A raíz de la reseña de la novela “El asesino de Pitágoras” que hice para el blog ¡A los libros! me he visto inmerso en varios debates sobre los parámetros que rigen el mundillo editorial y las decisiones tomadas por editores que, en ocasiones, apenas merecen llamarse así. Cada vez es más frecuente oír hablar de escritores que tras ver rechazado su manuscrito por docenas de editoriales deciden autopublicarse y consiguen un suculento volumen de ventas, llamando, esta vez sí, la atención de los grandes grupos editoriales. Véanse los casos de Amanda Hocking o John Locke, que vendió más de un millón de copias de su libro en Amazon, o de los españoles Bruno Nievas, Eloy Moreno o Fernando Gamboa, entre otros.
![Sobre el rechazo editorial Sobre el rechazo editorial](http://m1.paperblog.com/i/255/2558497/sobre-el-rechazo-editorial-L-eN7C5S.jpeg)
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Muchos culpan del declive de la industria editorial a la piratería, a la autoedición o a la irrupción del formato electrónico, pero hay mucho más. Ninguno de esos factores justifica que muchos buenos escritores se vean obligados a recurrir a la autoedición, o que obras de pésima calidad sean publicadas al amparo de grandes grupos editoriales.Personalmente, empiezo a pensar que parte de culpa de lo que está pasando la tienen muchos editores que, desde hace años, no han sabido o no han querido hacer su trabajo. Tal vez deberían dejar de echarse las culpas unos a otros y empezar a hacer las cosas bien. No debemos olvidar que todos los grandes escritores han sido, en algún momento de su vida, novatos.