuando comprueba que el gran gato no confía lo suficientemente en él par hacerle ministro de justicia, arma el pitote y mete en la cárcel a uno de sus ministros y a su subsecretario pasándose por el forro la prohibición de la LOPJ que impide actuar a los jueces en los casos de amistad íntima o enemistad manifiesta, pasando por el pariente de uno de los cabecillas del fascismo español que en una abundante comida deciden meter en la trena a toda la plana mayor del más leído períódico español.
Ahora vemos cómo un tipo que no paga el alquiler del piso que ha alquilado en la Gran Vía madrileña y que se deja desahuciar por ello como un desharrapado cualquiera, que no cumple con sus obligaciones laborales de tal modo que el Consejo Gneral le abre expediente por ello y que trata a los funcionarios de su juzgado a patadas, dice "sí, todo esto está muy bien, pero da la casualidad que yo soy juez, y un juez en este jodido país entre otras cosas, gracias a la Constitución de Fraga, es absolutamente intocable cuando ejerce sus funciones de manera que yo puedo ser el tío más impresentable del mundo pero, ojo, que sigo siendo juez y, por lo tanto, tengo la facultad de mandar a la puta cárcel a la mano derecha de Aznar, o sea a uno de los prebostes del PP".
Sí, sí, está muy bien, ahora, no sólo el Fiscal le ha metido una querella por prevaricación que, como es lógico, prosperará porque todos los jueces como acaba de decir uno de ellos de Barcelona, o son del Opus o de la Falange, o sea que siente alergia ante cualquier colega que se interese lo más mínimo por las cuestiones sociales de modo que este estrafalario magistrado tiene los días contados, otra cosa no, porque los jueces incluso cuando prevarican son intocables.
El problema es, como a cualquiera se le alcanza, es ¿que pasa, que pasó, que pasará con todos esos ciudadanos que tuvieron la desgracia de toparse, de hallarse en el camino de esos jueces, unos fueron a la cárcel por no pagar a un nuevo señor de horca y cuchillo, otros se pudrieron en la trena por pertenecer al partido que no satisfizo las ilusorias esperanzas de un juez que quiso meterse a político, otros hicieron el paseillo ante la Audiencia Nacional durante algunos días con el regocijo insuperable de toda la prensa de ultaderechas, mientas que al amigo de Aznar ha comenzado a dormir en un calabozo para escarnio de toda la clase bancaria?
Una cosa sí que hay que reconocerle a estos jueces que arrostraron tan insuperables obstáculos, todos ellos han probado quizá en demasía su extraordinario valor ¿o es que simplemente estaban o están locos?
Porque hay que estarlo para atreverse a enfrentar ni más ni menos que a una corporación cuyo espíritu de clase es tal que el primer mandamientos de su decálogo reza: hay de aquel que se atreva a intentar desmontar una pieza siquiera del establishment actual porque más le valiera atarse una piedra al cuello y arrojarse de cabeza al mar.
Y sin embargo estos jueces se han atrevido a hacerlo, ¿por qué, porque están o estaban locos, o porque la soberbia que va implícita en el ejercicio cotidiano de su oficio los ha cegado totalmente, de modo que se han dicho, o dijeron, si yo soy el Dios de la justicia puedo hacer en este mundo todo lo que quiero?
Y lo hicieron, lo están haciendo y lo harán, porque la ley biologíca dice que la función crea el órgano, y, una vez creado, éste no tiene más remedio que actuar siempre de la misma manera, de modo que alguien que se atreve a juzgar a otros sólo por administrar un Banco o un periódico de una determinada manera o por tener los millones por castigo o por no haberle tributado el culto de latría a que él se cree merecedor, o porque no está de acuerdo con lo que él piensa o quiere pensar, mientras no le paga el alquiler de su piso a una pobre vieja, o no va al juzgado sino cuando quiere, o no pone sentencias porque no le da la gana, porque los dioses, coño, no pueden ser juzgado como simples seres humanos, porque no se le puede exigir moral al que maneja la guillotina o aprieta los tornillos del garrote vil y todo esto, no lo olvidemos nunca, lo hemos hecho, lo estamos haciendo y lo haremos los jodidos y canallescos tipos humanos porque no somos desfallecientes o lobeznos sino una puñetera mierda seca pinchada en un palo.
Otro día, escribiremos la crónica de una muerte anunciada de un juez que se ha atrevido a empurar al compañero de pupitre y de oposición de uno de los dioses de nuestro triste Olimpo, Aznar.