Revista Cultura y Ocio

Sobre el acto de leer (y otras cuestiones)

Publicado el 20 junio 2024 por Daniel Daniel Pérez Castrillón @Mangrii
Sobre el acto de leer (y otras cuestiones)

El pasado domingo 16 abría mi cuenta de Twitter (que siempre se llamará así) y veía, mientras tomaba mi café y hacía scroll por mi pantalla como cada mañana, una publicación de Rosa Montero. En ella nos llevaba a su columna habitual en El País, y mientras clicaba en ella — entre intrigado e hipnotizado— por su título, tan simple y llamativo como es Leer, mi lóbulo frontal ya se había activado regurgitando una idea. O, más bien, podría decirse, una reflexión que arrastraría los siguientes días en la cabeza. ¿Qué significa para mí leer y que creo que supone (o puede implicar) para la vida de las demás personas? ¿Por qué resulta una actividad tan importante para algunos y la desidia absoluta para otros? ¿Cuánto ha cambiado mi vida por el simple (y complejo) acto de leer a diario?

Obviamente, no tengo  —ni me atrevería— a tener una respuesta completa ni categórica para ello. Pero si hubo frases en la columna de Rosa Montero que atravesaron mi caja torácica y fueron capaces de conectar con algo más profundo que un simple (y endiablado) corazón. Dice una de las primeras frases de la columna que una novela es un viaje al otro, a los otros, a realidades previamente desconocidas. Pero también es el descubrimiento de una complicidad inesperada. Me recordó, instantáneamente, a esa otra conocida frase de George R. R. Martin que decía aquello de Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquel que nunca lee vive solo una y con la que siempre he comulgado con devoción. También a la de Miguel Salas, que defiende que leer fomenta la imaginación, la evasión y la reflexión. Cuando una persona está concentrada leyendo, el 99% de su interacción con el entorno se bloquea.

Comparto, obviamente, cada una de estas frases, puesto que no tendría mucho sentido haberlas puesto en caso contrario. ¿Quién puede olvidar aquellas historias con las que ha sentido una conexión vital y transformadora, una vibración especial que cambio todo su mundo o lo puso patas arriba? Que los libros son un refugio de muchos no es ninguna idea novedosa, pero son solo (quizás) una manera parcial de verlos. Son también —o al menos para mí— una forma de ver el mundo desde nuevas perspectivas y comprender (mejor) las actitudes de otros. Es, probablemente, más fácil que un lector (ávido o no, esa no es la cuestión) sepa ponerse de manera automática en el lugar del otro por que ya está acostumbrado a hacerlo. Leer es una forma de fomentar tu empatía, como algunos estudios recientes en psicología han demostrado, y eso no hay quién pueda rebatirlo. Tampoco, que leer nos cambia literalmente el cerebro. Seguramente también haga que seamos mejores personas, o al menos, tienes más papeletas para serlo.

Sin embargo, quedarse en eso sería solo arañar la superficie. Era Flaubert quién decía aquello de No leas, como hacen los niños, para divertirte, o como los ambiciosos, para instruirte. No, lee para vivir. Y aunque no estoy de acuerdo del todo con la frase —¿por qué no leer solo para divertirme, amigo Flaubert?— tiene una parte que me gusta: lee para vivir. No puedo imaginar, a estas alturas de la vida, mi existencia sin un libro. Sin los libros. Sin centenares de libros, más bien, para que mentir. No solo por trabajar en una librería rodeado de libros y pasarme un 80% (quizás más) de mi día a día hablando —recomendando, buscando, escribiendo— sobre ellos con otros, si no por que forman una parte vital de mi existencia y formación como persona. Ya lo decía Carlos Ruiz Zafón, Los libros son espejos: solo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro. Por eso sé que sin los libros, y sin el acto de leer entendido como una interacción entre lector y libro, nunca hubiera llegado a ser la misma persona que soy en este momento.

Sobre el acto de leer (y otras cuestiones)
Imagen de stock

¿Qué sería de mí si no hubiera descubierto a aquel niño de la cicatriz en la frente cuando tenía apenas 11 años? ¿Dónde hubieran quedado Saphira y mi obsesión con los dragones? ¿Y qué me dices de la fijación con Arkarian, la admiración por Aslan o el viaje de Bilbo Bolsón? ¿O de aquel chaval hace casi 10 años que decidió abrirse un blog y compartir sus lecturas con el mundo virtual? La verdad, no tengo un respuesta concreta o es que podría viajar en el tiempo a lo Marty McFly. Seguramente, más incomprendido de lo que me siento de vez en cuando. Prisionero, en un rincón oscuro y estrecho, atado con una camisa de fuerza e intentando liberarse, pero sin nunca llegar a existir del todo. Los libros y el acto mismo de leer han formado un refugio gran parte de mi vida, pero también han sido una herramienta. Son capaces de crear un lugar donde aprender de los otros y tener una conversación íntima y transformadora que nadie más me podía proporcionar. Dice la propia Rosa Montero en su columna que Leer es algo más íntimo que hacer el amor, porque te metes en la cabeza y en los sentimientos de quien ha escrito el texto. ¿Y qué pasa cuando ese acto íntimo consigue sacar chispas o verte reflejado en él?

Lo amas. Lo amas con locura. Puedes gritar a los cuatro vientos —o en plataformas digitales, lo que quieras— cuanto lo amas. Por qué te apasiona. Te late dentro. Quizás, y pasa más veces de las que pueda uno pueda pensar, encuentras a otro. A otro que ha encontrado esa misma vibración con el libro que tú. Otro que comparte un libro que toca las mismas teclas emocionales y donde normalmente una simple conversación forja un vínculo (casi) inquebrantable. Es, probablemente, la forma en que más conocidos y amigos he hecho (y conservado) con el paso de los años, y no solo por mi oficio. Los libros son un lugar de encuentro y de eminente complicidad. Por eso siempre, siempre, pero siempre, defenderé a capa y espada el acto de leer. Me da igual lo que te guste leer, hay que dejar —como dice el meme— a la gente disfrutar (con matices, siempre con matices) y ser apasionado de lo que cada uno quiera. De lo que le guste. De lo que le haga feliz. Estamos aquí por un tiempo limitado, es un hecho, y todos los lectores arrastramos la penitencia de saber que no podremos leer todos los libros que queramos como para tener que martirizarnos por lo que deberíamos o no leer.

Los libros también forman una comunidad (o comunidades) en sí mismas, actúan de argolla entre desconocidos que pueden solamente compartir una conversación a través de un libro, dado que se entienden entre ellos por que han estado en el mismo lugar. ¿Habéis acudido a algún festival literario o alguna feria del libro? Si sois lectores, es probable que sí. Aparte de ser un lugar de encuentro con tus autores favoritos y los libros, es un lugar donde conocer y descubrir. ¿Cuántos libros no has descubierto por las palabras de otro y su apasionada — e inesperada—  defensa? Y es que más allá de ayudarnos a mejorar nuestro vocabulario o comprensión de los textos, los libros se pueden convertir en una extensión interior de nosotros mismos y nuestra conciencia. Ya lo decía Borges: De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria. Porque leer es más que pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados como dice su primera definición en la RAE, si no más bien, algo más cercano a la segunda y tercera acepción: comprender el sentido de cualquier tipo de representación gráfica o entender o interpretar un texto de determinado modo.

Leer supone interactuar con el texto apoyado en los conocimientos y experiencias que poseemos para comprenderlo e interpretarlo, utilizarlo y reflexionar sobre él. Por eso, cuando realizamos una relectura, nuestra experiencia —para mejor o para peor— cambia de alguna forma. Leer nos hace personas. Aún más: leer nos hace mejores personas dice la propia Rosa en su columna. No es un alarde de superioridad elitista ni nada por el estilo, o al menos, yo no lo tomaría por algo así. Es tan solo una radiografía de lo que nos encontramos en eventos relacionados con los libros, lo que se puede apreciar en comunidades (virtuales o físicas) que se forman alrededor de ellos y en la experiencia, sobre todo en la experiencia, que me ha enseñado que los libros son una comunión con otro(s) más fuerte e inquebrantable que (casi) ninguna otra cosa. Son una forma de ver el mundo de otra forma y de comprender que estamos menos solos de lo que creemos. Siempre tendremos un libro, no cabe duda. Y un libro (uno bueno, claro) es como un buen amigo: te ayuda a ver otra perspectiva del mundo, te arropa y apoya cuando lo necesitas, y siempre, siempre está(n) ahí para ti.


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